Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Lalo Pascual
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uve con Lalo Pascual una amistad larga y generosa. Arranca a principios de los sesenta y no terminará nunca. Fue, de principio a fin, una relación íntima donde el afecto y el respeto se mezclaron siempre con el gusto por el gusto plasmado en el buen vino, la conversación intensa sobre el cine y las novelas negras y el intercambio comprensivo, no pocas veces agresivo y provocador, sobre nuestras convicciones ideológicas, nuestros juicios políticos…

Entre nosotros, Lalo fue un festivo cultor de la memoria, la suya desde luego, pero también del mundo y del país. De ahí que Lalo y la historia se hayan convertido en una y la misma cosa. Y su permanente vigilancia del mundo como pretexto para sus fantasías de espía internacional.

Cómo no recordar los mil y un corridos de la Revolución, entreverados por canciones de la Guerra civil española, anécdotas de Buelna, Villa o Zapata y el incansable buscar de lecciones que actualizaran nuestros anhelos de cambio político y social para aquel México de los años sesenta. Cuando la revolución cubana encendía los ánimos de los líderes estudiantiles que se proclamaban revolucionarios, dispuestos a seguir a Cárdenas y al MLN, defender a Cuba y alistarse en el ejército de voluntarios.

Cómo no asociar aquellos gestos con su lealtad, de Lalo, Óscar González, Eliezer Morales y sus camaradas del grupo Linterna; a Vallejo, Campa, don Gilberto Rojo, presos políticos arbitraria e ilegalmente encarcelados por años.

Y, a la vez, cómo no recordar sus lecciones de política-política, que llevaron a la constitución de una coalición que, para muchos observadores o militantes de la izquierda universitaria no era imaginable: las vanguardias del PC hegemonizando a los priístas progresistas, tejiendo compromisos con las autoridades universitarias, de la larga amistad con el maestro Mújica, y de nuestra escuela apoyando y defendiendo al rector Chávez…

Todo eso vivimos y aprendimos, como aprendices y aficionados, en lo que fue el matraz fundamental de nuestras respectivas educaciones sentimentales y políticas en aquellos años que desembocarían en el magno movimiento del 68.

Remembranzas y efemérides que le daban a aquella izquierda un sabor local y atractivo de fiesta, entre folklórica, mexicanista y cosmopolita. Luego vendrían, gracias en especial a nuestro querido Óscar (González), los contactos que, en el caso de varios de nosotros, se volvieron militancia con don Rafael Galván y el STERM, luego la Tendencia, acosada y agredida por el charrismo y el gobierno, pero también por una izquierda que poco pudo entender de su significado histórico y transformador.

Lalo y yo vivimos momentos que siempre recordamos como extraordinarios, como mitos particulares que nos hicieron crecer y madurar. Del sector público en Planeación y la asesoría de Carlos Tello en la secretaría de la Presidencia al París convulso y extraordinario de mayo del 68 y, ya de vuelta, a las esperanzas, confusiones y angustias de nuestro 68. La angustia laboral y personal, y la inevitable comparación entre la barbarie desatada a partir de septiembre de aquel año, con lo experimentado por él en Francia tras las batallas de Gay Lussac que lo llevaron al bote parisino y a recibir una golpiza por la guardia de aquel país.

Larga marcha pues a través de instituciones y de las revoluciones que se marchitaban y obligaban al más genuino y doloroso de los revisionismos. Pero no a olvidar las hazañas y heroísmos de los mexicanos, soviéticos y cubanos que formaron el santoral laico de aquellas generaciones. SPP, OLADE y la ONU, la industria de bienes de capital y vuelta al origen: a la clase siempre imaginativa de historia de la economía y su pensamiento, al servicio universitario en Educación Continua de la Facultad (Economía) o en la asesoría de su amigo Leonardo Lomelí en la secretaría general de la UNAM.

No es ésta una hoja de ruta que quiera dar cuenta de las ocupaciones laborales, públicas o académicas de Lalo. Es sólo una brevísima, fragmentaria ayuda de memoria; un mínimo testimonio que comparto con sus amigos, familiares y colegas. Un recuerdo que, como el de otros amigos queridísimos, ennoblece y obliga a un ejercicio comprometido con la memoria. La mía y la de muchos más.

De hecho, es el único remedio que hoy tengo a la mano para llenar ésta y otras ausencias. Creo que a diferencia de la lectura, la escritura o la invención artística que, en ocasiones, son actividades que suelen exigir soledad y silencio, en ausencias entrañables y queridas como la que hoy, aquí, evocamos de Lalo, sólo la memoria compartida alivia y empuja, salva.

Termino nada menos que con Epicuro, lo que sin duda me hubiera merecido una burla sangrienta de su parte: De los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.

Texto leído en el Homenaje póstumo a Eduardo (Lalo) Pascual Moncayo, a ocho meses de su fallecimiento (25/11/18). Ciudad Universitaria, Facultad de Economía, 7 de agosto 2019