Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ
Señales en el Camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
(h)ojeadas:
Reseña
de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Las motivaciones inútiles
Cuento
Reseña
de Alejandro Michelena sobre Un rico universo narrativo
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
MARCO ANTONIO CAMPOS
EN EL CENTENARIO DEL ADIÓS DE OTHÓN
A la memoria del padre Rafael Montejano y Aguiñaga
Quizá los males de Othón empezaron a acentuarse a fines de 1898 y principios de 1899, si nos atenemos a lo que dice en una carta desde Ciudad Lerdo a Juan B. Delgado. Ya en 1900 le empezaron unas "bronquitis horrorosas" y en diciembre de 1901 pasó dos semanas en cama a causa de la influenza. "Casi una pulmonía", escribe. Hombre de gran vitalidad, Othón era de esos hombres que confían demasiado en su fortaleza, y, poniéndose a prueba en exceso, terminan por adquirir enfermedades que los minan y a la larga los eliminan. No es difícil colegir que Othón, en sus labores y días en esta tierra, no calculó a veces la rudeza y la dureza del invierno en los desiertos y las sierras del norte del país. Su declinación física, hasta donde pudo (basta leer sus cartas), trató de encubrírsela lo más posible a su mujer, a los amigos, a los allegados. En los últimos cuatro años, y en especial los últimos dos, padeció un reumatismo implacable, pero sobre todo un enfisema pulmonar y, al final, una dilatación cardíaca. Si nos atenemos a lo escrito por su amigo el novelista José López Portillo y Rojas, cuando estuvo Othón en Ciudad de México a fines de octubre y principios de noviembre de 1906, en cada tosido se le iba el cuerpo. El mismo López Portillo y Rojas lo llevó con un célebre especialista, el doctor Vázquez Gómez, quien le diagnosticó "una enfermedad cardíaca poderosamente desarrollada". López Portillo mismo, sabiendo que la altura de Ciudad de México le sería mortal, acompañó a Othón a la estación de ferrocarril.
Erato, Musa de la poesía lírica |
Como se sabe, regresó a su natal San Luis Potosí el 11 de noviembre de aquel año en condiciones de tal manera desastrosas, que debió encamarse en la casa de Comonfort 18 (hoy 360), y que perteneció a su cuñado Eduardo Facha y a su hermana María. Desde hacía muchos años no tenía casa en la ciudad. Había creído, aun en esos días finales, o al menos nada deja traslucir lo contrario, que la muerte estaba lejana, y, por caso, el 14 de noviembre, dos semanas antes de su fallecimiento, le repetía a Josefa, su esposa, que ese invierno, como le recomendaban los médicos, podían irse a vivir a la costa, al nivel del mar, y más concretamente a Tampico. Le pide a Josefa que se venga de Lerdo, Durango, a San Luis, pues tiene unas ganas infinitas de estar junto a ella y se muere de tristeza por no sentirla cerca. Y aun haciéndose la ilusión, o para no preocuparla, agrega: "Pero no vayas a creer que estoy enfermo de muerte, aunque sí se me podría hacer muy serio el mal si no me lo atajo ahora, lo cual es fácil con las medicinas y método, y segurísimo yendo a la playa, por lo que estoy dispuesto a hacer toda clase de esfuerzos y sacrificios a fin de aliviarme."
El 17, tres días después, sigue haciéndose ilusiones de que seguirá viviendo, y envía a Josefa a Lerdo un telegrama de diez palabras, que, dentro del contexto, lo leemos con piedad y tristeza: "No tengas cuidado. Quiero que vengas para irnos. Recibirás fondos. Escríbeme." Josefa llegó el 21 de noviembre.
En el curso de aquel noviembre Othón intentó el que tal vez fue su último poema serio, que quedó inconcluso. Es probablemente el único en donde no quiso más seguirse engañando sobre su esterilidad literaria y su ruina corporal. Es un diálogo del poeta con la musa. La musa, la misma de sus juventudes, ha venido para volver a cantar con él. Le perdona, dice, su desdén y desmemoria y viene a ayudarlo ahora cuando lo sabe herido. Le pide que lo deje entrar a su pecho; el poeta acepta. Horrorizada, la musa no halla su lecho antiguo y le dice que ese pecho no es el suyo; el poeta insiste que es el mismo. Con dolor, con espanto, la musa le replica con imágenes que muestran del poeta el agotamiento del numen y del hombre el agostamiento del cuerpo : "Este pecho en que me apoyo/ es granito de montañas/ sin latidos, sin entrañas,/ como el cauce duro y seco/ de un arroyo/ para siempre seco, seco."
Los tres últimos versos nos dejan en la garganta una sensación de vacío y de angustia. Othón sabía que todo estaba terminado.
El 28 de noviembre, entre las siete y media y las ocho de la noche, Othón murió. Ese día era el cumpleaños de su mujer. Al día siguiente, para seguir con las coincidencias desoladoras, el mismo juez que los casó, Bonifacio Aztegui, firmó al calce el acta de defunción.
|