Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Herman Koch:
dosificar el conflicto
Jorge Gudiño
Federico Álvarez:
Una vida. Infancia
y juventud
Adolfo Castañón
A la sombra de
la hechicera
Juan Manuel Roca
Tres poetas
Belisario Domínguez:
política con dignidad
Bernardo Bátiz V.
Una topada de
huapango arribeño
Guillermo Velázquez, el León de
Xichú y Juan Carreón, el Diablo
Zona muerta
Aris Alexandrou
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Tuiteratura
Ricardo Yáñez
|
La fronda,
Aurelio Asiain,
Posdata Editores et al.,
México.
|
Durante cuatro años, entiendo, Aurelio Asiain (1960), quien tiempo ha radica en Japón, se dio a la tarea de explorar posibilidades literarias del twitt o, españolizado, tuit. Desde ésa que él llama plataforma es que nace La fronda, libro en que, naturalmente, ningún texto excede de los 140 caracteres (para alguien sin duda interesado, o más que eso, en el haikú –las consabidas diecisiete sílabas– seguramente una cancha nada asfixiante).
La fronda, reza la cuarta de forros, “recoge microficciones en prosa y verso, poemas en verso y prosa, aforismos, palíndromos, novelas por entregas, pies de foto y algunas otras cosas de más difícil y acaso ociosa clasificación”. Lo escrito originalmente se publica, finaliza, “sin mayores modificaciones”.
En la primera de veintidós notas que sobre el medio escribió el autor para el Periódico de poesía indica: “Se puede abrir cuenta en Twitter y escribir sin seguir a nadie ni tener seguidores. Antes que red social esto es un espacio de escritura.”
Pero aludíamos al haikú. Veamos uno de los textos cuyo impulso sin duda (el apartado se denomina “Versiones en verso”), aun cuando formalmente se exceda en cuatro sílabas, de ahí proviene: “La luz de las luciérnagas/ solamente ilumina/ por dentro al que las mira.” Ahora un dístico (el texto tiene en realidad tres versos, pero con dos se puede dar por concluido y sugerir un estribillo): “Es verdad y es un cuento:/ escribir es hacerse viento.” Otro, a la vez metafórico y llanamente descriptivo: “Las ideas cambiantes de las nubes/ no resisten las opiniones/ del trueno y el relámpago.”
Ya dentro de la tradición castellana, este cuarteto que vagamente recuerda que a algún Machado (Antonio, desde luego), a cierto Paz: “Pudo ser cualquier calle, al mediodía./ ¿Estábamos dormidos o despiertos?/ Vi en su mirada que reconocía/ en la mía la de uno de sus muertos.”
El volumen, parco a pesar de su abundancia, permítasenos la paradoja, está dividido en ocho partes, la última de las cuales, “Sobre leer”, incluye algunos inquietantes aforismos. Cito varios: “Siempre leer al lado de uno mismo.” “Leer como de niño, olvidado del libro.” “Leer ordenadamente los diarios atrasados y acumulados durante meses, como hacía mi abuela, interesada no en las noticias sino en las tramas.” “Leer como si no estuviéramos aquí, pero fuéramos a llegar.” “Leer como un editor: sin piedad.”
De los palíndromos (parte VII: “Historias de ida y vuelta”), donde es evidente su gusto por ciertas palabras, entre ellas sal, sed, dama, seda, cabe destacar este brevísimo diálogo: “–Yo solo soy seré y así me doy./ –Yo de mis ayeres yo solo soy.” Pero también el poema que se llama “¿Oyes orar?” y (claro que no nada más, pero aquí abandonamos la sección) el siguiente fragmento: “Alba hay acá: la calaca/ al osario no irá sola.”
