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Ver día anteriorDomingo 11 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La fiesta en paz?

Hipótesis // Taurofilia a la gringa // El nocivo centralismo taurino

U

na hipótesis obvia: los antitaurinos más eficaces se encuentran dentro de la gestión, organización y promoción de la propia fiesta de los toros, al haber monopolizado, modernizado y tergiversado el milenario encuentro sacrificial entre toros y hombres, despojándolo de su añeja emocionalidad al reducirlo a espectáculo predecible y monótono para beneficio de unos cuantos.

No son, pues, animalistas ni ecologistas ni ambientalistas ni modernistas ni globalizonzos ni partidos decadentes los principales enemigos de la tauromaquia, sino aquellos detentadores de un poder financiero que, con el apoyo de gobiernos neoliberales, decidieron dar la espalda a la mejor tradición taurina –bravura y competitividad–, a la normativa –reglamento sistemáticamente inobservado–, a un elemental manejo empresarial –despreocupación de tener las plazas semivacías– y al público –expulsado gracias a esa antojadiza oferta de espectáculo.

Como consecuencia de este mediocre desempeño taurino-empresarial, la ONU y la Unesco, dóciles voceras del pensamiento único anglo-sajón, avalan las demagógicas e insostenibles posturas dizque científicas del Comité de los Derechos del Niño, empeñado en proteger a la infancia frente a la violencia de la tauromaquia, ya que los menores son expuestos a situaciones de extrema violencia y de peligro para su integridad no sólo sicológica, sino física. Esta postura de la ONU repite, como loro, que la tauromaquia es una práctica violenta y como tal fomenta la violencia. De nuevo, a confundir la gimnasia con la magnesia, que la consigna es debilitar a los pueblos menos civilizados.

Desde esta óptica por lo menos torcida, por no decir idiota, ¿qué se puede decir de los millares de homicidios causados anualmente por la demencial pero redituable venta de armas a los atemorizados ciudadanos gringos? País de inobjetable poder económico, científico y tecnológico, aunque no moral, carece de tradición taurina y, no obstante, en Estados Unidos en dos días fueron asesinadas 34 personas por enfermos mentales armados, y en sus principales ciudades constantemente se efectúan balaceras e incontables actos de violencia.

¿Dónde quedó la bolita, onus, unescos y aliados que los acompañan? El trastornado que causó la matanza en El Paso, Texas, ¿era asiduo a los festejos taurinos en Ciudad Juárez? El loco que asesinó a 10 e hirió a otras treinta en Dayton, Ohio, ¿vio corridas de toros en España o Francia? Los sicópatas gringos, digamos de Columbine, Colorado, para acá, ¿de niños vieron cómo se picaba y mataba a estoque a reses más o menos bravas? Las legiones de soldados y marinos que Estados Unidos manda a proteger la democracia y el petróleo en distintos países, asesinando además a millares de civiles, ¿eran aficionados prácticos o quisieron ser novilleros?

Otro de los criterios equivocados de los propios taurinos que han contribuido al deterioro de la fiesta, es un obsoleto centralismo que, lejos de fomentar la imitación de un modelo de administración en el resto del país, sólo ha contribuido a la proliferación de violaciones, fraudes e inercias en la mayoría de las empresas, a merced también de la voraz globalización taurina de España. Hace décadas que la Plaza México vio pasar sus mejores años como la Catedral Taurina de América para sumarse, sin que nadie cuestionara a sus autorregulados administradores, al neocolonialismo impuesto por ventajistas figuras españolas, en una sudamericanización que debilita la tradición tauromáquica del país.