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INTRADUCIBLE (III Y ÚLTIMA)
Para efecto de los órdenes metafísico y subjuntivo, pareciera que el lenguaje no tiene límites. Si metafísica es el material "bibliográfico" que se encontraba después de la física en los anaqueles de la Biblioteca de Alejandría, y el subjuntivo se refiere a la clase de conjugaciones de los tiempos hipotéticos de los verbos, puede conjeturarse que, para la descripción de asuntos intangibles, las palabras son capaces de precisiones y habilidades negadas para las cosas inmediatas y físicas de la percepción humana. ¿Esto se deberá a que los paisajes imaginarios toleran cualquier verbalización? Tal vez, pero éstos suponen un diseño proveniente de cosas y asuntos conocidos, pues nada puede imaginarse que no sea mezcla o derivación de lo ya existente en el mundo: el centauro es la mezcla de torso humano más cuerpo de caballo.
Explorando a los seres imaginarios, Covarrubias dice así del dragón en su Tesoro de la lengua española: "Serpiente de muchos años, que con la edad ha venido a crecer desaforadamente, y algunos dicen que a los tales les nacen alas y pies en la forma que los pintan. Díjose dragón [
] porque según escriben los naturales es de perfetísima vista. Entre las demás insignias que llevaban los romanos en sus estandartes era una el dragón, o para significar la suma vigilancia del capitán y el cuidado y solercia que había de tener en todo, y así le dan el epíteto de insópito, Ovidio, lib. 7: Terrigenasque feras insopitumque draconem." (Es curioso verificar que los latinismos solercia e insópito no cuentan con referencias cruzadas en el Tesoro, como si fueran palabras de uso cotidiano, aunque Autoridades resuelve la primera: "industria, habilidad, y altura para hacer, o tratar alguna cosa"; la segunda significa "desvelado, no dormido; inextinguible".)
Es notoria la manera en que el lenguaje, en el momento de aludir a sabores y colores, se pierde en intentos descriptivos que tienden a fracasar si no se tiene un conocimiento previo y empírico de los mismos pues, a la manera adánica, el dedo que señala parece superior a los esfuerzos verbalizantes: "¿Qué es el color verde?", "eso que ves ahí es el color verde"; "¿a qué sabe la manzana?", "a esto", respondió Eva, dándole un fruto a Adán, de donde sobrevinieron todos los males para la humanidad, según se cuenta en el Libro del génesis. ¿Cuál hubiera sido la combinación adecuada de palabras para que Eva pudiera describir ese sabor?
En otros lugares también se encuentran los límites entre física y metafísica: no conozco ninguna reflexión del doctor angélico acerca de colores o sabores, pero Tomás de Aquino, en la Suma contra los gentiles, se propuso la descomunal tarea de "demostrar", con herramientas humanas y palabras, la existencia de Dios (del cristiano, pues los demás son para él figuraciones idólicas). Así, en un célebre pasaje del libro i, xiii, dijo lo siguiente: "no se puede proceder hasta el infinito en la serie de causas eficientes [
], necesariamente se ha de llegar a una primera causa a la que llamamos Dios [
]; los seres verdaderos son aquellos que poseen el ser en grado más elevado [
], de donde se concluye que también se da algo que es el ser sumo, al cual llamamos Dios [
]; vemos en el mundo cosas de diversas naturalezas que concuerdan en un orden, no rara vez y como por acaso, sino siempre o por lo menos ordinariamente. Luego debe existir alguien cuya providencia gobierna el mundo, al cual llamamos Dios". Después de argumentar cosas como las precedentes, Tomás de Aquino consideró que la existencia de Dios había sido suficientemente probada
Sin embargo, de haber sido contemporáneo de Hawking y Borges, el filósofo escolástico hubiera tenido que enfrentar la posibilidad de que la causa eficiente del universo fuera el big bang aunque, con terquedad, sostuviera que detrás del gran disparo se encontraba Dios (las preguntas pueden prolongarse ad perpetuam pero, con Aristóteles, creía que hay un punto donde se deben detener: "¿qué Dios, detrás de Dios, la trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonías?").
Más allá de los géneros fantásticos (pero no metafísicamente), hoy la política desarrolla la capacidad de inventar sin definir, de mentir sin comprobar para decir sin sustentar. Bajo el dictum hitleriano de que mientras más grande sea una mentira, mayor será la credulidad de la gente (de ésos que Lenin consideraba "los tontos útiles"), quienes detentan el poder desean el continuismo. Mejor ubicar los límites de sus palabras huecas y desecharlas, junto con ellos.
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