Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Para luego es tarde
A

unque hace tiempo que desistí de estudiar numerología y todo tipo de simbología más o menos fundamentable que encontrara, he seguido buscando, en los números y en mis experiencias en general, el sentido particular que, por ejemplo, las fechas representan en mi existencia.

De este modo, a mí simplemente no puede parecerme trivial que la carta que firmó mi padre, dirigida al arrendatario que me la exigió para poder rentarme el primer, y de hecho el único, departamento de soltera que puse cuando (¡por fin!), a mis 25 años de edad, universitaria y profesora e investigadora de El Colegio de México, me salí de la casa paterna, estuviera fechada el 4 de julio de 1973. A pesar de que mi padre conservó la nacionalidad y la ciudadanía de Estados Unidos hasta el día de su muerte, nonagenario, en la Ciudad de México, él ni siquiera habrá advertido que de su puño y letra fechaba mi independencia precisamente el día en que su país celebra su independencia propia. En todo caso, a él le pareció más importante señalarme, y con el paso del tiempo ha ido aumentando en mí la duda de si no habrá tenido razón en su señalamiento, al que, por otra parte, en aquel momento me opuse desafiante y férreamente, como sólo he hecho en aquella ocasión y a aquella edad, que, en vista de que yo había tomado la decisión de salirme de casa, tarde según su experiencia personal, por qué no me iba de una vez del país, por qué cometía la debilidad, la flaqueza, de mudarme prácticamente a la vuelta de la casa de familia, el hogar que yo tanto quería atreverme a dejar atrás. Con tal de no ceder en mi valentía, no confié en él, en primer lugar, que estaba resuelta a separarme de mamá, pero no tanto; ni, en segundo lugar, mucho menos, que estaba enamorada, y que con la mudanza lo que pretendía no era sino acercarme más, aunque todavía no tanto, a mi enamorado. El hecho es que conservo la carta de mi liberación firmada por mi padre el Día de la Independencia de su país, que en 1776 se independizó del Reino Unido, que en 1973 celebraba su aniversario 197.

Así las cosas, cuando el otro día W me persuadió a poner fecha a nuestra mudanza de Coyoacán a Chimalistac, que nos ha estado llevando más etapas de las que la lógica consideraría normales, como en ese momento corría el mes de junio, osadamente aventuré la del 14 de julio, en este caso no tanto porque en esa fecha Francia celebre el inicio de su Revolución, como porque su himno, La Marsellesa, a mí siempre me ha emocionado de forma muy particular. A lo largo de las décadas, con frecuencia me he repetido, o se ha repetido en mí, en diversas circunstancias y situaciones por las que he pasado, una de sus líneas iniciales, ha llegado el día de gloria, desde que oí el himno y lo empecé a cantar dócil y emocionadamente en segundo o tercero de primaria, en el colegio francés al que asistí, cuando ciertamente ignoraba por completo el significado de la palabra gloria, por no decir que tampoco habré entendido, si es que la monja correspondiente nos lo llegó a explicar, ni qué era una revolución ni, quizá mucho menos, a qué se podía referir la tiranía de la que los revolucionarios pretendían liberarse.

Por fortuna, a W mi propuesta le pareció precipitada, pues, al mismo tiempo que levantaba las cejas, comedidamente me sugirió que procuráramos que la fecha fuera en el mes de agosto. Y de inmediato propuse entonces el día 15, pues era la fecha en la que en el primaria francesa a la que yo había asistido, el Instituto Asunción de México, celebraba su fiesta, y que por lo tanto, aparte de su simbolismo particular, a las alumnas, que en aquellos años éramos muy pocas, un puñado por grupo y empezó únicamente con un par de grupos, nos preparaban una tarta que nos encantaba. W acogió la fecha, incluso con gusto, pues, para él, que nació en Barcelona, el 15 de agosto empieza la celebración de la Fiesta Mayor de Gracia, que dura una semana y que es una celebración de barrio particularmente alegre.