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La cumbiancha
El oficialismo mexicano está tan intoxicado de sí mismo, tan lelo viéndose el ombligo, tan enfermo de arrogancia y ebrio de poder que ya no se preocupa de guardar las mínimas formas con las que antes al menos pretendía disimular incapacidades, voraces ambiciones signadas de egoísmo en el ámbito de lo personal (por eso tanto enriquecimiento explicable pero ilegítimo) o de rencores en los intereses tribales (por eso tanto muerto, tanto desaparecido, tanta terrible indiferencia ante masacres y degollinas): hoy ya nada importa, ni siquiera que la vil perrada nos demos cuenta de que lo único que interesa a esa recua de vividores es aferrar el poder político para seguirse refocilando en lo personal y en pandilla. Alegremente. En pachanga.
¿En qué régimen verdaderamente democrático sienten apremio sus instituciones públicas, sus organismos de vigilancia o control, sus asambleas parlamentarias o los ministerios de su gobierno por hacerse propaganda en los medios de comunicación?, ¿en qué país donde se respete al electorado se emplea la televisión para manipular opinión pública a favor del poder sin oponer contrapesos informativos, administrativos, políticos y hasta de índole judicial? Esas suelen ser, en cambio, artimañas de la represión en gobiernos autocráticos o en dictaduras y cualquiera sabe que nuestro país es un alebrije político: híbrido de autoritarismo dictatorial y tretas de simulación y cosmético. Por eso la propaganda del gobierno, que nos sigue costando miles de millones de pesos a diario, dilapidados en anuncios pero no realmente en los programas de gobierno o de asistencia social que esos anuncios preconizan, deja resabio vitriólico, a burla. Parecería que quienes producen esos spots de radio y televisión del gobierno federal, de las infames cámaras de diputados y senadores, de los organismos judiciales (increíble que una Suprema Corte de Justicia contemple siquiera el usufructo del erario para… publicitarse) apuestan ya de manera abierta y jovial al sarcasmo, a la bufa ironía, al escarnio más ruin, porque saben perfectamente que esos anuncios y spots de radio y televisión serán volcados en millones de hogares mexicanos en que la supervivencia repta por debajo de la línea infame que delimita miseria, pobreza extrema y simple pobreza: gente que no come carne ni viste marca ni viaja al extranjero (ni al interior del país, para el caso) pero que sí, manipulada y dúctil, forma parte ya de una podredumbre sociopolítica vergonzante y venderá otra vez su voto a cambio de una limosna en efectivo, de una triste despensa con logotipo de partido elaborada con artículos poco alimenticios pero llenadores… Quienes producen toda esa propaganda cutre, y ahí las televisoras, saben que es precisamente la repetición de una mentira la que mantiene condiciones y circunstancias óptimas para seguir mangoneando la agenda nacional en función de sus muy particulares intereses.
Por eso no sorprende ni un ápice la poca calidad moral, ni la nula preparación, ni ineptitud para legislar en pos del bien común ciudadano entre quienes van apareciendo en las jugosas listas de suspirantes a candidaturas plurinominales, ese golpe artero a la democracia representativa; ese contubernio mafioso entre esos sindicatos criminales en que mayoritariamente han terminado convertidos los partidos políticos en México, cuando proponen nombres como el de una comediante arrabalera, la hija de un consuetudinario grillo adicto al fuero, un directivo de una televisora, la madre del exlíder priísta acusado públicamente de explotación sexual entre otras lindezas y cuya familia, su madre misma, han estado vinculados con sospechas y acusaciones de negocios ilícitos por decir lo menos… Y sí, en los otros partidos también hay candidaturas lamentables, funcionarios corruptos que van otra vez a las andadas, criaturas del escándalo que no tienen un ápice de vergüenza, pero ninguno en las rebasadas orillas de la indecencia como el partido que dice gobernar, esa mafia. Viendo esas candidaturas, la absurda tómbola lopezobradorina se antoja el recurso más confiable.
Así la democracia participativa a la mexicana: del sátrapa que elabora listas lamentables al ingenuo que le deja el asunto al azar, y todo en caudal de propagandas. Ya hace mucho que la política dejó de ser cosa seria en México: es una sanguinaria cumbiancha. Un carnaval tragicómico, peripatético, de gentuza que parece haber dejado atrás, muy atrás cualquier convicción política y algún resquicio de amor patrio.
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