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El planeta de los drones (I DE II)
Bombas inteligentes
La primera guerra del Golfo popularizó el concepto de las bombas inteligentes, misiles tan fabulosamente precisos que podían filmar su propio impacto con el blanco para dejar testimonio póstumo de su eficiencia. Aquella guerra del ocaso del siglo XX quiso mostrarse como un ejercicio humanitario, una operación quirúrgica en donde sólo se destruirían objetivos militares y el daño a la infraestructura civil sería mínimo. La realidad es que aquella guerra fue catastrófica, y el bombardeo de precisión fue una insignificancia comparada al bombardeo de saturación o carpet bombing, que consistió en tirar 88 mil 500 toneladas de bombas en más de 100 mil salidas o sorties. Un bombardeo de esta magnitud en contra de una población incapaz de protegerse, con casi nulas defensas antiaéreas y refugios frágiles e incapaces de resistir el impacto de bombas de varias toneladas o ataques sostenidos, no puede concebirse más que como una deliberada masacre maquillada por una gruesa capa de propaganda.
Aviones inteligentes
La segunda guerra e invasión de Irak dio lugar a más bombardeos masivos pero también sirvió como laboratorio de experimentación para nuevas armas y, entre ellas, destaca el drone, una aeronave a control remoto con la capacidad de vigilar y disparar misiles. Este recurso tiene la característica de que opera con cierta autonomía sin exponer a peligro alguno a su “piloto”, quien puede estar en una base a cientos o miles de kilómetros del frente de combate. Y esta ausencia implica dilemas morales: como ¿quién es responsable de un ataque robotizado? Por otro lado, también presenta un problema de imagen para quien asesina sin mostrar la cara ni mancharse la manos. Las guerras modernas dependen de la absoluta superioridad militar. Estados Unidos no confronta a ningún rival si no cuenta con una descomunal superioridad militar frente a su enemigo. Y no es fácil imaginar mayor superioridad que la que ofrece un arma que permite pelear guerras en pantallas, joysticks y teclados. Podemos pensar que esa es una estrategia inteligente, pero quienes se encuentran en la mira de las bombas la consideran una actitud infame, desprovista de cualquier atisbo de honor y humanidad.
Política estúpida
En mayo de 2013, el presidente estadunidense Barack Obama declaró que limitaría el uso de drones a atacar “únicamente a aquellos que representen una amenaza continua, inminente a Estados Unidos, cuando la captura no es posible y hay una casi certeza de que no habrá bajas civiles”. Se sabe muy poco de la información que emplean el ejército y la cia para llevar a cabo sus ataques. Varios agentes han declarado que se usa información de señales de teléfonos celulares e imágenes capturadas por los propios drones, rara vez corroborada por informantes in situ u otras fuentes. De ahí que se cometan errores catastróficos, como el asesinato de doce personas en una procesión nupcial en Aqabat Za’j en Yemen, el 12 de diciembre de 2013. La organización Human Rights Watch investigó el caso y elaboró un detallado reporte donde expone las contradicciones y mentiras del gobierno de Obama. Cuatro misiles hellfire llovieron sobre los once autos y camionetas de la procesión cuando se detuvieron a causa de una llanta ponchada. Además de los muertos, quince personas sufrieron heridas de gravedad. Inicialmente el gobierno yemení declaró que el ataque había eliminado a numerosos terroristas de Al Qaeda que planeaban atentados contra el ejército, la policía y servicios públicos vitales. Al día siguiente un general yemení confesó que el ataque había sido un error y, siguiendo las costumbres de las tribus locales, ofreció un pago compensatorio de 159 mil dólares y 101 ametralladoras kalashnikov (buena parte de los ataques de drones se justifican diciendo que la gente ocultaba kalashnikovs). Más tarde surgió una variedad de justificaciones de la masacre: que la procesión era camuflaje para movimientos de Al Qaeda, que un importante líder terrorista, Shawqi Ali Ahmad al-Badani, estaba en el primer vehículo atacado, pero que logró escapar e, incluso, que se trataba de contrabandistas y bandidos (como si esos crímenes justificaran un exterminio sin juicio). Lejos de ser aislado, este caso es extremadamente común. Uno de los principales problemas de esta tecnología es que crea la ilusión de poder verlo todo y, por tanto, de entenderlo todo desde la distancia. Y esa certeza lleva a creer que es posible resolverlo todo con explosivos lanzados desde los cielos.
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