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Miguel Ángel Buonarroti, Il Divino
Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti, las dos luminarias del Renacimiento, convivieron bajo el mismo techo en exposiciones paralelas en el Museo del Palacio de Bellas Artes. La muestra de Leonardo, recién reseñada en este espacio, concluyó hace dos semanas, en tanto que la de Miguel Ángel sigue atrayendo multitudes y permanecerá hasta el 27 de septiembre. A decir de los organizadores, es la exhibición más nutrida del creador florentino que se haya presentado en América Latina. Quizás son pocos los trabajos (veintinueve) que se reunieron del protagonista de la muestra y no todos son precisamente “obras maestras”, pero el conjunto complementado con cuarenta y cinco piezas de artistas de su círculo o que denotan su influencia, integra un guión curatorial interesante que, desde luego, merece la visita.
La exposición está dividida en cinco núcleos temáticos que invitan al espectador a hacer un recorrido por los senderos creativos de Miguel Ángel. No hay ninguna pintura de su autoría, pero se presenta un buen número de dibujos preparatorios que dan cuenta de su proceso creativo en la ejecución de pinturas, esculturas y obras arquitectónicas. Es bien sabido que Miguel Ángel –a diferencia de Leonardo– privilegió la escultura sobre todas las artes, dejando inclusive testimonio de su apatía y menosprecio por el género pictórico. Con la ironía que lo caracterizaba escribió: “La pintura me parece mejor en tanto se parezca a la escultura, y la escultura me parece peor en la medida en que se acerca a la pintura.” Sin embargo, a pesar de desdeñar este arte, nos legó una de las obras pictóricas más portentosas de todos los tiempos –los frescos en la Capilla Sixtina– y un vasto corpus de dibujos impresionantes que son ejemplo de su búsqueda de la perfección a través del riguroso estudio del cuerpo humano. Entre los dibujos aquí exhibidos, atrapa especialmente mi atención el boceto para la Batalla de Cascina, obra que fue comisionada para decorar la Sala del Consejo en el Palazzo Vecchio de Florencia pero que nunca fue realizada, y de la que se conservó el cartón preparatorio, hoy también desaparecido. Esta pequeña y delicada joyita logra expresar con vehemencia la fuerza turbulenta de la pasión miguelangelesca en un torbellino de cuerpos voluminosos y dinámicos que se entreveran en una suerte de lucha dancística.
Cristo Portacroce (Cristo Giustiniani) |
La pieza más celebrada de la muestra es quizás el Cristo Portacroce, también conocido como Cristo Giustiniani, colocada al inicio del recorrido como foco de atracción. Tras siglos de ser atribuida a un escultor anónimo del siglo XVII, apenas hace cuatros años las investigadoras Silvia Danesi Squarzina e Irene Baldriga revelaron la autoría de esta magnífica pieza del genio florentino. El devenir de la obra está ligado al carácter intempestivo de su creador. La historia cuenta que es una pieza non finita que Buonarroti abandonó poco antes de ser terminada, cuando descubrió una veta negra en el mármol impoluto que atravesaba el rostro del Cristo. Por azares del destino, años más tarde la estatua cayó en manos de un anticuario y atrajo la atención del marqués Vincenzo Giustiniani, mecenas y connoisseur que la integró a su colección de escultura antigua. Su descendiente, Andrea Giustiniani, trasladó la pieza a la iglesia-mausoleo familiar de San Vincenzo, en el pueblo de Bassano Romano, donde se encuentra hasta la fecha. Las investigaciones recientes confirman que se trata de la primera versión del Cristo que Miguel Ángel se vio obligado a rehacer para la iglesia de Santa María sobre Minerva, en Roma.
Estudio de desnudo masculino |
Dos retratos soberbios merecen especial atención: Lorenzo de Medici, de Giorgio Vasari y Julio II, de Rafael Sanzio, obras emblemáticas de ese período, provenientes de la Galería Uffizi en Florencia. El retrato de Vittoria Colonna, Cristofano de Papi, quizás intrigue a los visitantes. Su presencia obedece a la estrecha relación que esta mujer tuvo con Miguel Ángel, quien la consideró su gran “amiga espiritual”. Hay buenos ejemplos de dibujos y obras gráficas de artistas que revelan la influencia directa de este creador que en su época fue llamado Il Divino, aunque el diálogo que se plantea con las obras de reconocidos artistas novohispanos –a pesar de que seguramente abrevaron en sus fuentes– me parece un tanto forzado. La grandeza de Miguel Ángel –al igual que su rival, Da Vinci– atraviesa todas las épocas y todos los géneros. Es de agradecerse la oportunidad de ver estas obras en nuestro país.
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