MENTIRAS TRANSPARENTES
Felipe Garrido
AMORES
Desde la ventana podían verlo en la contraesquina, fumando, apoyado en un poste. Una cinta de ceniza clara en el fondo, por detrás de la ciudad, y luces en muchos edificios.
–Dile a tu padre que es tarde, que vamos a cenar, que ya se meta.
–Ya se lo dije.
–Mira nomás cómo está flaco. Y cada vez más jorobado, más...
–Más calvo no puede estar.
–Llévale su gorra, por lo menos.
–Va a enojarse. Cree que no lo vemos, que el poste lo tapa. Dijo que iba por café.
La mujer suspiró y se dejó abrazar por el hijo, que la apretó despacito, con cariño.
Una muchacha dobló la esquina. Llevaba un vestido ligero, de color claro, que el aire le entallaba. Descubiertos, los brazos marcaban sus pasos firmes, sobre tacones altos.
–Míralo –dijo la mujer.
El hombre dio un paso al frente y caminó en sentido opuesto a la joven. Inclinó el cuerpo al saludarla y siguió de frente, como si fuera a algún lado.
–Ya está –dijo la mujer, sonriente, animada–, ahora sube. Déjame servir los platos.
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