Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 6 de septiembre de 2015 Num: 1070

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Qué hay por Europa?
Yordán Radíchkov*

Bangkok, puerta
de Indochina

Xabier F. Coronado

Mariano Flores Castro
y Máximo Simpson

Marco Antonio Campos

Ecológica
Guillermo Landa

La interioridad
(o la paradójica
edificación de un hueco)

Fabrizio Andreella

Israel y Palestina:
coincidir en la resistencia

Renzo D’Alessandro

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Naief Yehya
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Doris Salcedo: duelo, memoria y silencio

I

El arte político a menudo peca de ser solemne, santurrón, desechable y manipulador. A menudo es tóxico, kitsch y demagógico. Sin embargo, podemos pensar a la inversa en ejemplos como Desastres de la guerra, de Francisco Goya o en Guernica, de Picasso. La diferencia entre obras como éstas y trabajos de realismo socialista (o fascista) y de denuncia es que transmitir un mensaje político no es lo mismo que representar el dolor y la tragedia de las víctimas de la violencia criminal o política (que a menudo colindan y se intersectan) sin explotarlas en beneficio de una causa. Desde hace décadas, el trabajo de la colombiana Doris Salcedo (1958) se ha enfocado en la devastación y la catástrofe social que ha dejado la violencia gubernamental y criminal, así como la guerra contra el narco. Las desapariciones, secuestros, asesinatos, atentados y fosas comunes clandestinas son el contexto de una obra austera y perturbadora que consistentemente crea una sensación de ausencia, pérdida y abandono.

II

El Museo Guggenheim ha organizado una retrospectiva de tres décadas de la obra de esta artista, titulada simplemente Doris Salcedo, la cual ha sido instalada en los cuatro pisos de las galerías de la torre del museo y no en la emblemática galería rampa espiral de la rotonda. Esto que usualmente podría percibirse como un acto de desdén en realidad ha sido una estrategia acertada, ya que la obra de Salcedo se aprecia mejor en salas cerradas (ligeramente claustrofóbicas) mientras que la iluminación y el plano inclinado de esos pisos sería una distracción. Estas salas en cambio imprimen una sensación institucional a las piezas y se evoca por momentos una prisión, un hospital o una morgue. Nada en las piezas minimalistas de esta artista nacida en Bogotá contiene referencias específicas a crímenes o atrocidades. No hay elementos didácticos, no hay denuncias a políticos o criminales específicos, sin embargo, buena parte de sus obras alude a eventos catastróficos del pasado reciente. El espacio doméstico es reconstituido en un dominio frío e inhabitable. Sus sillas, camas y armarios descuartizados y rearmados en formas caprichosas que luego rellena con cemento, hablan de una desaparición de la intimidad. De cuando en cuando, entre el concreto vaciado en cajones, podemos ver artículos personales encapsulados en sólidas masas grises. Ropa y otras posesiones humanas que han dejado de tener sentido tras la desaparición de sus dueños sirven como obstinados recordatorios de otros tiempos, rastros para una arqueología de la inhumanidad.

III

Este hostil mobiliario de la angustia pone en evidencia que durante los años de la Guerra sucia el hogar no ofrecía más refugio que la calle. Las instalaciones de estos objetos torturados crean paisajes de devastación que recuerdan ciertas atmósferas del cine de horror, de una amenaza a la integridad personal que se esconde en objetos sólidos, inexpresivos e inútiles. Por otro lado, Salcedo ha producido arte público impactante, así como obras e intervenciones en diversos espacios en el mundo, como aquellas mil 150 sillas apiladas en un terreno baldío en Estambul o  Shibboleth, la cisma o fractura en el piso de la Sala de Turbinas de la Galería Tate de Londres. De cualquier manera, estos trabajos, independientemente de su dimensión, tratan de una u otra manera sobre el duelo y el dolor. Salcedo tiene como principal objetivo ser fiel a la experiencia de las víctimas y sus familiares, de manera que intenta crear una obra “que no tiene que ver con ella”.

IV

La pieza Atrabiliarios (1992-2004) es un amargo homenaje a la memoria de mujeres desaparecidas en el que emplea zapatos y otros objetos femeninos dispuestos, casi como si se tratara de reliquias religiosas, en nichos creados en la pared del museo, cubiertos por un fino pergamino translúcido que permite ver borroso el contenido y que a su vez está cuidadosamente cosido al muro. Plegaria muda (2008-2010) es una serie de mesas de madera, una montada sobre otra, con una capa de tierra entre ambas y con las patas hacia arriba, en la que crecen espigas de pasto. Al recorrer el laberinto que se forma con estas extrañas y simples formas, se tiene la impresión de atravesar un cementerio en donde los rectángulos recuerdan tumbas y las patas parecen implicar lápidas anónimas. Una de las obras más fascinantes de la muestra es la reciente A flor de piel (2014), realizada en homenaje a una enfermera colombiana que fue torturada y asesinada, y que consiste en una gran mortaja o lienzo hecho de pétalos de rosa cosidos que dan la impresión de ser una inmensa piel. Es difícil saber si el calificativo de arte político puede aplicarse al trabajo de Salcedo; sin embargo, pocos artistas como ella logran transmitir el malestar y la angustia de un mundo violento y sin justicia.