Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 6 de septiembre de 2015 Num: 1070

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

¿Qué hay por Europa?
Yordán Radíchkov*

Bangkok, puerta
de Indochina

Xabier F. Coronado

Mariano Flores Castro
y Máximo Simpson

Marco Antonio Campos

Ecológica
Guillermo Landa

La interioridad
(o la paradójica
edificación de un hueco)

Fabrizio Andreella

Israel y Palestina:
coincidir en la resistencia

Renzo D’Alessandro

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Agustín Ramos

Revolución y literatura (I DE II)

A la memoria de Vlady Victorovich Serge

1. Con el estilo extremo y coherente que lo caracteriza, el revolucionario Víctor Serge escribe en  Memorias de mundos desaparecidos: “Las existencias individuales no me interesaban –empezando por la mía– sino en función de la gran vida colectiva de la que no somos sino parcelas dotadas de conciencia. La forma de la novela clásica me pareció pobre y superada… La banal novela francesa en particular, con su drama de amor y de interés centrado cuando más en una familia, me ofrecía el ejemplo que no había que seguir en ningún caso. Mi primera novela no tuvo personaje central; no trata de mí ni de alguien más sino de los hombres y de la cárcel.”

Todo el “quinteto novelístico informal” de Serge lo confirma. Por ejemplo Richard Greeman al traducir al inglés la quinta y última de esas novelas, El caso Tulayev, dijo que en ella “el protagonista individual se sustituye por una especie de héroe colectivo:  ‘los camaradas’”.

2. Los hombres en la cárcel fue la primera de las tres novelas que Serge escribió desde su expulsión del Partido Comunista Soviético hasta su destierro. Acerca de la segunda, titulada El nacimiento de nuestra fuerza, el autor comenta que su propósito era “pintar el ascenso del idealismo revolucionario a través de la Europa devastada de 1917-1918”. 

La tercera novela del ciclo empieza y termina con los mismos párrafos: “Largas noches parecieron apartarse a desgana de la ciudad, por horas. Una luz gris de alba o de crepúsculo, filtrada a través del techo de nubes de un blanco sucio, se vertía entonces sobre las cosas como reflejo empobrecido de un lejano glaciar…”

Sólo que los párrafos de la parte final están antecedidos del adverbio “de nuevo”: “De nuevo largas noches parecieron apartarse a desgana de la ciudad…”

A estas novelas se agregarían, una década después, Medianoche en el siglo y El caso Tulayev. Y resulta obvio que en cada una de las cinco el protagonismo de las individualidades se desplaza hacia la colectividad, no en detrimento del individuo sino para presentarlo integralmente, en su realidad más completa.

Puede afirmarse, entonces, que la repetición de párrafos al principio y al final de Ciudad ganada expresa tanto el reinicio de una tragedia histórica como la concepción estética y política de Víctor Serge, quien en toda su obra –aun en la propagandística, pero sobre todo en la histórica y en la literaria– registró biografías colectivas sin héroes: la historia como origen y como producto de la sociedad.

¡Cómo!, se preguntaron las autoridades académicas y políticas, los críticos y El Lector, al topar con un protagonista distinto al de las clasificaciones establecidas. ¡Cómo!, ¿la cima de la literatura universal rebajada a la vulgar colectividad? ¿Acaso esto puede considerarse literatura? Y tras el escándalo sordo vino la descalificación, la persecución y el olvido.

3. No sin las turbulencias propias de los procesos artísticos cuando se les quiere imponer un orden o infligir una clasificación, la narrativa universal traza una línea que, por así decirlo, desciende del dios de dioses al más humano de los humanos.

El héroe y el noble toman el sitio que ocupó la divinidad. Luego adviene la marginal Celestina quien, impulsando a entidades intermedias como don Quijote y Hamlet, abre paso a la individualidad novelesca del siglo XIX que, a su vez, desembocará en la colectividad de la no ficción si pasan los tiempos y la moda del antihéroe desenmascarado por Ernest Mandel en Crimen delicioso.

El protagonista, para resumir la trayectoria de la épica desde la antigüedad hasta un futuro posible, va asemejándose en forma cada vez más descarnada a la comunidad. Porque el arte narrativo no se detiene, continúa ahondando y ensanchando la brecha que llevó del señor dios al pobre diablo o, lo que es lo mismo, del él al yo, un yo que se muda hacia el nosotros en obras donde el protagonista ya no es tanto un personaje como su circunstancia y la comunidad que lo desdibuja dándole, a cambio, un perfil más acabado.

En la mencionada última novela sergiana, el arranque de las purgas estalinistas pesa más que Tulayev y que el resto de actores –Romachkin, Kostia, Stern–, e incluso más que Rýzhik, un personaje que transmigra en varias novelas de Serge narrando y siendo narrado, describiendo y reelaborando, minuciosamente, la trama social y la naturaleza, a costa –pero también a favor– de las peripecias particulares.