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Foto: Omar Meneses/ archivo La Jornada
Fernando Vallejo es una de las figuras más controvertidas y polémicas en la literatura latinoamericana contemporánea. A lo largo de su obra se ha dedicado a derrumbar y a dinamitar muchos, o todos, los dogmas y preceptos morales de nuestro entorno, misión que le ha valido elogios y vituperios. La crítica literaria le ha dado un lugar entre los más grandes; la crítica periodística le ha dirigido severas acusaciones y hasta demandas. Es autor de veinte libros, entre ellos once novelas, tres biografías, dos libros de ciencia, uno de gramática y un juicio sumario en contra de la Iglesia. Es defensor incurable y portavoz del amor hacia los animales. Ha ganado el Premio Rómulo Gallegos y el Premio FIL de Lenguas Romances. Es también director de cine, con tres películas filmadas y una escrita. Excelente pianista, estudió biología, filosofía y cine en universidades de Colombia e Italia.
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El derecho a hablar
se lo gana uno
entrevista con Fernando Vallejo
Eduardo Medina
–En 2009 usted fue a Colombia y se le hizo una entrevista de radio abierta. Es decir, los micrófonos estaban abiertos y el locutor mediaba entre usted y el público, ¿se acuerda?
–Sí, me acuerdo de eso. Esa entrevista fue en Caracol y el conductor pensé que era una persona muy noble, honorable, pero con el tiempo supe que no, que era otro más, un periodista bellaco, otro más en la lista, y me preguntó: ¿abrimos los micrófonos para que hable la gente?, y le dije: claro que sí. En realidad la gente llamaba para insultarme y colgaban, es decir como hacen en internet. En internet, que es una chusma grosera y vulgar y vil, nos están mostrando hasta qué grado de vileza puede llegar el alma humana, ahí está clarísimo el pantano puerco que es. Entonces llamaban y me insultaban y no había posibilidad de diálogo con nadie, era gente del pueblo que no había leído un solo libro mío, que no sabía nada de mí y nada más tenían una idea de una persona que odiaban porque sí. Odiaban sin conocerlo. Uno puede odiar a alguien sin conocerlo, eso es entendible. Puede uno ver a alguien y decir “me cae gordo”, esa es la expresión del idioma, “no me gusta”. Pero me di cuenta de eso; uno va descubriendo cosas. Ahora yo pienso que no hay que darle la palabra a quien no se la merece, es decir, uno se tiene que ganar el derecho a hablar. Y el derecho a hablar lo dan los demás. Los demás son los que dicen: hable. Venga aquí, a la Feria de Guadalajara y hable con los mil jóvenes, como me invitaron a mí. Yo pienso que nadie tiene derecho a hablar, el derecho a hablar se lo gana uno. Entonces yo le di el derecho a hablar a esta gente abriéndole los micrófonos, y ellos lo aprovecharon para insultarme de la manera más vil y más baja. Eso es todo, a eso se reduce el asunto.
–Sí, aquella vez a usted se le increpaba por cosas que, por lo demás, en sus obras o en el grueso de sus obras usted nunca dijo.
–¡Ah, no, pues es que a uno le atribuyen lo que quieran! Y dicen: usted dijo esta cosa, y yo digo, ¿usted de dónde lo sacó? Usted no lo ha leído porque usted no conoce nada de eso, ¿por qué está hablando con esa ligereza? La gente habla con mucha ligereza, lo cual es una forma de deshonestidad y de corrupción. Porque la corrupción no es sólo robar cosas, robar de los bienes públicos, no, la corrupción va más allá, porque esta es la corrupción del alma que es la que está en buena parte de la sociedad. Por ejemplo, hace dos días en esa cosa de El Espectador que sacaron unos pasajes de este libro Casablanca, la bella, donde está una propuesta mía loca, digo por el loco que habla en el libro de la reforma ortográfica, un comentarista escribe una carta al director de El Espectador diciendo “no es una propuesta nada original de Vallejo”. ¿Y qué quería este hombre, no ve que yo empiezo diciendo que esta reforma es la que propuso Gonzalo Correas en el Siglo de Oro? ¿Por qué dice entonces eso? Es una bellaquería, eso en colombiano se llama una hijueputez. Es decir, un tipo que empieza un artículo y lo titula “Ninguna originalidad de Vallejo”, ¿pero yo estaba diciendo que era original? Si estoy diciendo que esto viene desde Gonzalo Correas en el Siglo de Oro, contemporáneo de Cervantes, ¿por qué puede poner un título de estos tan miserables? Eso es una forma de corrupción, de deshonestidad corrupta que está metida en el alma de la gente y se le contagió a todo el mundo.
–En este sentido, ¿cree que usted ha sido mal leído?