En prosa, de diversas secciones: “Como el viento en la fronda, en ti la risa. El árbol suelto de tu risa.” “Muchos desearían que los relatos que los atrapan fueran interminables; yo, cuando llueve intensamente, quisiera que nunca dejara de llover.” “Los fantasmas tendrán nostalgia de los sueños.” “El alma está en el cuerpo pero no como el agua en la esponja o la luz en el agua, sino como el sentido en el sonido o la gracia en el gesto.” “Todo el secreto de escribir está en saberse oírse oír.”
Sí, la ficción
Cuauhtémoc Arista
|
La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo,
Bohumil Hrabal,
Galaxia Gutenberg,
España, 2013.
|
Bohumil Hrabal escribió La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo en su cama de enfermo durante la primavera de 1973 y lo hizo circular en forma de samizdat o copias mecanografiadas clandestinas en 1974, ya que el gobierno comunista checo prohibió sus obras en represalia porque firmó la Carta 77 en defensa de las libertades individuales.
Este nuevo encuentro con el escritor casi se superpuso a mi tardía lectura de las memorias de Nadiezhda Mandelstam (Contra toda esperanza), víctima de la lucha por la hegemonía militar e ideológica que tenía sumida a Europa en la barbarie, quien al final de su vida reflexiona que sólo existe un remedio: el retorno al humanismo civilizado que se construyó con los sacrificios y el aprendizaje social acumulado durante siglos.
Como si se propusiera ilustrar esta noción, el narrador de La pequeña ciudad… evoca su niñez durante la ocupación nazi y el principio del régimen comunista. Aunque demuestra una gran capacidad satírica, como todo heredero no doctrinario del antiguo humanismo, trae a escena un puñado de personajes un poco trágicos, charlatanes, títeres de sus pasiones y sabios del desorden, que desbordan todo género: eso es, entre otras cosas, la novela.
Vistos con la empatía de un niño, esos checos sacan alegría de la nada incluso en la peor circunstancia, porque la necesitan para vivir. La dura labor en el centro económico y microcosmos social de la villa, que es la fábrica de cerveza, ocupó un lugar significativo en los afectos de Hrabal.
La tensión principal la generan el señor Francine, circunspecto padre del narrador, y el tío Pepin, que pregona su glorioso pasado (ficticio), lidia con el capataz y le da vida al burdel, ya sea vacilando o haciendo sonoros berrinches que no desmienten su inconsciente nobleza.
La confrontación de ambos protagonistas con los representantes de los totalitarismos es inevitable: cuando el oficial nazi a cargo quiere prohibir que se baile en el burdel porque un dignatario nazi fue asesinado, Pepin proclama que Alemania será derrotada. Cuando sucede esto, llega el Ejército Rojo y los obreros expropian el poder público y las jerarquías civiles. Francine aprovecha para liberarse de su tiesa personalidad y se convierte en una versión potenciada de su hermano.
En un texto que se incluye en la edición estadunidense de Pantheon Books, Hrabal declara que en esta obra encontró un camino para las siguientes: “Intentaré unir la conciencia y la inconciencia, el vitalismo y el existencialismo.”
Lo consigue. La ligereza de su estructura emparenta el relato con el poema: sus hilos narrativos no se anudan, la escritura es una trenza de voces, la trama atrapa el encanto de aquel pueblo, cuya obstinación vital parece destinada a deglutir cualquier tiranía, aun si se atraganta a veces.
Ficción, no mentira. Es aquel humanismo del que escribió N. Mandelstam, aunque un poco basto, como si fuera anterior a las ideas que los intelectuales afilaron para usarlas como armas.
Desde la primera mitad del libro el narrador proclama: “Yo sabía que Dios no ama tanto la verdad como se dice. Él ama a los desequilibrados, a los locos exaltados y entusiastas, a la gente como el tío Pepin, a Dios le gusta escuchar la mentira reiterada con fe, adora la mentira exaltada más que la verdad seca y desencantada que mi padre utilizaba para rebajar al tío ante mis ojos.”
