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CARMEN MUÑOZ: CICATRICES QUE POR FIN RESPIRAN
Ahora tiene veinte nietos, pero cerca de ella no está ninguno de sus diez hijos. Parió cinco hombres y cinco mujeres, más una pequeña con un corazón que no le permitió seguir viva por mucho tiempo. Sin embargo, luego de tener a tantos seres a su alrededor, Carmen Muñoz (Xalapa, 1953) ha pasado muchos momentos de soledad. Ella y su cuerpo, ella y sus cicatrices, ella y sus miedos, ella y su desafío a la sociedad que durante una treintena de años la estigmatizó por ejercer el trabajo sexual.
De las esquinas en la Merced a la Casa Xochiquetzal, como una de sus impulsoras, hace un año ya que Carmen dejó su labor en la calle para apoyar a sus compañeras, mayores que ella en edad y abandono, a fin de ofrecerles un albergue donde vivan dignamente. Son mujeres de sesenta, setenta y más años que han ejercido la prostitución y hoy encuentran un colchón, comida y compañía en una casa tepiteña reconstruida en la Plaza Torres Quintero, en ese barrio lleno de alboroto humano.
No se maquilla. Es, quizá, porque no sabe hacerlo, o en recuerdo del día en que su padre la hizo salir a la calle después de mal pintarrajearle la cara como payaso por atreverse a usar un labial mágico. Ya no usa minifaldas ni zapatillas. Pero persiste su convicción de lo bien que se ven un par de piernas al aire, flotantes, como cuando desde los nueve años se sentaba frente a su casa para ver caminar a las muchachas que no portaban, como ella, vestidos y puños largos como una "monja". Así le decían sus compañeras de tercero de primaria, último grado al que llegó tras ser atropellada y por lo tanto postergar para siempre su retorno a la escuela. Tampoco porta el cabello más abajo de los hombros. Ahora es corto y entintado, a diferencia de cuando lo tenía largo y natural. Su papá (otra vez su papá) se lo trasquiló en castigo por haberse echado azúcar al tratar de espulgarse los granitos escondidos en la cabeza, como veía que lo hacían las mamás de sus vecinas, pequeñas como ella pero queridas.
Su madre era afanadora del Hospital General y su progenitor, padrote. Antes de cumplir los doce se fugó de la casa luego de una golpiza. Una anciana la protegió, le dio comida y juegos en San Juan Teotihuacán. Fueron, dice, los cinco meses más felices de su vida antes de encontrarse con el que sería su primer marido, un golpeador que la embarazó a los trece años. Nunca se le ocurrió denunciarlo porque el pavor la inundaba. Con él tuvo siete hijos, además de una quijada dislocada, cicatrices en las espinillas y quemaduras de cigarro en el cuello.
A los veintidós años tenía a siete bocas que mantener, sin apoyo del marido. Luego de estar en el servicio doméstico, con abusos de sus patrones que la acusaban de ladrona para no pagarle, optó por el trabajo sexual en el Centro. Oigámosla: "Empiezo a convertir mi libertad en libertinaje. Mientras mis hijos no sabían en qué trabajaba, empecé a probar lo que era el dinero, las drogas, el alcohol. Esto me envalentonaba frente al mundo. Lo que quería era divertirme y pensaba que con darles de comer a mis hijos cumplía mi misión. Mejoró mi autoestima: mientras vivía con un hombre que me decía que estaba para los perros, otros señores pagaban porque estuviera con ellos. Mi ego se elevó tanto que me dejé llevar."
Con la bebida y la droga sabía defenderse. No era la inútil a la que golpeaba el marido. Porque, paradójicamente, no fue violentada al ejercer el trabajo sexual: "Fui rebelde con mis clientes. Además, la primera pareja que tuve dentro de mi oficio sexual, me enseñó defensa personal. Y aun drogadicta, me distinguí por tener más educación y trato con los clientes, a quienes escuchaba y daba consejos. Aun ahora algunos me estiman." A tal grado esto fue real que uno de sus clientes se convirtió en su compañero de vida desde hace nueve años, y su esposo un lustro atrás.
Hoy, Carmen, otrora la Morena, se alejó de la droga y la calle. Si algo detesta es generar lástima y que piensen: "pobrecita". Nada de eso: vende relojes como su marido, sonríe y se dice contenta con ella misma y junto a él. Ya no da manutención a cinco familias porque acepta el dicho que con el oficio sexual no sólo se mantiene a la propia familia, sino a la del policía, al padrote, a la madrota y al hotelero. Eso sí, apoya a sus doce amigas de la Casa Xochiquetzal impulsada por el gobierno del df, Semillas, Seduvi y particulares. Un espacio poblado de años, vivencias y cicatrices que por fin respiran, como las de Carmen que lo único que esperan es tener una casa propia donde resguardarse, porque los hijos, esos que al enterarse de su oficio la negaron, esos los perdió para siempre.
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