espués de tres años de incertidumbres y controversias, se llegó a un acuerdo sobre el sitio donde se instalará la escultura gigante Les Tulipes (Los tulipanes), ofrecida a París por el multimillonario artista estadunidense Jeff Koons: un espacio libre de la capital, atrás del Petit Palais. En principio, se trata de un homenaje a las víctimas de los atentados terroristas que enlutaron a Francia en diversos lugares de París, como el célebre salón de espectáculos Bataclan y varias terrazas de cafés el 13 de noviembre de 2015. De entrada, numerosos observadores se preguntaron de qué manera un ramo de enormes tulipanes metálicos, de colores vivos y más rutilantes uno que otro, constituía un homenaje a las víctimas y qué misteriosa relación podía establecerse entre los tulipanes y los muertos. Los más críticos afirmaron que se trataba, en efecto, de un homenaje, pero de Jeff Koons a él mismo: a su propia persona de artista provocador, así como a la instalación espectacular de su obra gracias a una gigantesca promoción publicitaria de sus producciones.
La controversia se levantó desde el principio del proyecto porque el generoso donador pidió, en primer lugar, que se le ofreciera una acogida gloriosa a su regalo. Para ello, la instalación de sus tulipanes debería ser ubicada en uno de los sitios con mayor prestigio de París: la plaza del Trocadero, en el centro mismo del Palais de Chaillot, entre los dos pabellones que alojan respectivamente el Musée de l’Homme, el de la Marina y el de la Arquitectura y el Patrimonio Nacional. Este lugar ofrece la más bella perspectiva de la torre Eiffel, situada enfrente, al otro lado del Sena. Querer colocar ahí el gigantesco ramo es una enorme pretensión que desencadenó de inmediato un enorme rechazo. Tal parece que el kitsch artista industrial Jeff Koons tuviera una preferencia por lo enorme. Para hacer sus obras, este ‘‘artista plástico” actúa en la misma forma que un patrón de empresa industrial. Emplea una centena de asistentes que trabajan como obreros de una fábrica y producen objetos enormes, voluminosos, esculturas infladas como sus Balloons Dogs, las cuales toman así proporciones desmesuradas.
Lo que de seguro se infla es la cuenta bancaria del principal interesado: Jeff Koons. Evidentemente, el Trocadero le fue negado, pero halló cómo consolarse con los coleccionistas de preferencia industriales multimillonarios (¿sus modelos?), los cuales se arrancan sus producciones a precios siempre enormes como enorme es todo cuanto rodea a este artista. Es curioso notar que la palabra pop art se da muy a menudo a esta escuela de creadores. En su origen, pop art significaba arte popular. Era la intención de romper con el arte de la pintura que reinaba desde hacía siglos, considerado elitista y reservado a las clases sociales beneficiadas por una cultura y una educación privilegiadas. Para ser moderno, fue entonces necesario volverse accesible comprendido por todos. Proponer las esculturas más simples que fuera posible, semejantes a juguetes infantiles. Aceptar los métodos de los grandes medios de comunicación, utilizar las técnicas de los anuncios publicitarios que inundanlos muros de todas las ciudades y que cada quien puede ver por todas partes si sale de su casa y se pasea en la calle. Andy Warhol, Damien Hirst y otros artistas se hicieron conocer en esta corriente.
Cabe preguntarse en qué forma el cráneo humano que Hirst cubrió con mil 800 diamantes es representativo de un arte llamado popular. ¿Debe pensarse que la obsesión del pueblo es ser cubierto de diamantes? ¿O que los diamantes y dólares que representan son más bien la obsesión del provocador que osó exhibir este peculiar objeto presentándolo como un hallazgo genial, una obra maestra contemporánea?
Algunos supuestos creadores ofrecen regalos que revelan la idea que tienen de los otros y del pueblo. Menos noble que la ilusa idea de estos artistas sobre sí mismos.