Tijuaneada con guitarra y voz
Eduardo Langagne
|
Tijuanelas,
Alberto Ubach (música), Francisco Guerrero (guitarra),
Conaculta/Gobierno de Baja California,
México, 2013.
|
Con esta música, Alberto Ubach y Francisco Guerrero, autor e intérprete, celebran a una ciudad con verdadera historia, construida por sus habitantes todos los días y que “no se te entrega hasta que no demuestres que la quieres”, como asegura Tomás Perrín Escobar.
Las tijuanelas, de Ubach, son composiciones breves en forma de rondó, en un compás de 13/8; dibujan sus partituras en el aire de la ciudad y suman homenajes personales a sus resaltados protagonistas. Francisco Guerrero –leyendo, jugando, sintiendo– expresa en la guitarra estas formas musicales de reciente estructura y denominación. La guitarra es entrañable y con ello debo decir que el empeño de Francisco Guerrero lo es también. En la composición que le dedica, Alberto Ubach propone que Francisco es un guerrero. Constato que lo es en la guitarra y en la vida; no se trata de un apellido sino de una determinación, una definición, una valoración del carácter de quien suma su experiencia, su brío y su talento a una ciudad representativa y sugerente.
La noble guitarra es un instrumento transportable, aparece en los rincones de las casas o colgada en las paredes. Con su misma apostura y dignidad aparece otras veces en las banquetas de los barrios, en los jardines, en los pórticos, debajo del balcón donde vive la única que existe; cuando le es oportuno llega a las salas de concierto y en una sencilla ceremonia, conveniente a la humildad, usa la corbata de armonía para revelar que sus timbres pueden sonar en todos los espacios, para mostrarse como es, sencilla y expresiva, porque en voz baja puntea melodías y con rugido felino abanica rasgueos vigorosos que traducen en seis cuerdas todas las sorpresas de la gente.
El Bandolón es el inicio del concepto formal del género denominado tijuanelas, que Francisco Guerrero recrea. Parte de una Suite de lotería. Con sus dieciocho cuerdas, el bandolón es como una guitarra triple; lo recuerdo dibujado en las cartas de lotería tradicional donde la suerte, la fortuna de la infancia, ganó memorias y perdió semanas.
La segunda pieza es la tijuanela del profesor Vizcaíno, un homenaje para el promotor cultural que nació en una Comala homónima pero distinta al pueblo donde alguien buscaba a Pedro Páramo; una Comala que no es el lugar de los murmullos pero que vio nacer al hombre que llegó a Mexicali en 1952 para después darle a Tijuana su pasión, su vida, su trabajo. Hay también una tijuanela del perfume, meditación sugerida por la melodía para excitar el oído y el olfato; a ésta le sigue la tijuanela del segundo movimiento de la Sonata para Lorca.
La guitarra es el instrumento popular por excelencia. Nuestra guitarra puede tener la voz oscura del diapasón de ébano, la pesada madera negra que no flota en el agua, o la del palo de rosa con el que se conoce a las maderas de árboles que cantan en las zonas tropicales. Los indios de Estados Unidos llamaban al cedro rojo el árbol de la vida, con su madera construían casas y canoas, el resguardo del viaje, la vida cotidiana y la aventura, el abrigo y la búsqueda del alimento diario. La madera de su hechura puede ser de ciprés, que entre griegos y romanos era el árbol de las regiones subterráneas. Árbol sagrado: longevidad imperturbable y verdor persistente. El invierno no le quita sus hojas, saben los chinos, y al comerlas el tiempo de sus vidas es duradero; si uno se frota los pies con su resina, puede andar sobre las aguas. El ciprés es la muerte y el alma. Árbol siempre verde y perfumado. Según Gloria Fuertes, cuando habla el ciprés del cementerio nos convoca a todos: “No es que yo sea triste, es que todos me miran con tristeza.”
