Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
La boca
Aleyda Aguirre Rodríguez
Una gota de eternidad
Vilma Fuentes
Heinrich Böll y Hans
el payaso: conciencia
de una sociedad vacía
Alejandro Anaya Rosas
La sal de la tierra
José María Espinasa
Contra el Estado
totalitario, desde abajo
Renzo Dálessandro
entrevista con Javier Sicilia
Santa Teresa de Ávila:
la escritora y su amante
Esther Andradi
Diálogo con Carmelita
Hugo Gutiérrez Vega
Santa Teresa y la
religiosidad erótica
Mario Roberto Morales
El erotismo transgresor
de Daniel Lezama
Ingrid Suckaer
Lluvia en la noche
Yorgos Yeralis
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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
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Las Rayas de la Cebra
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Felipe Garrido
Triángulo
Siempre supo Sol que quería tocar violín. Tenía once años cuando sus padres le dieron uno que habían mandado hacer. La niña sintió que se pertenecían.
Sol se hizo una adolescente linda e inalcanzable. No quería sino tocar. Un domingo, la familia en misa, les vaciaron la casa. Sol no aceptó otro instrumento. Postrada, dejó pasar los días.
Y el violín robado se negó a tocar. Fue vendido y revendido y regalado. De un mariachi a unos jarochos a un trío a un presunto ciego que pedía caridá. De un basurero –él quería tocar violín, pero su familia no había podido comprarle uno–, Pablo lo rescató. Lo limpió, le puso cuerdas y ensayó frente al espejo, con movimientos apasionados. Pablo era monaguillo; había visto a Sol. Se apostó a lo lejos, donde ella no esperara escuchar.
Pero también el violín la había visto. El virtuoso fue el violín y Pablo el instrumento. Sol despertó de su letargo, salió a la calle. Ya no podrían separarse. Lo supieron los tres. |