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La sal de la tierra
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Contra el Estado
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Esta democracia nuestra tan… televisiva
En este México tan nuestro, y decir tan nuestro significa descompuesto, tan corrupto e hipócrita, hemos logrado, los unos con criminal intención y los otros por omisión, apatía o miedo, pervertir el concepto elemental de la democracia, gobierno del pueblo cuya soberanía radica en el que debería ser el más alto deber cívico: votar la insaculación de aquellos que por un breve tiempo tendrán la responsabilidad de administrar con decoro el dinero público. En cambio, la hemos convertido en ese adefesio que padecemos a diario y con el que se llenan el hocico tantos vividores del sistema que, lejos de consagrarse al deber implícito en toda obligación gubernamental y más lejos todavía de sacrificar vida y obra al bienestar público, las encauzan al enriquecimiento explicable y criminal, a lucrar con canonjías que usos y costumbres podridos obsequian a un nombramiento de servicio a la nación y hacer divisa de la necesidad de la gente; a cosechar votos llegando a extremos penados por la ley, como hacer acopio de credenciales de elector en intercambio sucio de promesas u obsequios que van desde una humilde “despensa”, es decir, una bolsa de supermercado con logo partidario que contiene una botella de aceite, una bolsita de sal, un par de paquetes de fideo seco y quizá una lata de puré de tomate, hasta dinero en efectivo, pantallas planas, dispositivos electrónicos como tablets y, tal que metonímico berrido de concurso televisivo… ¡un auto!
En los estamentos de gobierno se multiplican “ladies” y mirreyes, tiranuelos y señoritos feudales de camioneta blindada y escolta feroz, que habitan aislados herméticamente de la realidad en casas de precio estratosférico e históricamente caracterizados por el nepotismo (suelen heredar curules o gubernaturas a hijas y ahijados, queridas o sobrinos), pero sobre todo por una virulenta prepotencia (vienen a la memoria de corto plazo las lamentables escenas del neandertal diputado federal y también aspirante a diputado, claro, del PRI-PVEM, ese engendro mafioso, Fernando Zárate, disparando un artero cabezazo, aprovechando una distracción del inspector delegacional del Distrito Federal, José Antonio Cuéllar Rodríguez, amparándose, además de su mayor corpulencia y el hecho de estar rodeado de sus secuaces, en un fuero legislativo evidentemente mal empleado para abusar), prepotencia que muchos sospechamos que tras la fachada de altanería insufrible esconde una naturaleza cobarde: por eso los políticos mexicanos suelen dar esquinazo, salir por la puertita trasera del escenario, palidecer, balbucear o hacer vergonzoso mutis cuando son interpelados por un ciudadano indignado en medio de la grandilocuencia vacua de su pinchurriento discurso de siempre.
La democracia, en cambio, la de rostro amable, ésa existe solamente en los medios lacayunos y ninguno como en la televisión. La realidad de las campañas electoreras (no las podemos definir propiamente como “electorales”) es brutalmente contrastante con su símil televisivo. En los spots de la propaganda partidista no hay candidato malo, ni vil, ni vendido, ni transa, ni corrupto, ni taimado; allí todos son mujeres y hombres de pro, sinceros, amistosos, sonrientes siempre a pesar de la adversidad y, en resumen, si los candidatos de veras se parecieran tantito siquiera a sus avatares televisivos, en lugar de México esto sería Nueva Zelanda.
Porque habla de coherencia social el desalmado que quiere privatizar el ISSSTE y el Seguro Social, y porque habla de honestidad el que es un ratero probado de siete suelas, y de templanza el que pillamos en una bacanal con meretrices, y de valor el que probó varias veces ser un redomado culero, y de vocación de servicio la desgraciada que atropelló hace un par de meses a un ciclista y se niega a pagar las curaciones. En el contraste enseñan el cobre, y allí es donde debemos los ciudadanos quizá considerar su verdadera naturaleza: exactamente en lo contrario a lo que dicen ser en sus machacones, falsarios y onerosos, carísimos anuncios, spots, espectaculares, inserciones y cualquiera recurso mediático por donde asoman constantemente la jeta: si se dicen interesados es que les vale madre; si juran ser honestos es que son unos pillos de la peor calaña; si preconizan derechos humanos, son crueles y proclives a la represión y la tortura; si proclaman los derechos de la mujer, seguramente son misóginos.
Así no habrá sorpresas. Interpretando el revés de su promesas.
Exactamente como tienen al país los malditos mustios: patas arriba.
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