Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de noviembre de 2013 Num: 976

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Scerbanenco,
el escrutador

Ricardo Guzmán Wolffer

Para desmitificar a
Gabriela Mistral

Gerardo Bustamante Bermúdez

Else Lasker-Schüler: tan compuesta y a deshora
Ricardo Bada

Molotov: una bofetada
fiera y perfumada

Gustavo Ogarrio

Pushkin: trueno de cañón
Víctor Toledo

Bailar La consagración
de la primavera

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
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Artes Visuales
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Bemol Sostenido
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La Jornada Semanal

 

Nuevas peregrinaciones

F.J. Irazoki / Pablo Santiago Chiquero


Los pasos revividos,
Hugo Gutiérrez Vega,
Vaso Roto,
España, 2013.

A la poesía mexicana se le deben obras valiosas en el siglo XX. Las escribieron Alfonso Reyes, José Gorostiza, Octavio Paz, Jaime Sabines y José Emilio Pacheco, entre otros. Menos conocido en España, el académico, cónsul y catedrático Hugo Gutiérrez Vega (Jalisco, 1934), autor de una cincuentena de libros, forma parte de los poetas que relevaron con calidad a la generación de Octavio Paz.

Llevado por su cargo de embajador, Gutiérrez Vega residió en Grecia durante siete años, de 1988 a 1995, y allí nacieron sus tres poemarios reunidos en el volumen Los pasos revividos. En el primer libro, Una estación en Amorgós, con textos en prosa, sintetiza su escritura: una elegancia llana, de lenguaje directo que no excluye la belleza. Se percibe en sus páginas una empatía hacia el hombre común, pero aún más hacia quienes eligen el camino de la disidencia. La joven prostituta, el panadero de voz tan potente como su soledad, el religioso que acoge a los disidentes o el médico que va juntando los dolores de los enfermos fueron conocidos por el escritor y ocupan el espacio de su literatura. Se identificó tan hondamente con ellos que la redacción inicial la hizo en lengua griega. Sin embargo, en seguida nos advierte de su escasa fe en las sociedades idílicas: “Llamaba a los lejos la rígida campana de la aritmética”.

Acierta el prologuista, Marco Antonio Campos, al resaltar los retratos conseguidos por el poeta en el segundo libro, Los soles griegos. El marinero anclado en la taberna, el informante que anota la fatiga de sus propias células, el fanariota que ama los crepúsculos y un caballero cauteloso son resumidos con precisión psicológica. Gutiérrez Vega no los define desde una superioridad irrisoria, sino desde la compañía. Sin orgullo o indiferencia ante “las figuras que viven/ en la otra orilla del abismo”.

El tercer poemario se titula Cantos del despotado de Morea. En él destacan los versos donde dos amantes viven ignorando los asedios de la guerra. La escena ocurre en Mistrá, último centro de la cultura de Bizancio. Hugo Gutiérrez Vega combina con maestría los heptasílabos y pentasílabos. Acaba la lectura, nos quedan las impresiones de un conjunto en el que los símbolos no dificultan la comunicación. Una poesía, en fin, transmitida sin ruidos. Como si existiera la profundidad inocente.

Dice Hugo Gutiérrez Vega en uno de los poemas finales de este volumen: “Con nosotros desaparecerá una visión del mundo,/ pero lo mismo pasará con nuestros conquistadores./ Dan risa los imperios más perecederos que las cosas pequeñas de todos los días,/ los signos y los tranquilos gestos del hombre en la tierra”. Y dos páginas después, como una continuación del poema anterior, añade: “Cobijados por ellos jugamos, con todo el cuerpo, el sarcástico juego de la inmortalidad”.

Ese puñado de versos, y ese “sarcástico juego de la inmortalidad”, resumen la esencia de Los pasos revividos, la obra que reúne los tres poemarios independientes, aunque unitarios, que Gutiérrez Vega dedicó a Grecia. Nacido en Jalisco en 1934, poeta y ensayista, académico de la Lengua por partida doble, en México y España, Gutiérrez Vega ha desarrollado una larga carrera como diplomático.

