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Juan Manuel Roca
Con el perdón de Kafka
I
Al despertar, el monstruoso insecto amaneció convertido en Gregorio Samsa. Tendrá que oír el golpeteo de la lluvia en su alféizar de hojalata para saber que las horas de Praga se cuentan en la clepsidra del invierno.
Al fondo del hospedaje para familias sin mañana, el pobre insecto de múltiples patas deberá bañarse, peinarse, apuntalar su corbata de vendedor ambulante, oír algo peor que el paso de los trenes: la voz de la obediencia. El pobre insecto membranoso amaneció convertido en hombre y no pudo traducir su oscuro sueño.
II
Al despertar, el monstruoso insecto se encuentra convertido en Franz Kafka. Deberá tornar a su trabajo y esquivar la mirada del padre lanzada desde los socavones de la infancia.
Sus grandes orejas que lo hacen ver como si llevara el rostro entre los arcos del paréntesis, tienen más de murciélago que de insecto (de gran murciélago que escucha en la noche la voz de Milena como un hilo para orientar el extravío).
Al despertar, el monstruoso insecto que no amanece trajeado de Samsa, aunque el mismo vestido negro a la usanza de un cochero de pompas fúnebres sirva a la talla de Kafka, camina junto al señor Brod, albacea de sus dudas. Le pregunta si no encuentra extraña su extrañeza, si los judíos nacen viejos, mientras merodea y da vueltas a sí mismo. Toca su frente. Y recuerda que no amaneció siendo animal extraño e irredento.
III
Al despertar, el señor k. se sabe insecto a las puertas del Castillo. Entiende que su zumbido es lengua muerta en la Babel que lo juzga sin juzgarlo.
Ve pasar la sombra sin cuerpo de su padre.
Un insecto que sueña con un enorme zapato, con la sandalia redentora: al despertar el señor k. espera la guillotina del pie que lo triture.
IV
Al amanecer no hay mañana: es el anochecer del alma. Repta y se escapa por la fisura del mundo. Hay quien dice que el monstruoso bicho va en un barco hacia América. Allí se hará hombre cuando deje de ser cucaracha, escarabajo o inmigrante. Una mujer gorda caerá sobre él y su aliento lo abatirá como un insecticida.
V
Y si no sonara –murmura el padre realista– el reloj despertador. Porque sin él, nada de amanecer. Y sin amanecer, nada de insectos que se llamen Gregorio Samsa o Franz Kafka para que vengan, pestíferos, a desordenar las mañanas de Dios aptas para el trabajo y la familia.
Al despertar nace el sueño, la pesadilla.
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