Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
La boca
Aleyda Aguirre Rodríguez
Una gota de eternidad
Vilma Fuentes
Heinrich Böll y Hans
el payaso: conciencia
de una sociedad vacía
Alejandro Anaya Rosas
La sal de la tierra
José María Espinasa
Contra el Estado
totalitario, desde abajo
Renzo Dálessandro
entrevista con Javier Sicilia
Santa Teresa de Ávila:
la escritora y su amante
Esther Andradi
Diálogo con Carmelita
Hugo Gutiérrez Vega
Santa Teresa y la
religiosidad erótica
Mario Roberto Morales
El erotismo transgresor
de Daniel Lezama
Ingrid Suckaer
Lluvia en la noche
Yorgos Yeralis
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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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El traductor incansable
Mi hijo siempre se pone nervioso cuando me hablan en inglés. Se adelanta, siempre, y me traduce, como ahora que un dependiente de Mitre 10 me explicaba el uso de una cadena. Es verdad que a veces me cuesta entenderle a los neozelandeses, pero esta vez el dependiente me hablaba en un inglés muy claro, y en un ritmo pausado. Pero mi hijo sufre. Por eso, mientras el dependiente me explicaba, mi hijo me traducía, en voz baja, frase por frase, velozmente. Y entonces ya me costaba entenderle al hombre porque la voz de mi hijo me distraía, y enternecía. Me sentí de pronto como esos ciegos ayudados a cruzar la calle por un transeúnte piadoso, que los deja en el otro extremo pero que quisiera en realidad llevarlos hasta su casa. Mi hijo es ese transeúnte piadoso traduciéndome en voz baja lo que me dicen mis interlocutores. En ocasiones, como hoy, ni siquiera le dije que entendí lo que se me explicaba. Mejor me di media vuelta y, susurrándole al oído, le dije: “qué haría sin ti, campeón”. Con los hijos hasta los que pierden, ganan. |