Basta un rápido repaso de la cartelera comercial para ver que sus ofertas rutinarias siguen representando un estímulo muy precario para el placer cinéfilo. La saturación de blockbusters de acción, cintas de superhéroes, comedias románticas sin gracia, –más pronunciada en temporadas vacacionales–, parece ahora ser ya un fenómeno endémico que ocupa la casi totalidad de las salas de exhibición durante todo el año. Existe por supuesto ese paliativo cultural que son las llamadas salas de arte en los complejos cinematográficos, pero su cuota de pantalla, su visibilidad y relevancia son, por decir lo menos, bastante limitadas. Queda la labor encomiable de las pequeñas salas independientes –cine Tonalá, Cinemanía, Casa del Cine, entre otras– cuya programación responde a criterios estrictos de difusión cultural, y que por fortuna consiguieron sobrevivir a los momentos de mayor impacto de la pandemia, aun cuando hasta la fecha ese circuito alternativo no haya podido ampliarse de un modo significa-tivo y consistente. En este contexto, cabe destacar la importancia del regreso a la Cineteca Nacional del Festival de Cine Europeo, cuyas funciones presenciales se vieron interrumpidas durante los dos pasados años por razones sanitarias. Este acto, organizado a escala internacional por la delegación de la Unión Europea en coordinación con diversas embajadas, presenta este año veinte largometrajes representativos de la producción fílmica más reciente de aquel continente.
Entre las propuestas más sugerentes del festival figuran País de sombras (Bohdan Sláma, 2019), coproducción checoeslovaca que entrecruza las experiencias de diversos personajes en una comunidad enclavada en la zona fronteriza entre Austria y la República Checa, durante las décadas de los treinta y cincuenta del siglo pasado, periodo de gran efervescencia social y política que obliga a cada personaje a asumir una clara postura moral ante los acontecimientos que rebasan y cuestionan sus expectativas y certidumbres. También otro retrato colectivo, Las propiedades (Tiago Guedes, Portugal-Francia, 2019), coproducción franco portuguesa, filmada en blanco y negro, que presenta un largo recuento histórico para analizar la evolución de un enorme latifundio en Portugal donde se contrasta la opulencia de la clase terrateniente con un entorno permanentemente empobrecido, evidenciando así la polarización social y sus inevitables desbordamientos. La película Siervos (Ivan Ostrochovsky, Eslovaquia, República Checa, Rumania, Irlanda, 2020), refiere el conflicto moral de dos hombres religiosos enfrentados a la maquinaria totalitaria que en la Polonia de los años ochenta, bajo el régimen neoestalinista de Jaruzelski, procuró someter, hasta su posible aniquilación, a la Iglesia católica. En un registro similar, La pequeña camarada (Moonika Siimets, Estonia, 2018), evoca la experiencia de una niña de seis años que vive, con desconcierto y pavor, la reclusión de su madre en un campo de concentración en Siberia durante la época de terror estalinista de los años cincuenta. Por su parte, Dioses de Molenbeek (Reeta Huhtanen, 2019), coproducción de Finlandia, Bélgica y Alemania, adopta el punto de vista de dos niños para adentrarse en el pulso diario del barrio de Molenbeek, en Bruselas, un inesperado enclave de la actividad terrorista de la yihad en el corazón de Europa. Otro relato con protagonistas infantiles es la cinta austriaca Oskar & Lilli (Arash T. Riahi, 2020), emotivo drama sobre el peligro de deportación, eterna espada de Damocles, que vive una familia de refugiados chechenos en una capital europea. Esta historia de desarraigo tiene un eco sugerente en Mi casa (Radu Ciorniciu, Rumania-Alemania-Finlandia, 2020), donde se narra la experiencia de una familia rumana (nueve niños y sus padres), obligada a desplazarse de su cotidianidad rural hacia la ciudad de Bucarest debido a una expropiación de terrenos. La forzosa migración interna de una familia rumana es aquí un correlato elocuente del fenómeno global de inmigración que convierte en parias indefensos a tantos otros miles de ciudadanos alejados de su país de origen. Un abanico muy atractivo de experiencias más intimistas, presentes en las 13 películas restantes, completa esta radiografía social de una Europa en mutación y redefinición constantes.
El Festival de Cine Europeo se exhibe del 12 al 22 de mayo en la Cineteca Nacional. Horarios y sinopsis: www.cinetecanacional.net