–No, es que depende de quien lee. No puedes saber en qué manos van a caer los libros tuyos. Los libros míos, yo no sé si la gente simplemente los empiece y los tire, o no los tire. No sé. Además la mayoría de los libros míos en una feria de ésas no los compran porque es muy difícil comprar un libro, porque son muy caros. Un libro es muy costoso para lo que gana la gente, y es una caja negra cerrada que uno no sabe qué tiene. Más o menos uno se da cuenta porque lee algunos párrafos, si es que puede abrir el celofán con que lo protegen las editoriales, o si ve la contraportada, o porque sabe algo del autor. Pero es muy jodido comprar un libro; yo no compro. Bueno, ni cuando leía usualmente compraba, porque son demasiado caros. Entonces no puedo saber. Ni tampoco quiero que compren los libros míos. En realidad, en última instancia, no quiero sino que los lean y… no sé, no sé, pero no puedo decir qué piensan los lectores. Pienso que muchos de ellos están conmigo por los comentarios que dicen aquí y allá, también veo que los comentarios en esas porquerías de internet y las redes sociales, los que tienen mejor ortografía y un idioma más cuidadoso son los que están del lado mío, y la chusma baja es la que está en contra. Y los que están del lado mío son los que conocen cosas mías, y los otros no conocen nada, eso sí lo tengo clarísimo. O sea que hay un odio muy claro por mí, sin conocerme, por la idea que da uno en público: de, “ése es un tipo de mala clase”, y como yo no estoy adulando a gente, porque aquí el principio de la chusma y el populacho miserable, vándalo, es que lo adulen, como lo adulan los políticos para después traicionarlo y saquearlo, entonces ellos ya están acostumbrados a esa adulación y lambisconería. Entonces el que no los adula y no los lambisconea… primero que todo al país: porque es muy fácil decir ¡ah, México es una maravilla! ¡Colombia es una maravilla! Que son los dos países míos… Entonces es estar así en la adulación de todo… Pero eso yo no lo he practicado: resolví no adular a nadie sino decir la verdad mía, cáigale a quien le caiga.
–¿Usted cree que algún investigador pueda reivindicar esa figura de Vallejo respecto de esta gente que no lo conoce y lo insulta?
–Ah, pero muchos han escrito sobre eso, del lado mío, pues de gente que conoce los libros míos, o que comparten conmigo mis ideas, o muchas de mis ideas, lo han hecho. Eso es en todos lados. Por lo demás, en Colombia la marea va muy extraña porque yo en la calle, en Bogotá sobre todo, me encuentro con gente que me conoce y no sé por qué, porque no salgo en televisión. Siempre están expresándome que están del lado mío, y no insultándome como pasa en internet. Pero, bueno, váyase a saber… tal vez porque los de internet ni siquiera me conocen. Pero no hay que hacer caso de esas cosas porque nunca se sabe quiénes son los lectores de uno.
–En sus biografías, sobre todo en la de Rufino José Cuervo, hay una carga de reivindicación para con el biografiado. ¿Usted creía necesario reivindicar a Rufino José, de re-mostrarlo al mundo?
Foto: Marco Peláez/ archivo La Jornada |
–Eso es un acto de amor, de cariño, de afecto por él, que le tenía desde mi niñez. Porque yo estudiaba gramática solo, desde niño, y me interesaban los temas del lenguaje. Y leía su libro Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, desde niño, porque era un libro normativo y creía que ahí estaba la corrección del idioma y que esa era la forma de escribir, lo cual no es cierto. Pero nunca pensé que pudiera escribir esa biografía. Es muy accidentada toda mi relación con eso y se arrastra de toda la vida mía. Pensé que la clave de él estaba en París, donde vivió los últimos veintitantos años de su vida. Desde el ’82 hasta el ’11. Pero no, la clave de él estaba en Bogotá, en el Instituto Caro y Cuervo. Llegué a saber infinitamente más de lo que nunca pensé que se pudiera saber. Tenía una documentación inmensa, que entre otras cosas me hizo el Instituto Caro y Cuervo de todos sus investigadores trabajando sobre él más de medio siglo, y sin embargo nadie de ellos fue capaz de escribir la biografía; y es una biografía que no me imaginé que pudiera tener la importancia que ha tenido. No puede ser un bestseller, pero aquí y en España y en otros lados, siendo que es un libro que pudiera considerarse muy abstruso puesto que trata de la gramática de la filología y del idioma, el libro funcionaba, ha funcionado. Es muy extraño eso. Él era el más grande filólogo del idioma. Nunca el idioma ha tenido uno que lo haya querido tanto, ni que haya tenido un sentido tan agudo de la gramática como él, y no sólo creo que de la lengua española, sino que sospecho que en todas. Era el sentido de la gramática más asombroso. Y había algo insólito en él y en su hermano que era su nobleza, pues pese a que pertenecían a la clase más alta de Colombia y estaban destinados al poder, lo despreciaron y nunca ocuparon un puesto. Vivieron honorablemente en un país de delincuentes y de granujas y de politiqueros y leguleyos. Entonces había muchas cosas que me lo hacían admirable… Y me sentía muy compenetrado con él por muchas cosas, pues para empezar porque era mi paisano de país, aunque no de mi región, que no conoció.
–¿Entonces esta fue más una pulsión de afecto que un rescate del olvido?
–¡Ah, es que del olvido no se rescata a nadie! Es imposible, todos vamos para el olvido. Cuántas biografías no se escribieron durante un siglo de Napoleón o cuántas no se han escrito de Bolívar. ¿Y a quién le importa Napoleón y Bolívar y quién me puede venir a contar sus vidas? No, todos vamos al olvido, todo se embrolla. Uno se muere y si en cinco años no escribieron su biografía ya está embrollada. Las frases que uno diga se las lleva el viento y uno pasa al olvido. Entonces no era ese el fin.
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