La estancia de Gutiérrez Vega en Grecia no solamente fue política, sino también sentimental y poética. La lectura de los poetas griegos, los clásicos y los modernos, y la exploración de su geografía fueron decantándose en estos poemas que tienen la forma de un bellísimo cuaderno de viaje. Como el viajero dispuesto a guardar sus impresiones, el poeta desgrana nombres de lugares –Amorgós, Mistrás, Pendeli–, cincela paisajes y nos habla de las gentes humildes que encuentra a su paso. La sencillez de su lenguaje poético –¡tan complejo e intenso!– a veces se desliza hacia el terreno de la prosa poética, y el lector va pasando las páginas con la gozosa sensación de curiosear en el diario de un poeta viajero, o en el de un viajero que, como el Odiseo de Homero, o como los ancianos que el propio Gutiérrez Vega retrata, utiliza la poesía como arma para detener el tiempo.

En los versos de Gutiérrez Vega, las descripciones de personajes del pueblo –de marineros, prostitutas o comerciantes– son conmovedoras, pero desde el principio el retrato anecdótico se inclina hacia el gran tema que llena estos poemas y los hace grandes: el paso del tiempo, el devenir histórico, la futilidad de los hechos humanos y de todo lo que se nos antoja eterno... En un país como Grecia, cuna de la cultura occidental, la historia pesa como una losa, y allí donde posa la vista el poeta sólo encuentra ruinas, muerte, destrucción, caída de imperios, palacios incendiados, “niños pasados por aguas”, mujeres suicidadas para evitar caer en las manos de los invasores. Es la historia imparable, la desaparición de todas las visiones del mundo, la que lleva al poeta a afirmar, lacónico: “Llevo a mis muertos en la memoria y acuden cuando se lo pido.”

Ante este planteamiento, el presente sólo es un delgado filo de quietud entre la comprobada destrucción del pasado y la segura destrucción del futuro, y el lector encuentra consuelo en la emocionada y hermosísima oración del poeta: “Allí donde la soledad se espesa/ formando un círculo viscoso,/ donde nos buscamos/ con inutilidad presentida,/ me inclino y pido a Dios/ por los amantes,/ por los que han dejado de amar;/ por los que se han quedado solos/ y viven pegados a una ausencia;/ por los que se hacen daño/ y se separan sin saber la razón;/ por los que no saben hablarse,/ por los abandonados,/ los engañados/ y los que se presienten/ solitarios para siempre [...] En la tarde marina,/ bajo el cielo de las gaviotas,/ hago estas rogativas macilentas./ Dos amantes se besan en la playa/ y el mundo sigue y sigue,/ crujen mis peticiones/ y la vida se apunta/ una nueva victoria”


Irma Bastida Herrera y el arte de ilustrar

Juan Domingo Argüelles


La lectura. Elogio del libro y alabanza del placer de leer,
Juan Domingo Argüelles/ilustraciones de Irma Bastida Herrera,
Fondo Editorial del Estado de México,
México, 2012.

Irma Bastida Herrera mereció recientemente uno de los máximos premios de la 24 Bienal de Ilustración de Bratislava (el concurso más antiguo e importante de ilustración en el mundo): la Golden Apple, en la categoría de Álbum Ilustrado para Niños y Jóvenes. Este reconocimiento lo obtuvo por las ilustraciones del libro La lectura. Elogio del libro y alabanza del placer de leer, de mi autoría, publicado por el Fondo Editorial del Estado de México, en 2012, y editado espléndidamente por el poeta Félix Suárez.

El jurado de la 24 Biennial of Illustratios Bratislava dictaminó que las imágenes que Irma Bastida Herrera elaboró para acompañar mi texto “son de formato pequeño, pero grandes en concepto; creadas con una mínima variedad de colores y líneas, y en las que destacan sus buenas ideas, metáforas y gran sentido del humor, el cual es muy importante para atraer a los jóvenes lectores”.

Es la segunda vez que un ilustrador mexicano merece esta distinción tan importante. Antes de Irma Bastida Herrera, este premio de la Bienal de Bratislava le fue otorgada a Carlos Pellicer López, en 1985, por su libro Julieta y su caja de colores, publicado en 1984 por el Fondo de Cultura Económica.

