Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de noviembre de 2013 Num: 976

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Scerbanenco,
el escrutador

Ricardo Guzmán Wolffer

Para desmitificar a
Gabriela Mistral

Gerardo Bustamante Bermúdez

Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora
Ricardo Bada

Molotov: una bofetada
fiera y perfumada

Gustavo Ogarrio

Pushkin: trueno de cañón
Víctor Toledo

Bailar La consagración
de la primavera

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
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Fausto, de Alexander Sokurov

Los Faustos

En 1604 se publicó la obra de teatro La trágica historia del Dr. Fausto, en la que Christopher Marlowe convirtió en literatura la antigua leyenda del doctor que vende su alma al diablo a cambio de conocimiento y poder. El apetito voraz de sabiduría conduce a la  perdición a Fausto, que nació en la pobreza pero logra educarse a base de sacrificio. Esta no fue la primera versión de la historia ni sería la última. Casi doscientos años más tarde Goethe terminó su primer borrador de Dr. Fausto, una de las más grandes obras de la letras alemanas. En 1947, Thomas Mann publicó otro portento, su novela Dr. Fausto, en la que adapta la leyenda al siglo XX al sustituir al doctor por un músico que se contagia deliberadamente de sífilis con la idea de que la locura que produce esa enfermedad lo hará componer mejor. Schubert, Schumann, Berlioz y Gounod, en la música, y F. W. Murnau en el cine, son sólo algunos de los grandes nombres que han creado obras prodigiosas en torno a esta leyenda. La más reciente encarnación es el filme Fausto, del extraordinario Alexander Sokurov (2011), que es la parte final de la tetralogía (teratología) del poder que comenzó con Moloch en 1999 (su reflexión sobre un Hitler doméstico, escatológico, hipocondríaco y atormentado por su propia imagen, a quien su querida Eva Braun despide diciendo en tono condescendiente:  “Pero Adi, la muerte es la muerte y no puede ser conquistada”), continuó en 2001 con Taurus (sobre un Lenin viejo y enfermo en sus últimos días de agonía y desesperanza) y en 2005 siguió con El sol (sobre el emperador Hirohito, un niño adulto, derrotado y empujado a renunciar a su presunta  divinidad). A estas controvertidas figuras históricas en su decadencia, Sokurov suma la leyenda del doctor Fausto a manera de síntesis y como un epílogo sobre el concepto del poder.

Un Fausto sin dignidad

Sokurov comienza su filme, que resultó ganador el año pasado del León de Oro de Venecia, con una larga toma en que descendemos del cielo sobre una aldea aparentemente de juguete hasta llegar a los genitales del cadáver que afanosamente descuartiza el doctor Fausto en su búsqueda del sitio donde reside el alma. La historia está situada en algún lugar de Europa central en el siglo XVII y la ambientación recuerda la pintura de Peter Brueghel, el Viejo. Fausto sobrevive en la miseria y el hambre termina por llevarlo a Mauricius Mueller, un prestamista repulsivo con un cuerpo adiposo, deforme y un pene en lugar de cola, un personaje muy distinto de los Mefistófeles seductores. La muerte y la monstruosidad tienen un contrapunto fascinante en las imágenes de mujeres semidesnudas que lavan ropa, entre ellas, la bellísima Margarete, quien parece sacada de un cuadro de Vermeer y de quien Fausto se enamora. Aquí es Fausto quien busca a Mefistófeles, es él quien propone la transacción al demonio quien, a su vez, no se muestra demasiado interesado y le anuncia que la vida no vale nada. Sin embargo, le dice que únicamente le dará dinero a cambio de su alma. Sokurov da una vuelta inesperada a la trama y nos conduce a un terreno de ambigüedad lejano al de las obras precedentes, en donde no hay redención posible. En los filmes anteriores de la tetralogía se presentan tiranos que tuvieron el poder de disponer sobre las vidas de millones y que en su ocaso son simplemente hombres débiles;  aquí se le presenta a un hombre la posibilidad de acceder a ese poder, pero el poder es inmaterial y requiere de seguidores sumisos para que se pueda ejercer.

Transgresión final

Fausto es el filme más ambicioso y caro de la carrera de Sokurov, y pudo terminarse gracias a un acto de poder: nada menos que Vladimir Putin se encargó del financiamiento. ¿Sería ésta otra transacción mefistofélica? La declaración reciente de Sokurov de que en realidad le interesa la literatura mientras que el cine no le gusta mucho, ha causado estrépito, rabia y risa. El heredero espiritual de Tarkovsky (amigo admirado hasta la pasión, protector y guía, aunque nunca su maestro, según Sokurov) ha cometido una transgresión más. Este autor reconocido por la severidad de sus temas, el poder emocional de sus imágenes poéticas, herméticas y devastadoras, se ha rebelado contra el cine mismo y ha dado un giro en esta tetralogía hacia un cine brutal, repleto de situaciones grotescas e incluso ridículas, en el que sin embargo siguen abundando imágenes conmovedoras, imposiblemente bellas y absolutamente inolvidables. Fausto es por mucho uno de los mejores filmes de lo que va del siglo.