Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 26 de julio de 2015 Num: 1064

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Luisa Josefina Hernández:
Mis tiendas y mis toldos

José María Espinasa

La mutilación
Miguel Donoso

Primera canción
del exiliado

Miguel Donoso

Miguel Donoso Pareja: el
enigma de las dos patrias

Yanna Hadatty Mora

Dos poetas

El Berlín de
Esther Andradi

Consuelo Triviño Anzola

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 
 

Primera canción del exiliado (fragmento)

Miguel Donoso

VIII

La Patria estaba desnuda y encontré en ella la consumación posible del delito
de morir con voluntad, inmerso en la más oscura podredumbre, gritando
contra su sexo por dientes y orejas, con los ojos entre pelos húmedos
y los dedos recorriendo los rincones tristísimos,
palpitando solamente en la resplandeciente pelambre de sus labios abiertos,
hundiéndome entre sus selvas ignoradas y negras, aspirando un olor
subyugante y salvaje, como la marejada de dolor
que le iba dando en cada poro, sobre su piel perfecta de Ignorada.

Nunca podrá comprender, ah terrible animal, por qué la amé, tan dulcemente,
ni cuántas veces el gruñido que me aquejaba iba diciendo su nombre
mientras mis ojos hacían tu figura tras los párpados del condenado
a la presencia de tu imagen, al tacto imaginario de tus piernas larguísimas,
a la miel de tu lengua soñada bajo sus dientes
en los que me perdía, muy más allá de la peor soledad imaginable.

Ah infernal dolor de darse perfectamente contra nada, ineludiblemente
en un vacío que únicamente podría dejar la muerte, o tal vez el odio,
y probablemente mis hijos habrán de conocer mi fiebre, mis imágenes,
donde una locura dolorosa recorre tus contornos aullando incesante y acezante,
pudriéndose antes de morir, lamiéndote como un animal cariñoso.

Ellos van a saber que por ti los olvido, que perversamente descansaba
esa fiera de amor que ni siquiera es tuya, sino que persistía en la sangre,
como un torrente contenido contra quién sabe qué ángel o qué extraña
soledad, tal vez castigo por un mal que no hicimos, pero que nos marca,
porque estábamos destinados a lo que iba más allá de la rutina o la fiebre,
y demoniacamente nos arrastraba hacia las peores regiones de lo Inhóspito.

Ah, qué muerte para realmente vivir, qué vibración, y la Patria seguía tan desnuda,
para que yo soñara con su cuerpo; y los cuerpos de todas las mujeres se consuman
y se multiplican en tus brazos anhelados, en ese rincón último que amaría,
como ni siquiera a un hijo o a una madre, como ni siquiera a mí mismo,
que verdaderamente te amo, y soy,
el señalado y torturado.

Y la Patria seguía desnuda y abierta para que la penetrara,
sin gota de nada en su entrega de animal moribundo, de bravísima fiera
domesticada para fornicar allí donde el amor se me negaba y donde soy negado,
renunciado,
odiado ahora y sin penitencia,
sin culpa y sólo con amor, con la tristísima obligación de amarte como un ciego
inexorablemente desnudándome y viajando hacia el templo donde toco
la horrible verdad en que te habito con esta extensión de Inhabitado.

(De Primera canción del exiliado, 1966).