Honrado por la compañía dialogante de Irma Bastida Herrera en mi libro La lectura, escribí el siguiente texto, que invita sobre todo a ver, mirar, leer y admirar el arte de ilustrar de esta artista de la imagen.

La ilustración de libros es un ejercicio de creación y no sólo de recreación. Un ilustrador es un creador que, a la par que el escritor, pone en imágenes gráficas lo que el autor del texto pone en palabras.

Cuando el escritor y el ilustrador coinciden se produce una empatía estética y comunicativa que potencian al libro. Muchas veces (esto lo digo porque me consta), leemos un libro porque su portada y su diseño nos invitan a ello, y cuando fui niño lo primero que me atrajo de los libros fue su arte de ilustración.

El primer libro completo que leí en mi vida, sin que nadie me obligara a ello, fue Corazón, diario de un niño, de Edmundo de Amicis. Y comencé a leerlo porque sus ilustraciones me invitaron a ello. Hoy, cada vez que recuerdo el libro de De Amicis, recuerdo también, con mucho placer, las ilustraciones.

Cuando vi mi libro La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer, ilustrado por Irma Bastida Herrera, me pareció de inmediato que su potencia se duplicaba o posiblemente se multiplicaba, porque Irma entendió perfectamente mi propósito de alabanza del placer de leer y lo puso en sus propias imágenes, con sus propias ideas, en diálogo con mi texto. Sus imágenes no complementan nada más el texto, sino que dialogan con él y con los lectores, y en este sentido lo enriquecen.

Recuerdo que, cuando conversé con Félix Suárez, mi editor y amigo, le dije que yo deseaba que este libro tuviera ilustraciones, y le mandé mi original electrónico con algunas imágenes a manera de ideas gráficas. Él me respondió que el libro sería ilustrado por alguien que era excelente, y fue así como llegó a manos de Irma Bastida Herrera. Fue un feliz azar, pero los libros están hechos también de felices azares.

No puedo sino estar feliz con el Premio Golden Apple de la 24 Bienal de Ilustración de Bratislava para Irma Bastida Herrera. Me siento tan feliz como si yo hubiera obtenido este reconocimiento, aun a sabiendas que el premio es para la ilustración y no para el texto. Y no puedo sino sentirme feliz porque tengo la alegría de ser acompañante de Irma o, para decirlo correctamente, coautor junto con ella de un libro que se titula La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer, que ambos escribimos para el lector posible.

En la página de agradecimientos de La lectura, yo escribí lo siguiente: “Mi especial agradecimiento por el espléndido trabajo editorial y por las maravillosas ilustraciones que dialogan con la palabra y la hacen más felizmente expresiva.”

Exactamente es esto. El trabajo editorial es de Félix Suárez y su equipo, y las maravillosas ilustraciones son las de Irma Bastida Herrera, a quien no sólo le he expresado mi admiración sino también mi agradecimiento, y a quien le expreso hoy mis más emotivas felicitaciones.


Mimético y personal

Verónica Volkow


Narrativa breve,
Victoriano Salado Álvarez,
UNAM/Colegio de Jalisco/UDEG,
México, 2012.

En este volumen, Alberto Vital y su equipo de trabajo rescatan la narrativa breve de un extraordinario y algo olvidado autor porfiriano, Victoriano Salado Álvarez. Nuestro autor nace en Teocaltiche, Jalisco, en 1867, año que marca la entrada triunfal de Benito Juárez a Ciudad de México. Eso le permite a este narrador volverse testigo, junto con sus grandes amigos,  Federico Gamboa y José López Portillo y Rojas, del ascenso, esplendor y decadencia del porfiriato. 

Salado Álvarez nos acerca un apasionante testimonio de la vida cotidiana en el México independiente de finales del siglo XIX, al  vuelo de una ágil, deliciosa y muy erudita prosa decimonónica. Son grandes breves cuentos, los que se nos regalan, escritos con deslumbrante elegancia, sutil estrategia narrativa e implacable ironía, a los que no podría objetárseles un importante lugar dentro de una colección de clásicos de la literatura mexicana. La rigurosa voz crítica de nuestro cuentista arma con la lucidez de la denuncia social una prosa que, por su riqueza y esmero, podría competir sin desdoro con el preciosismo de un Artemio del Valle Arizpe.

