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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
PERSPECTIVA MEXICANA DE MAX AUB (II DE X)
Max Aub era un lector curioso e infatigable. Desde que llegó a México, en octubre de 1942, se dedicó a poner al día sus lecturas mexicanas y a escribir comentarios sobre el desarrollo histórico de nuestra literatura. Le debemos una serie de ensayos definitivos sobre la novela de la Revolución mexicana. En ellos revisa una corriente literaria de fondo testimonial, pero iniciadora de un género de ficción que, muy pronto, encontró en lo coloquial, lo directo y lo poético los rasgos esenciales de su estilo. Los ensayos de Max sobre Frías (el casi olvidado autor de Tomochic, la novela precursora del género), Azuela (el crítico duro y lúcido del movimiento revolucionario), Martín Luis Guzmán (el formidable prosista de La Sombra del Caudillo), Rafael F. Muñoz, Vasconcelos (el genial, tormentoso y arbitrario promotor de nuestro mejor momento cultural), Romero, Magdaleno, Guadalupe de Anda y Rojas González, enfocan la novela de la Revolución desde una perspectiva crítica llena de rigor en el análisis y alejada de la maldición folclórica a la que nos condenan Gallimard y los señores catalanes dedicados a la comercialización de los best sellers. En su trabajo titulado De algunos aspectos de la novela de la Revolución mexicana, Max Aub señala, con su acostumbrada parsimonia, con su sobrio estilo tan alejado del énfasis demagógico: "El hecho singular es que la Revolución mexicana tiene su narrativa y que las demás, en general, no la tuvieron. Ni la francesa, ni la inglesa –a lo sumo Thackeray encarna a la industrial– ni la rusa que pudo haberla tenido pero que sólo se manifestó en sus inicios." Tiene razón, la Revolución mexicana encontró muy pronto a los escritores que, en medio de los combates, dieron forma a la saga popular y reflexionaron sobre la convulsión social de nuestro país. La mayor parte de esos escritores no esperaron a que el tiempo aclarara y definiera sus perspectivas. Escribieron en el mismo campo de batalla, produciendo así testimonios, ligeramente transfigurados por la intención literaria, de lo que ellos vivían. Esto les permitió convertirse en la memoria viva de una etapa histórica en la voz sangrante de un pueblo en armas. Max Aub, en el ensayo al que me he venido refiriendo, hizo uno de los primeros estudios sistemáticos del tema. Sorprenden la claridad, la precisión y el orden con que distingue las etapas de la novela de la Revolución; la objetividad de la catalogación de los escritores, la atinada inclusión de los novelistas de la Guerra cristera y el juicio riguroso que, sin ánimos pontificiales, vierte sobre la obra de cada uno de los escritores. Su ensayo sobre Frías reinició, desde una perspectiva más clara y objetiva, el estudio de la obra de un militar de carrera que, en su novela, Tomochic, describió uno de los levantamiento precursores de la Revolución. Max captó, con su fino sentido crítico, los elementos mágicos implícitos en la figura de la Santa de Cabora, taumaturga campesina que influyó determinantemente en la formación de la resistencia en contra de la dictadura, y supo aquilatar el valor de una prosa de gran fuerza testimonial y nada desdeñable en materia de estilo y de fuerza narrativa. Lo mismo puede decirse de su ensayo sobre Mariano Azuela, el autor de Los de abajo. Aub vio en este escritor que inició su obra literaria bajo el signo del naturalismo francés, a un individualista comprometido con su verdad, a un hombre valeroso que supo mantenerse "a la altura del arte" en lo que a moral personal y sentido de la solidaridad se refiere. Aub encontró en la obra de Azuela una serie de parentescos y afinidades con los estilos de Baroja y Valle Inclán. Con Baroja "por el estilo que en el fondo y forma no deja a veces de traslucir su condición médica" y, sobre todo, "por el espíritu pesimista". Las afinidades con Valle Inclán las encontraba en "lo recortado, agrio, desgarrado, popular del lenguaje hablado".
(Continuará)
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