uenos cambios le han sucedido al Festival de Biarritz, pues desde mayo se nombró delegado general al amigo y colega francés Jean-Christophe Berjon (quien vive en México, por cierto). Entre otros atractivos, se le encomendó al realizador brasileño Kleber Mendonça Filho la curaduría de una retrospectiva breve del cine de su país. También habrá una conferencia con el escritor cubano Leonardo Padura sobre la novela policiaca. Y las secciones competitivas se antojan especialmente fuertes, con algunos títulos que podrán verse en el próximo Festival de Morelia.
En la inauguración del festival, al que asisto por vez primera, se pudo constatar su capacidad de convocatoria, pues ahí estaban Laurent Cantet, el documentalista Nicolás Philibert y el venezolano Lorenzo Vigas (estos dos últimos son miembros de diferentes jurados), además del chileno Sebastián Lelio y el propio Mendonça.
La película inaugural fue la argentina El suplente, de Diego Lerman, que recién compitió en San Sebastián y obtuvo un inopinado premio de actuación para la niña Renata Lerman, hija del director. Su tema no es nuevo, pues trata de cómo un maestro de literatura (Juan Minujín) se enfrenta a un grupo de estudiantes apáticos en una escuela libre de un barrio popular de Buenos Aires. Además, el hombre enfrenta diversos problemas que trata de resolver con un raro sentido de la responsabilidad. Entre ellos, la precaria salud de su padre (el infalible chileno Alfredo Castro) y la presencia de un narco que vende droga al alumnado.
Lerman no acaba de resolver algunas de sus diversas subtramas y quedan cabos sueltos, pero El suplente tiene convicción narrativa y uno se cree, al final del curso, que los alumnos sí han sido transformados.
Eso fue anoche. Hoy las actividades en la competencia de largometrajes de ficción comenzaron con la proyección de la argentina Punto rojo. Cabe anotar que la numerosa asistencia se componía en su gran mayoría de miembros de la tercera edad (demográfica a la que pertenezco, con resignación). Sumados a grupos de colegiales reclutados. Así, las toses que se escuchaban no eran necesariamente síntomas de covid-19, sino de algún enfisema.
Ya exhibida en México en la más reciente edición del festival Macabro, Punto rojo, de Nic Loreti, es una comedia negra resuelta básicamente con tres personajes armados, un auto (con su cajuela), una caja misteriosa y bastante violencia. Habla bien del director que el asunto se sostiene bien en su conciso metraje, hilado absurdamente por un concurso de radio de trivia sobre el equipo Racing.
También se pudo ver Tengo sueños eléctricos, ópera prima de la costarricense Valentina Maurel, que en el recién concluido Festival de San Sebastián obtuvo el premio de la sección Horizontes latinos y en Locarno se llevó premios a los actores y a la directora.
Ciertamente es un debut promisorio sobre el despertar sexual de una adolescente de 16 años llamada Eva (Daniela Marín Navarro), quien lleva una conflictiva relación con su padre (Reinaldo Amien Gutiérrez), un pobre diablo con arranques de furia que, recién divorciado de su desdibujada esposa, busca un departamento para vivir solo.
Maurel demuestra una notable sensibilidad para captar el sube y baja emocional de su protagonista en sus primeros escarceos amorosos, con toda su fijación edípica y su apego a un gato temperamental.
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