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Felipe Garrido
El águila y los cuervos
En cierta ocasión, a orillas del desierto, lejos de esta tierra, dos hombres vieron una parvada de cuervos bien comidos, gárrulos, lustrosos, y quisieron descubrir cómo era posible que en un paraje tan pobre, seco y aislado la pasaran tan bien. Se ocultaron por ahí, y vieron que peñas arriba había anidado un águila. Cuando llegaba con una presa y alimentaba a sus polluelos, dejaba caer pedazos de carne que los cuervos enseguida aprovechaban.
Los dos hombres llegaron por fin a la ciudad, y uno de ellos se apresuró a decir:
–Yo quiero medrar a la sombra de alguien que sea tan poderoso como el águila.
–Búscate un palacio a modo, compañero, y busca un lugar en la puerta de la cocina, y que Dios te bendiga. ¿Por qué quieres ser como esos cuervos que se contentan con sobras? Yo voy a entrar por el portón y tomaré mi lugar para ser aquella águila, capaz de ver el Sol de frente. (De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat.) |