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INTOLERANCIA, PUES
El pasado viernes 23 de junio dio inicio el decimotercer Festival de Verano de la Filmoteca de la UNAM, que además de presentarse en las salas pertenecientes al circuito cultural de esta institución, se extiende a ciertas sedes de la cadena Cinépolis –la cual, es justo reconocer, ha venido siendo consistente en una actitud inclusiva en cuanto a cine de festival, de arte o de autor, como quiera llamársele-, de tal manera que el festival puede apreciarse en Interlomas, Perisur, Universidad y Diana. A ver cuándo unos y otros se acuerdan que también hay cinéfilos en el norte de Chilangotitlán.
La oferta de este decimotercer festival es rica y variopinta. Por razones de espacio, aquí sólo se mencionará una cinta peculiar en más de un sentido: El creyente, del estadunidense Henry Bean.
Por lo regular, a la programación de muestras y festivales cabe reprocharles que incluyan producciones viejas, donde este adjetivo suele significar que dichas producciones datan de hace dos o más años. Pocas veces una espera así de prolongada puede justificarse, pero tratándose de El creyente, filmada en 2001, tan larga postergación es más que comprensible, sobre todo si uno se entera de que en su propio país de origen sufrió, incluso antes de haber sido concluida, una campaña en su contra orquestada por grupos de interés que se sintieron aludidos, afectados, denigrados y quién sabe cuántos agravios más. A raíz de la polémica que había levantado, sin que nadie aún la hubiera visto, su exhibición fue postergada a nivel internacional. Incluso se habló, hace unos cuatro años, de que la cinta era el blanco de un boicot por culpa del cual fue descartada de varios festivales cinematográficos.
Quién sabe qué tan cierto haya sido lo anterior, pero lo que sí sucedió en México hace pensar que la teoría del compló no era del todo descabellada: a este sumeteclas le consta que, en un momento dado, El creyente tuvo la habitual campaña de lanzamiento de cualquier película próxima a estrenarse, misma que para empezar consiste en fijar carteles dentro de las instalaciones de un cine, así como en los tradicionales avances, o cortos, como suele llamárseles aquí. Estos dos hechos implican que la cinta en cuestión está calendarizada, que se produjo ya cierto número de copias, que se le ha destinado una cantidad de salas, etecé. Todo esto conlleva, obvio es decirlo, una pingüe inversión monetaria, y es universalmente sabido que ni distribuidores ni exhibidores acostumbran perder dinero.
LA MORAL ENANA
La subrepticia cancelación de la cual El creyente fue objeto sólo sirvió para confirmar que se estaba ante la victoria –una más, por cierto- de la intolerancia. En este caso, y habría que decir que desgraciadamente, la injusta e inducida mala fama que precedía al filme no consiguió alimentar una expectativa que no por morbosa deja de tener resultados a fin de cuentas favorables, como sí le ha sucedido a otras películas. En otras palabras, la censura logró su cometido, aunque por fortuna éste tuvo fecha de caducidad.
Así las cosas, El creyente debió aguardar un lustro para ser estrenada en México y, desde luego, no lo ha hecho en la cartelera comercial. Una vez que se ha visto la película, surge de inmediato la pregunta: ¿Cuál era el miedo de los intolerantes erigidos en censuradores oficiosos? La respuesta es que no era para tanto, como suele pasar cuando se hace el intento de comprender las catacumbas mentales de quienes prefieren un mundo alineado en función de sus prejuicios. Sin duda, tanto enanismo moral se debió a lo polémico de la trama de El creyente, que aborda ni más ni menos que las motivaciones, el discurso y la actitud de un judío que al mismo tiempo es un nazista convencido, cosa que a algunos les pareció abominable, como si no lo fuese, desde los tiempos de Moshe Dayan, la sinrazón israelí que construye muros, invade territorios, enuncia discursos racistas, responde a la barbarie con más barbarie y, finalmente, acaba por poner en práctica, sólo que esta vez del lado del victimario y no de la víctima, mucho de todo lo que alguna vez sufrió.
En ese sentido El creyente no es sino una metáfora, por cierto casi tímida, elaborada a partir del clásico recurso del reduccionismo implícito en individualizar una generalidad. Nada de lo que debiera asustarse ni el más recalcitrante sionista; a menos, claro está, de que se recurra al manido expediente de acusar de antisionismo a todo aquel que no piense sionistamente. Intolerancia, pues.
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