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de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Colección de monstruos pretéritos
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COLECCIÓN DE MONSTRUOS PRETÉRITOS
JORGE ALBERTO GUDIÑO HERNÁNDEZ
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Alfonso Mateo-Sagasta,
El gabinete de las maravillas,
Ediciones B.,
Barcelona, 2006. |
Tras el contundente éxito de Ladrones de tinta, Alfonso Mateo-Sagasta (Madrid, 1960) ha decidido aprovechar tanto al contexto como al protagonista para desarrollar su nueva novela. En esta ocasión, Isidoro Montemayor, secretario y amante de la condesa de Cameros, se ve envuelto en una intriga donde lo más sobresaliente no son los crímenes sino todo lo que los rodea.
El marqués de Hornacho, tío de la consabida condesa, ha encontrado asesinado en el Gabinete de las Maravillas a Gonzalo quien, hasta el momento de su muerte, le ha servido de catalogador. Isidoro se ha visto involucrado al acompañar a su ama a visitar al marqués. Lo primero que llamará su atención es que el muerto tiene un cuerno en la sien derecha. Será la primera de las sorpresas a las que se enfrente Isidoro. La condesa lo ha ofrecido como sustituto del difunto para que averigüe todo lo concerniente al caso. Así se le abrirán las puertas al Gabinete de las Maravillas. Una extensa colección sobre todos los fenómenos, sucesos, reliquias y demás que el marqués ha ido acomodando en cada una de las cámaras que conforman el citado recinto. Lo ha hecho siguiendo una simetría que sólo puede albergar sospechas. Es el bestiario particular de quien se ha ocupado de enfrascar todo aquello que puede ser preservado por el espíritu del vino, la disección, la pintura o los grabados.
Y es en medio de todos estos monstruos, de cada una de las atrocidades que, a la vuelta de la página menos pensada, se vuelven seductoras y repugnantes a un tiempo, que Isidoro se pierde buscando una pureza de sangre falsificada. Como buen mercenario que es, le puede rendir tributo no a dos sino a cuantos amos estén dispuestos a sacar monedas de su bolsa. Claro está que, en su fuero interno, el de la voz que narra, no siempre salen bien librados sus patrones. Mucho menos, cuando llega la hora de desentrañar un misterio poco complejo pero teñido con una tintura única e indeleble; la que sólo puede salir de la colección.
Quizá la intriga de esta novela no sea tan eficiente como la de su predecesora. Sin embargo, se conserva el magistral modo de adoptar una época que nos resulta lejana. Mateo-Sagasta maneja el siglo XVII como sólo unos cuantos; como si él mismo lo habitara. La recreación del lenguaje, de los usos y las costumbres, trasladan al lector a un ambiente que deja de serle ajeno porque bastan unos cuantos trazos para habitarlo. Un viaje en el tiempo que, sin lugar a dudas, vale la pena emprender y que duele concluir aunque quede la esperanza de la próxima aventura de este narrador cínico y desenfadado. De momento, habrá que conformarse con el tránsito por cada una de las cámaras donde las sorpresas se van acumulando a partir de la descripción precisa del que sabe que, desde su tiempo, puede contar hacia el nuestro. No por nada el autor se empieza a consagrar como una de las voces más autorizadas a la hora de sumergirse en un pretérito que nos empieza a sonar cercano.
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