Recién apareció otro libro del doctor José Cueli, cuya pasión por el conocimiento, las letras y la fiesta de los toros lo convierten muy probablemente en el columnista taurino más original del mundo, poseedor de una prosa cuyo estilo le permite poetizar sus crónicas y comentarios, mientras que algunos, si bien nos va, lo más que conseguimos es politizar esta maltratada fiesta, ojo, primero por los malos taurinos y después por animalistas, antitaurinos y politicastros futuristas que, independientemente de la ideología que pretendan defender, adoptan y promueven las consignas del pensamiento único y el Consenso de Washington.
Lo que denominé el síndrome Chávez-Correa, ya que, sin darse cuenta, ambos mandatarios, al haber permitido que la fiesta de los toros fuese prohibida en las capitales de Venezuela y Ecuador, lejos de descolonizar y modernizar a sus respectivos países, le hicieron el juego a los autores y propagadores del nefasto pensamiento único que decide y aprueba lo que debe ser política, económica y culturalmente correcto, para debilitamiento y desmemoria de nuestros pueblos. Otra cosa hubiera sido reglamentar mejor la fiesta de toros en esos países y meter en cintura a unas acomplejadas élites taurinas.
Por ello, Cueli, cofundador de La Jornada, insiste desde hace casi 38 años, en que la fiesta de los toros más que oro y seda −¿sed de oro?−, también es poesía, inteligencia e inexplicables sensaciones ante esa milenaria devoción táurica, que contra viento y marea sobrevive en este manicómico planeta que rechaza las locuras y transgresiones no aprobadas por los que se quieren dueños del mundo.
Con bondadosa erudición, en su alucinante, rico y generoso libro Quijote torero, editado precisamente por La Jornada, en ejemplar congruencia con la tolerancia vigilante que caracteriza las páginas de este diario, José Cueli, torero de la vida y lidiador del corazón, se desborda con el entusiasmo privativo de los espíritus jóvenes para declarar, urbi et orbi, como pontífice laico de sus convencidas creencias, su inalterable devoción por el rito táurico, por las artes y por el pensamiento crítico, luego de más de seis décadas de fructífera labor académica y sicoanalítica.
Incansable renacentista, con su reciente libro Cueli sorprende, amedrenta, impone y disuade, tanto a taurinos de cepa como a villamilenials, de intentar aproximarse a su trabajo con un olé mecánico, pues la variedad y calidad de temas y textos rebasa, por mucho, lances y muletazos. ¿Entonces no es un libro de toros? Desde luego que lo es. La feliz inclusión de varios ensayos alusivos, así como de pinturas, grabados, dibujos y fotografías sobre el tema, así lo demuestra. Y además el guiño que el autor hace al lector con sus inspirados comentarios taurinos en La Jornada, intercalados en el extremo derecho de las páginas impares del libro, para que el leyente tenga muy claro que profundidad no mata deslumbramiento, y que una vida dedicada a estudiar, a apoyar y a enseñar no inhibe raptos de una emoción primigenia e inexplicable.
La aparición de este Quijote insólito, nos debe alegrar a cuantos amamos la cultura y, dentro de ésta, a la tauromaquia, hace mucho dejada de la mano de las instituciones oficiales. El enorme esfuerzo que ha significado el contenido literario y gráfico de tan magnífico libro, obliga a su adquisición y amplia difusión, pues joyas como esta enorgullecen a la comunidad donde surgen y al pluralismo inteligente de La Jornada. Enhorabuena, Pepe, que mi óptica mexiquera no impide por ti mi admiración sincera.