Después de ofrecernos una actualizada taxonomía de lo que él mismo bautizó como “hiperglobalización”, el colega y profesor de Harvard, Dani Rodrik, nos propone una meditada conclusión sobre un asunto que rehúye cualquier tipo de punto final. La historia, se ha comprobado, no ha llegado a su fin y entre sus pliegues y despliegues ahora nos vemos colocados ante un desafío existencial, para la especie y para el mundo; particularmente grave para los conjuntos humanos “fronterizos”, con su historia y la historia del mundo, que es nuestro caso.
“Nuestro mundo futuro, dice Rodrik, no tiene por qué ser uno en el que la geopolítica triunfe sobre todo lo demás y los países (o bloques regionales) minimicen sus interacciones económicas entre sí”. Y tiene razón el profesor que sabe el peso que tienen las acciones y omisiones humanas. “Si ese escenario distópico se materializa, no será debido a fuerzas sistémicas fuera de nuestro control. Al igual que con la hiperglobalización, será porque tomamos las decisiones equivocadas”. (Dani Rodrik, “Una mejor globalización podría surgir de las cenizas de la hiperglobalización”).
Lecciones ucranias no cursadas sobre las veleidades de la seguridad nacional y binacional, y decisiones equivocadas ante la guerra criminal desatada por la agresión rusa, han impuesto una dura y dolorosa situación, convocando a los peores fantasmas de la “hiperglobalización”, desbocada desde el fin de siglo. El mundo está ante espectros que se han vuelto realidades ominosas, de carne, plomo y hueso, y amenazas de neutrones y protones. Poco espacio para imaginar salidas intermedias.
Complicado se presenta el camino para conformar una auténtica realidad global marcada por esfuerzos grandes y pequeños de cooperación para el desarrollo, construcción de nuevas reglas para intercambios intensos y extensos de trabajo y mercancías, de capacidades tecnológicas y servicios financieros, para construir una paz duradera y productiva como lo ha diseñado y propuesto Naciones Unidas al aprobar sus objetivos de desarrollo sustentable como gran objetivo del mundo. Agenda dibujada al borde de la angustia planetaria que el cambio climático ofrece como escenario único para dar fin a esa “híper” euforia de la peor manera.
Aprovechar lo que no puede sino empezar a designarse como crisis global, siempre es tentador para algunas mentalidades del subdesarrollo, aunque las más de las veces se ha probado un mal viaje. Lo malo ahora es que parece haberse apoderado del gobierno de México, incluso de sus núcleos pensantes y con mirada estratégica. No encuentro otra manera de tratar de darle alguna racionalidad a las posturas del presidente López Obrador a su paso por Centroamérica y al terminar su periplo caribeño.
De no ser así, tendríamos que asumir la evidencia triste de que la política externa responde a ocurrencias presidenciales, sin pasar por los filtros y acondicionadores usuales. Equilibristas sin barra ni red de protección.
Poner condiciones en público a Estados Unidos en su empeño de hacer una “cumbre” de las Américas con derecho de admisión, puede ser visto como osado o irresponsable. Es mucho lo que desde hace más de 20 años México ha puesto en juego para tratar de construir unas plataformas de producción e intercambio que, eventualmente, permitan mejorar los niveles de vida para todos. Lo que, por cierto, todavía está por verse.
El camino hacia una nueva y mejor globalización, por justa y eficaz, no está trazado. No tenemos ninguna seguridad. Azaroso como siempre lo ha sido, el mundo de hoy se ha vuelto letal y peligroso, incierto y veleidoso. El Presidente y sus corifeos parecen no estar dispuestos a tomar nota; lo suyo es abocarse a un riesgoso nintendo con su socio, vecino y hegemon apelado Estados Unidos de América. Esto no es jugar con fuego sino a los quemados. A un perder-perder numantino y sin sentido.