Dice la ley brasileña que en las elecciones, que son realizadas en octubre, los partidos deben anunciar a sus candidatos en julio y que la campaña electoral empieza a finales de agosto.
Lo que se observa en la vida real no tiene ninguna relación con la ley. Para empezar, el ultraderechista Jair Bolsonaro empezó a actuar como candidato a la relección el mismo día en que ocupó por primera vez el sillón presidencial. Y quien sigue sus movimientos se da cuenta de que él ocupa 80 por ciento de su tiempo en actos cuyo único objetivo es la relección.
Sus viajes por el país sirven solamente para eso. Y con tal de cumplir con el objetivo, no ahorra esfuerzos: inaugura obras que no están listas, otras que fueron iniciativa de gobiernos anteriores y hasta un puente de madera con 15 metros de extensión por cinco de largo.
Previniéndose contra la posible derrota señalada en la totalidad de los sondeos y encuestas junto al electorado frente al expresidente Lula da Silva, Bolsonaro pasó a criticar de manera grosera y permanente a integrantes del Supremo Tribunal Federal que también actúan en el Tribunal Superior Electoral, instancia máxima en lo que a elecciones se refiere.
Mientras amenaza claramente con no reconocer la auscultación por urnas electrónicas, utilizadas en Brasil desde 1996 sin que jamás se haya detectado algún tipo de fraude, incentiva a los militares que lo rodean a también atacar tanto al Tribunal Superior Electoral, como a exigir que las elecciones vuelvan a utilizar votos impresos en papel.
Con eso mantiene al país en tensión permanente. No menciona bajo ninguna circunstancia, a no ser para eximirse de responsabilidad, la crítica situación económica y social, que lleva a más de la mitad de 212 millones de brasileños a no poder ingerir alimentos en la cantidad considerada mínima por médicos, especialistas y nutricionistas.
Se da por seguro que la campaña electoral este año será la más tensa de la historia, con altas posibilidades de actos de violencia por parte de los seguidores del ultraderechista presidente y fuerte confrontación entre los dos candidatos, Lula y Bolsonaro.
Mientras, y para burlar la ley electoral y evitar sus efectos, lo que hacen los partidos –sin excepción– es realizar “presentación de precampaña”. Exactamente lo que se anunció por parte del expresidente Lula da Silva y su “precandidato” a vice, el conservador Geraldo Alckmin, exgobernador de San Pablo.
Alkmin, en realidad, trae poquísimos votos para Lula. Los dos tienen electorados muy distintos. Su presencia como vice sirve, básicamente, para tratar de transmitir señales tranquilizadoras al mercado y al campo, mientras configura junto a otros partidos un frente amplio por la democracia.
Lula sigue como franco favorito para las elecciones de octubre. Los analistas destacan dos puntos específicos en los sondeos y encuestas.
El primer punto: cuando manifiestan su “voto espontáneo”, o sea, sin que les hayan presentado una relación de nombres, Lula tiene un promedio de 40 por ciento de intención, contra menos de 30 por ciento de Bolsonaro. En el llamado “escenario estimulado”, es decir, cuando nombres son presentados, Lula mantiene un promedio de 45 por ciento contra 31 por ciento de Bolsonaro.
Para la segunda vuelta, cuando solamente los dos nombres son llevados al entrevistado, 54 por ciento dice que votará por Lula, 34 por ciento por Bolsonaro y 12 por ciento que por ninguno, es decir que votarán en blanco o anularán su voto.
El otro punto destacado es el rechazo del electorado. De los encuestados, 60 por ciento aseguran que no votarían por Bolsonaro bajo ninguna circunstancia y 38 por ciento dicen lo mismo en cuanto a Lula.
Semejante escenario lleva al ultraderechista a adoptar actitudes cada vez más radicales. Bolsonaro tiene alrededor de 30 por ciento de electores fieles.
Su discurso beligerante y amenazador tiene como blanco exactamente esa parcela del electorado.
En tanto, Brasil enfrenta una inflación acentuada, que seguro funciona y funcionará como barrera para que Bolsonaro crezca entre la parcela más pobre de la población, que forma la inmensa mayoría del electorado. Desde hace un largo par de meses la inflación anual se mantiene en poco más de 12 por ciento, con énfasis en el precio de combustibles y, como consecuencia, de la alimentación.
Cuando se observan los aumentos acumulados en 12 meses, el cuadro asusta: la zanahoria aumentó 178 por ciento; el tomate, 103 por ciento, y el café, 67 por ciento. Son alimentos que desaparecieron de la mesa de las clases más bajas y también de buena parte de la clase media-media.
Entre marzo de 2020 y octubre de 2021, la carne vacuna experimentó un aumento de 134 por ciento.
Frente a semejante escenario, Bolsonaro no tiene otra salida que decir que en otros países la carne es mucho más cara que en Brasil. Suele mencionar a Canadá como ejemplo, olvidando un pequeño detalle: la renta promedio de un canadiense es más de 10 veces la de un brasileño.
Para la mayoría del electorado, Canadá es nada más que un país lejano, mientras Brasil es una realidad que duele cada vez más.