Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Luisa Josefina Hernández:
Mis tiendas y mis toldos
José María Espinasa
La mutilación
Miguel Donoso
Primera canción
del exiliado
Miguel Donoso
Miguel Donoso Pareja: el
enigma de las dos patrias
Yanna Hadatty Mora
Dos poetas
El Berlín de
Esther Andradi
Consuelo Triviño Anzola
Leer
ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar
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Expreso de medianoche
Jorge Valdés Díaz-Vélez
Dentro del sueño pasa un tren,
y en sus ventanas campos, ríos,
álamos, puentes y caballos
se alejan para siempre. Un niño
observa el viaje de las cosas
hacia el pasado en que se fugan
los colores. Mira también
sus ojos en el vidrio, el vaho
de su respiración. Vislumbra
sombras, reflejos de su padre
con un libro en las manos. Duerme
y en el cristal también se borran
sus leves párpados cerrados.
Veo a mi hijo en ese niño
que me contempla desde el vidrio,
miro a mi padre al ras del sueño
contra el temblor de la ventana.
Él no me ve. No puede oírme.
He nacido una vez, y muchas
otras he muerto en ese tren
que se detiene sólo al alba. |
Vesubio
Ramón Domínguez
Como si el mar sobrado de límites irrumpiera en los descampados, así el Vesubio vomitó lava y marea roja desde la bahía de Nápoles. Año 79 DC, año en que los amantes perecieron abrazados y las ovejas a pesar de los dolorosos balidos no fueron rescatadas del fuego. Vesubio, nombre de origen mineral, encalado de carbones y hierbas solares, anunciador del fin y del final, echa tu manto caliente sobre nuestras huellas. Danos tu lengua bífida de lumbre para asirnos, para guarecernos del mundo. Ven sobre nosotros a auscultarnos, a defenestrarnos, a roer nuestros huesos calados de frío. Hoy cuánta falta nos hace tu vientre de aguas explosivas. Haz en nosotros el ministerio de tu ley: llévate en brazos a estos dos amantes abrazados y que así se sepa que todo perece bajo el fuego y no hay otro nombre pronunciado que provoque tanto miedo como el tuyo, Vesubio. |
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