Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
La boca
Aleyda Aguirre Rodríguez
Una gota de eternidad
Vilma Fuentes
Heinrich Böll y Hans
el payaso: conciencia
de una sociedad vacía
Alejandro Anaya Rosas
La sal de la tierra
José María Espinasa
Contra el Estado
totalitario, desde abajo
Renzo Dálessandro
entrevista con Javier Sicilia
Santa Teresa de Ávila:
la escritora y su amante
Esther Andradi
Diálogo con Carmelita
Hugo Gutiérrez Vega
Santa Teresa y la
religiosidad erótica
Mario Roberto Morales
El erotismo transgresor
de Daniel Lezama
Ingrid Suckaer
Lluvia en la noche
Yorgos Yeralis
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal |
|
Gian Lorenzo Bernini, Éxtasis de Santa Teresa (detalle), 1647-1652, Capilla Cornaro, Roma
Las fundaciones, no menos importantes que el castillo interior en las regiones de la pasión divina, la realización espiritual que no evade el cuerpo
Hugo Gutiérrez Vega
En 1567 se encontraron en Medina del Campo, ciudad que preside una parte de la meseta castellana, San Juan de la Cruz y la reformadora del Carmelo, la madre Teresa de Jesús. Hablaron largamente y acordaron unirse en las tareas de reforma de la orden y en el fortalecimiento de los conventos de descalzas y descalzos. Era claro que la monja necesitaba al recién ordenado para que atendiera los aspectos de la reforma de los conventos de frailes. Desde ese momento los dos religiosos unieron sus esfuerzos. La monja llamaba cariñosamente “Senequita” a su pequeño colaborador.
Afirma Luce López-Baralt que los dos religiosos vivieron de distinta manera la experiencia mística. Teresa de Jesús consideraba que el misticismo del fraile Juan de la Cruz era “demasiado refinado... todo lo espiritualiza”. Fray Juan le replicaba cordialmente: “Madre, cuando usted se confiesa, se excusa maravillosamente.” Pero la madre insistía: “Dios nos libre de aquellos que son tan espirituales que quieren convertirlo todo en una contemplación perfecta.”
Mientras Fray Juan había trascendido las manifestaciones corporales de la experiencia mística, la madre Teresa, dedicada en buena medida a sus labores reformadoras con toda su carga de peripecias administrativas, y siempre (salvo en los momentos de pura contemplación) tan cerca de las cosas sencillas del mundo y de la vida, en los momentos de exaltación mística reflejaba en sus sentidos la tremenda tensión espiritual que la embargaba. Por lo tanto, escuchaba voces, veía imágenes simbólicas, en ocasiones levitaba y se entregaba en cuerpo y alma en el momento de la transverberación. El Dios que andaba “entre las cazuelas” invadía todos los sentidos de la monja. Por eso Bernini, en su prodigiosa escultura, muestra a la Santa en brazos del Ángel y hace que su rostro refleje la tensión de un poderoso orgasmo.
En 1976 fuimos a España con el grupo teatral de La Casa del Lago. Patrocinaban nuestro viaje y la gira por varias ciudades la Socialdemocracia Alemana, el todavía semiclandestino Partido Socialista Obrero Español, el agonizante Instituto de Cultura Hispánica que estaba a punto de convertirse en el Instituto de Cooperación Iberoamericana, y varios colegios mayores de universidades de Madrid y de otras ciudades, y el PRI de Porfirio Muñoz Ledo. La gira tenía el propósito de avanzar en el tema de la reanudación de relaciones entre México y España. La obra que llevábamos se titulaba Sabaoth, que consistía en un collage de fragmentos de obras de Gil Vicente, Calderón de la Barca, Quevedo, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Valle-Inclán, Villaurrutia y Gorostiza. Lo subtitulamos: La muerte en la literatura hispánica.
La gira comprendió Madrid (actuamos en el pequeño teatro del Colegio Mayor de Guadalupe, dirigido en aquellos años por Emiliano Moreno), Segovia, Sevilla y Salamanca. La prensa se ocupó muy poco de nuestro sospechoso (por sus variados patrocinios) periplo por colegios mayores y auditorios escolares. Sin embargo, los jóvenes que estaban en los primeros asomos del llamado “destape”, mucho agradecieron nuestras intenciones innovadoras y un poco desnuditas.
En Salamanca tuvimos una función en El Colegio de Santa Teresa, dirigido por unas amables Carmelitas. Poco antes de levantar el telón, nos preocupamos mucho por su posible reacción de disgusto ante una de las escenas de la obra, aquella en la que Santa Teresa (interpretada por Helena Guardia, actriz de gran sensibilidad) decía su “vivo sin vivir en mí”, en el silencio de su celda. Las ideas de los directores se basaban en la escultura de Bernini, el Éxtasis de Santa Teresa y en la conjunción de la experiencia mística con la orgásmica. Esa circunstancia despertó nuestro temor de ofender a las simpáticas monjas. Al terminar la obra nos ofrecieron una merienda de chocolate y picatostes. Me acerqué a la directora y la encontré muy contenta y dicharachera. Al intentar disculparme por nuestras audacias escénicas, la Carmelita me paró en seco con un: “Nada, hijo, que en esos momentos nuestra santa madre debe haber sentido algo parecido a un orgasmo.” Nada pude decir, pero esa noche pensé que la transición peninsular era ya un hecho, curiosamente presidido por la voz de los místicos, el espíritu de la democracia, el instinto de placer de Freud y la función del orgasmo de Reich.
|