Hugo Gutiérrez Vega
Guadalajara y Bonnefoy
Los jurados del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2013, nos reunimos en una lluviosa Guadalajara, charlamos, comimos y bebimos (en mi caso y, dada mi avanzada edad y mi antipática digestión, pozole blanco y tepache con su pulgarada de bicarbonato de sodio para acelerar la frisante fermentación), deliberamos y llegamos a la conclusión de que el Premio debía ampliar sus terrenos y entrar en las literaturas de las otras lenguas romances, el francés, el italiano, el rumano, el catalán y el gallego (los premios anteriores se limitaron a los mundos de las lenguas castellana y portuguesa). Al llegar a esta conclusión, dimos algunos nombres de rumanos: Manea y Cartarescu; de italianos: Magris y Calasso; de brasileños como Augusto de Campos y de mexicanos como el gran poeta Eduardo Lizalde. Sin embargo, un nombre apareció y permaneció en nuestra atención, el del anciano poeta francés Yves Bonnefoy. No había mucho que discutir; el nombre de Bonnefoy nos unió a todos y todos votamos por el autor del prodigioso ensayo Notre Besoin de Rimbaud y del monumental Dictionnaire des Mythologies et des Religions que en sus rotundos cuatro tomos nos da noticia puntual y poética de los mitos y de las creencias que han conturbado y conformado las conciencias de los miembros del “grupo zoológico humano” (Chardin dixit).
Charlando con la secretaria de Cultura del Gobierno de Jalisco, Myriam Vachez, descendiente de una familia de origen barcelonette, al igual que muchos tapatíos con sangre alpina, recordé que Guadalajara o, más bien dicho, su intelectualidad tradicional, perteneció a la francofonía durante varios lustros del siglo XX. En esos tiempos, las tertulias de la Librería Font o las cenas (una prodigiosa carne con chile adornada con frijoles tiernos y gordos) en la casa del notario, internacionalista y musicólogo, José Arriola Adame, se celebraban en francés y le daban a la capital del occidente mexicano un aire parecido al del San Petersburgo zarista. Efraín González Luna tradujo La Anunciación hecha a María y el Viacrucis, de Paul Claudel; don José Arriola tradujo a Dubos y a Malegue, y Agustín Yáñez disertó en varias ocasiones sobre las novelas de Mauriac, Bernanos, Duhamel y Martin du Gard. Los otros tertulianos eran el sabio Antonio Gómez Robledo (traductor de Aristóteles y de Dante); Alfonso Gutiérrez Hermosillo, joven poeta ligado a los contemporáneos, y el elocuente canónigo magistral José Ruiz Medrano, alumno de Bossuet y prudente erasmista. Todos ellos colaboraron en la benemérita revista Bandera de Provincias, publicación que produjo la ira, la envidia y el sarcasmo del centralismo chilango, en este caso, Salvador Novo, el autor de un ingenioso pero a todas luces injusto soneto que satirizaba a los “niños pendejos provincianos”, adictos a la producción de “reflejos de reflejos de reflejos”. Vale la pena señalar que la mayor parte de sus reflejos –o iluminaciones– eran de origen francés.
Ahora, la antes francesa Guadalajara recibirá a un poeta y escritor de noventa años, nacido en Tours en 1923, amigo de Breton, autor de ensayos sobre Nerval, Baudelaire, Celan, Mallarmé; traductor de Shakespeare y de Yeats (su versión del poema bizantino del maestro irlandés es de una gran belleza) y estudioso de los mitos y de las creencias. Ya no es francesa la “clara ciudad” (Yáñez dixit), la ilustre Guadalajara de Indias, como la llama alegremente uno de sus estetizadores, Guillermo García Oropeza, pero, tal vez, la presencia del poeta Bonnefoy renueve laureles marchitos y la lengua de Montaigne y de Pascal vuelva a resonar por esas colonias de Guadalajara cuyas casas se hicieron pensando en Marsella.
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