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Scerbanenco,
el escrutador
Ricardo Guzmán Wolffer
Para desmitificar a
Gabriela Mistral
Gerardo Bustamante Bermúdez
Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora
Ricardo Bada
Molotov: una bofetada
fiera y perfumada
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Pushkin: trueno de cañón
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Bailar La consagración
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Scerbanenco, el escrutador
Foto: faremilano.wordpress |
Ricardo Guzmán Wolffer
Giorgio Scerbanenco (Rusia, 1911-Italia, 1969) es uno de esos escritores de novelas policíacas, en su momento famoso, que se ha ido quedando en ediciones viejas pero que bien vale la pena retomar.
Para quienes gustan de la muerte literaria y sus explicaciones, salpicadas con datos sobre la sociología del crimen y la psicología del delincuente o su víctima (de la novela policíaca negra –está la contrapartida inglesa, donde poco se analizaba el aspecto sociológico–), Giorgio es de esos autores que no dejan de ser vigentes. En este tiempo donde la violencia bestial apenas logra tener una contrapartida literaria, son pocos los autores que plantean la comprensión del fenómeno por los involucrados; regresar a los pioneros dará una luz a este género que en su momento era de una fuerte crítica social. No importa que muchos autores importantes, como Chandler o Hammett, hayan sido repetidos y llevados a la pantalla: en sus novelas queda la inconformidad por los ricos que se suponen ajenos a las leyes y a la justicia. Giorgio, sin embargo, se plantea desde la primer novela del médico-policía Duca Lamberti un acercamiento al crimen inmediato, pero tratando de comprenderlo, a veces hasta de justificarlo.
El personaje Lamberti es un médico que ha sido encarcelado por practicar la eutanasia por compasión. Cuando sale de prisión, entra a trabajar en un peculiar empleo: cuidar a un joven adinerado que vive alcoholizado. Con la novela Venus privada, Lamberti entra de lleno al mito literario, sin nada que pedirle a personajes como El agente de la Continental que Hammet usara con tanto tino en sus novelas rojas. Duca es analítico, pero no por ello es compasivo con los delincuentes: su estancia carcelaria le ha enseñado a distinguir a esos idiotas. Venus privada gira alrededor del negocio de la prostitución elegante en Milán, donde vivió el autor, pues cuando comprende que el muchacho (joven, millonario, guapo, instruido, sensible) sólo bebe por el remordimiento de suponerse causante de la muerte de una prostituta eventual, sabe que el único modo de que éste recupere su vida es capturando o matando al asesino de la cortesana amateur; como vivió su infancia y juventud al lado del padre policía, quien intentó disuadirlo de tomar esa profesión, en el fondo tiene todos los trucos del guardia viejo.
En el trayecto de esa investigación se topa con otra mujer que también se prostituye cada tanto, pero usa su inclinación al pensamiento sociológico, que se ha planteado la necesidad de comprender cómo las mujeres usan su cuerpo para vivir en independencia: Livia Ussaro. La prostitución como opción libertaria, como una decisión sobre el propio cuerpo, incluso como filosofía ante los estándares sociales de monogamia y manutención masculina. De inmediato se advierte la fascinación mutua: ella lo admira por la eutanasia practicada (está convencida de que era lo mejor para el paciente); él advierte que los planteamientos de ella son claros, irrebatibles, “kantianos”: sabe que para ella lo más importante es el Pensamiento, las Teorías, la Justicia. Pero antes de saberla su complemento, ella participa como carnada en la cacería de la red de proxenetas. Al final de la primera novela, ella termina con el rostro deshecho por los cortes que le infieren los delincuentes que Duca golpea con precisión médica, seguro de que un buen azote puede matar.
Como era de esperarse, en posteriores novelas Duca y Livia juntan sus caminos para formar una peculiar pareja donde intercambian los papeles del investigador y del filósofo en la búsqueda de la justicia a secas; aunque a la hora de los golpes él los da y ella los razona después.
En Muerte en la escuela se enfrentan a un peculiar crimen: varios muchachos (de entre catorce y veinte años) matan a su maestra en el salón de clases, luego de torturarla y violarla. Lo que al principio es un caso indescifrable (todos niegan haber participado) por ser casi un incidente de cuarto cerrado, pronto es llevado a los bajos fondos de Milán para investigar sobre los vendedores de drogas y los caminos de los reincidentes juveniles.
Si en la primera novela Duca plantea la ley como la respuesta social para encauzar el modo de actuar individual y refiere la necesidad de que los códigos (civil, penal, etcétera) sean constantemente actualizados para que correspondan a las necesidades colectivas, al llegar a Muerte… se ha desengañado de las leyes. En Venus… muestra su desprecio por los estafadores: “Hoy existen bandidos con asesoría legal, engañan, roban, matan, pero ya han estudiado la línea de defensa con el abogado en el caso de que los descubran y los juzguen, y nunca se les castiga suficientemente”, pero después piensa en matar a los delincuentes: le promete al joven alcohólico enseñarle cómo podría matar a los asesinos de la joven. En Muerte… opta por el castigo interno: cuando comprende que es una adulta quien ha organizado y hasta participado en la vejación de la maestra y sabe su identidad, prefiere que sea ella misma quien se castigue con el suicidio, en lugar de arrestarla para que sólo pase unos años guardada y salga tan campante, ante la perspectiva de un vida de soledad por su publicitada participación en un crimen violento. Y es que Duca sabe que “la ley es cosa de risa”. Suena actual: según los investigadores, en México se castiga entre el 1.5 y el 3 por ciento de los delitos. Duca sabe que “con los delincuentes la bondad es inútil”, da por hecho que la readaptación es viable en tan poco porcentaje que habría que cambiar la noción de cárcel y sus objetivos. Incluso con los jóvenes delincuentes, como al que ayuda Duca: pronto se desencanta al verse traicionado por el muchacho al que pretende salvar. El Doctor sabe que en el crimen lo que importa es el modo y su espíritu: compara a los nazis con la causante de la vejación de la maestra y la sabe sanguinaria, no sólo por la víctima directa, sino por cómo ha afectado a todos los muchachos para toda la vida.
Scerbanenco no se ha ido.
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