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Je veux être innocent (Quiero ser inocente), street art sobre Florence Cassez por el grafitero DAN
Todos presos o presuntos
Fabrizio Lorusso
Llevaba ropa especial: pantalón café sin cinturón, zapatos verdes inocentes, camisa sobria y chamarra rompeviento, rompesilencio. Cero vivacidad cromática.
Rumbo al sur, delegación clasemediera. El zigzagueo y el aire matutino me distraían. Estacioné la moto, lucía mejor cerca de mi poste favorito que recuerda la Torre de Pisa. Sobreviviente del tráfico, sentía que la libertad eran ese aire y el camino, preciosos.
Por órdenes superiores, por el peso de la ley, vacié bolsillos y cerebro. Lo despejé con una meditación forzada y repentina. Toda pertenencia, celular, llaves, dijes, los excedentes y excesos, el buen humor y las ideas, todo lo encargué al patrón de la fonda de enfrente, hombre amanerado.
“¿A quién visitas acá, muchacho?”, preguntó una vez. “A una que, al parecer, la quieren mucho, pues no la sueltan, hace siete años”, dije esa vez.
Mientras tanto, tomaba el jugo de naranja que, desde siempre, es puntual. Cinco minutos antes de las diez y listo. Salí, crucé la calle, dejé esperanzas y asperezas, como el vate Dante en el umbral de los ínferos. El acercamiento siempre induce fantasías: jaulas de cajeta dulce y gendarmes de papel higiénico, derrumbándose.
A la hora, abrieron la puerta y fue día, subió el sol y chirriaron las barras. Accedí al área federal, con gente muy federal.
Es uno de los tristes corralones de las y los olvidados del país. Son casi un cuarto de millón, los olvidos abarrotados, las personas repelidas por haberse “portado mal”, quizás.
Entregué mi pasaporte y el uniformado guardó mi identidad en un cajón. La encerró. Entonces fui otro por un tiempo, como otro soy en el trabajo, en la calle, con mi familia o en la universidad.
Tenemos papeles, muchos yos, en la vida. A veces tratamos de reconciliarlos para que convivan y, cuando no se puede, hay terapias y terapeutas que prometen milagros para ayudarnos. Dicen.
Aquí soy visita. Los habitantes del lugar, en cambio, son números ordinales y tienen colores distintos: los beige esperan juicio, los azules están sentenciados. Es la readaptación social, fuera de la sociedad.
“¿A quién visita? ¿Florence?”, preguntó un poli. Sé que Florencia es una linda ciudad, la visito seguido, pero no lo dije. Mi voz contestó: “Sí”, entre miradas solemnes. Si traías cara foránea, sabían con quién ibas. En el Cereso de Tepepan estaban acostumbrados al vaivén de extranjeros y periodistas, c’est normal. “Cassez”, completé mi respuesta.
¿Justicia o venganza? ¡Qué lío la prensa! “Si hay delito, habrá castigo para quien sea, la verdad no importa”, sugieren algunos. Cuenta más mostrar cifras, evidencia de exitosas gestiones anticrimen, y una cara convincente, la fachada restaurada del “buen gobierno”. “Actuamos para ti y tu familia, seguridad estelar y ley”, repite el disco. Así, un interés nacional creado choca con otro interés nacional ficticio. Jefes y medios rudos rehacen la batalla de Puebla, pero las personas quedan en medio. Las naciones son más fieras cuando sólo viven de su nacionalismo.
Ella esperaba, sonreía junto a una señora del barrio que llaman “bravo”, pieza del México profundo, quien vestía de azul, sentenciada por un homicidio que juraba no haber cometido. Confesó: “Defendí a mi hijo y como retorsión me agarraron a mí y luego a él.” Y remató: “Muchos desprecian Tepito, sin saber que a México los gringos lo consideran el Tepito del mundo.”
Fuimos al salón de visitas donde hay baños al fondo, tiendita al principio y mesas en el centro. “Hola, cómo estás?” “Bien, más o menos.” Un beso en la mejilla, no tres como en Francia. Si no renuncias a tu sonrisa, sales ganando aquí. Si no pierdes el decoro, no te pierdes. Los años pasan, la esperanza no.
La depresión es la Enemiga, eterna compañera indeseada. En las jaulas amargas de metal, en las prisiones, también la soledad es omnipresente, pese a que siempre hay alguien que te rodea.
¿Qué es la presunción? ¿Y la de inocencia? ¿Un lema abstracto o algo escrito en la Constitución? Es un pilar del estado de derecho en democracia. ¿Por qué más del cuarenta por ciento de los presos están de beige y quedan meses o años enjaulados? Desgana y lentitud de la justicia. Recursos escasos, indiferencia.
Son presuntos culpables, más que inocentes, los que esperan juicio en la cárcel. Si son acusados de delitos graves, no pueden defenderse afuera del muro, en libertad. Ya no son presuntos inocentes. Hay que proteger a la sociedad que ellos (¿presuntamente?) lastimaron. Cierto.
Si todo funcionara bien, si el fair play policial-judiciario le ganara el partido a la fábrica de culpables y la corrupción, el razonamiento sería fluido, justo. Mas no siempre lo es. En la Facultad de Derecho de la UNAM tienen un sarcasmo: “En México un vaso de agua y un auto de formal prisión no se le niegan a nadie.”
Nos sentamos. Café soluble, agua, un mantelito. Traje galletas. Hablamos. Horas de dudas, de conocer, de entender lo que pasó y cómo era la existencia allí. Faltaban cincuenta y tres años, una vida, enterrada. Pero había esperanza y reflectores. “Es famosa, con apoyos”, decían. Pero eran zumbidos, la política, la instrumentalización, los medios, y en ese ruido se está más solo que nunca, en la “estancia”, o sea la celda.
Vivimos México, no sólo en México, y duele que no haya paz. Impunidad y delitos son dos caras de una medalla, la guerra empieza por las injusticias cotidianas. A veces conocemos unas gotas en el océano de las y los reclusos, cada quien con su caso, como Ignacio, Jacinta o el Profe. En general, no tienen voz ni los culpables ni los inocentes, y el límite entre ellos se difumina, si el sistema no trabaja bien. Si el servidor no sirve.
El cerco, el muro del silencio, está en la mente, no es de concreto. Todos somos presos de algo o de nosotros mismos, de nuestras costumbres y creencias, de estereotipos y prejuicios. En fin, todos somos presos políticos de nuestras cabezas y presuntos culpables, si a la Inocencia y a la Justicia las condenaron al olvido perpetuo. Adieu.
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