Hay un gusto en Victoriano Salado por mimetizarse, en ciertos momentos, con el habla de diferentes sectores sociales. Suele, muchas veces,  como narrador ocultarse casi por completo detrás de sus personajes y diálogos, presentándonos “cuadros” casi fotográficos de las situaciones.

Si la voz de Victoriano Salado gusta esconderse así, mimetizándose con otras hablas, su mirada personal, sin embargo, siempre se destaca con enorme fuerza en sus conclusiones irónicas y las más de las veces dolorosas, en una denuncia, unas veces trágica, otras veces sardónica, de la realidad social.

Esta desconcertante y muy particular cancelación de una voz narrativa más personal en Victorian Salado, a través de una interesante mimesis de las hablas sociales, de la inserción de citas o de una irónica parodia de la jerga jurídica o eclesiástica –los dos autorizados discursos ideológicos de la época: el abogado y el cura–, nos  regala un arsenal de referencias históricas valiosísimas para la reconstrucción de los discursos y de la cultura del siglo xix mexicano.

Esta compilación, aparecida en diciembre de 2012, resulta fundamental para una correcta comprensión de la historia literaria mexicana del siglo xix, así como de su relación con los eventos sociales y políticos más importantes. Son, por lo tanto, a mi juicio, tres los méritos de la edición: el literario, el histórico literario y el histórico social.

Las notas a pie de página, por otro lado, son cuidadosas y puntuales, y nos permiten reconstruir interesantísimos aspectos del contexto histórico en el que se desenvuelven la acción y los personajes. Otro gran mérito de este volumen es el rigor con el que los textos fueron compilados, recurriéndose no sólo al volumen De autos, editado en 1901, sino a publicaciones periódicas.

La introducción, por otro lado, hace una reconstrucción del contexto político y social en que vivió Victoriano Salado. Resulta muy enriquecedora. El trabajo, en fin, es referencia imprescindible para una justa y más profunda apreciación del siglo xix mexicano.



En medio de extrañas víctimas,
Daniel Saldaña París,
Sexto Piso,
España, 2013.

Respecto de ésta, la primera novela de Saldaña París –narrador, editor, antologador y multibecario mexicano–, dicen los editores que “con buen humor pero sin concesiones, la incomprensión que los personajes sienten ante un mundo que constantemente les recuerda, no siempre de las formas más sutiles, su incapacidad y su medianía, es dejada al descubierto por el autor con una prosa que avanza a un ritmo furibundo”. Serán los lectores quienes determinen si hay el suficiente santo para tanto nicho, pues los editores añaden que la prosa del autor está “meciéndose a lo largo y ancho de todo el idioma español”. Empero, es evidente que, con menos de treinta años de edad –es decir, con bastante antelación a la edad que, de acuerdo con muchos, hace posible la escritura de una novela que no merezca el calificativo de “bisoña”– Saldaña posee un aliento narrativo y un arsenal de recursos estilísticos lo suficientemente amplios para cualquier osadía novelística.



El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia,
Patricio Pron,
Mondadori,
México, 2012.

En materia de elogios, no hay nada tan aconsejable como la más intensa de las desconfianzas: si los ditirambos cuartaforreros de las novelas de cuño reciente, escritas por autores de cuño ídem, fueran todos verdad absoluta, cada semana tendríamos novísimos Cervantes, Semprunes, Rulfos, Onettis… De esta novela del argentino Pron se han dicho, entre otras magnificencias, las siguientes: “ponga el lector en la mejor estirpe los grandes nombres que prefiera […] pero, imagine al escritor que imagine, junto a él estará Pron, con todo derecho”; “Pron debería ser un referente inexcusable en la narrativa en español del nuevo siglo”; “lo que está haciendo con su obra […] es reinventar la narrativa en castellano, contar cosas que nunca se contaron antes en nuestra lengua”. Como siempre, diga el lector si lo leído da para tanto y, entretanto, aquí está la quinta novela de este autor que, a sus casi cuarenta años, goza de un encomio crítico aún por justificar.