Las seis tijuanelas siguientes del disco son parte de esa asombrosa tarea que se impuso Ubach para componer una pieza por cada día del año: en este compacto se incluyen solamente la tijuanela de enero 3; la de abril 30, día del niño; la tijuanela del lanzador, septiembre 30, que evoca a Esteban Loaeza hace una década, cuando dejó con la rama del árbol sobre el hombro a 207 rivales. La tijuanela de noviembre 29, la olímpica de diciembre 9, la del fin de año de diciembre 31: Una limosna para este pobre viejo.
El Catrín, obra que corresponde a la Suite de lotería IV, es una composición reciente que evoca a una pareja en sus reposos, giros y baile sin fin en las salas de danzón. La tijuanela-impromptu refiere la sorpresa de la improvisación. Quien toca la guitarra juega con las posibilidades sonoras. Jugando, la noble compañera dicta melodías, propone armonías, sugiere ritmos, después de todo se hace lo que ella quiere, al fin instrumento del género femenino.
Continúa la tijuanela del Guerrero, compuesta sobre las notas que sugieren las letras del apellido de Francisco Guerrero, en la que Ubach construye la melodía a partir del cifrado. Al concluir, la tijuanela del Xoloitzcuintle, en la que se adivina lo que realiza en la cancha un equipo hecho para ser historia. Un bravo como Fernando Arce conduciendo el balón o amenazando con un tiro libre que hace temblar los tatuajes rivales.
Escuchando este disco de guitarra pienso para mí que desde las modestas tapas de pino que proceden de las variadas especies de coníferas que existen en la República Mexicana, la guitarra sabe sonar y convoca a los árboles de distintos espacios del mundo a brindarle sus maderas. Tal vez recoge el trino de los pájaros que en cada rama expresaron su canto, y lo sintetiza en una caja con cuerpo de muchacha y en un único brazo vigoroso y rígido, viril, pero sensible y delicado al mismo tiempo. Ella, la guitarra, puede nacer de maderas de los cinco continentes. Y si pienso en las aves que poblaron las ramas de los árboles, también creo, con Francisco Hernández, que a veces “no hay pájaro en la rama, el árbol canta”. En este sonoro recorrido tijuanense, del encuentro entre compositor y guitarrista, surgen estas piezas que merecen tener pronto un sitio entre el repertorio de nuestro tiempo.
La antropología como respuesta
Ricardo Guzmán Wolffer
|
Voces híbridas. Homenaje a García Canclini,
Varios autores. Coordinador: Eduardo Ninón Bolán,
UAM Iztapalapa,
México, 2013.
|
Hablar de la obra completa de Néstor García Canclíni no es fácil, por los alcances que tiene, pero esa misma amplitud facilita la aproximación por sus muchas aristas. Antropólogo señero de México, su voz es fuerte y directa, incluso en la introducción que hace a esta publicación que recopila parte de los trabajos del homenaje que se le hizo en 2009: ¿hacia dónde debe ver la Universidad, hacia la sociedad que recibe o a la que no; cómo mirar una sociedad que camina a la informalidad y, así, al ocultamiento de su historia nacional?, ¿cómo percibir un país que, como fue Tijuana hace décadas a los ojos del propio investigador, se ha vuelto un laboratorio de la descomposición social y política derivadas de la ingobernabilidad cultivada?, ¿cómo se logra el equilibrio entre las remesas de los mexicanos expulsados al vecino país por esa violencia que, se mencione o no en los medios, arrasa vidas y pueblos, y los familiares que se quedan para recibirlas?, pero, sobre todo, ¿cómo distinguir entre lo ilegal y lo legal, entre lo formal y lo informal? No resulta casual que esa mirada inquisitiva tenga tintes legales, pues García Canclíni hizo sus primeros estudios en su natal Argentina sobre Derecho. Para el antropólogo-filósofo pronto sería evidente que la realidad no se explica a partir de los códigos ni sus interpretaciones judiciales.
El libro se divide en tres grupos de ensayos: políticas culturales y ciudadanos; identidades y procesos interculturales; cultura, estética y poder. Y once ensayos se dividen ahí.
Parte de lo atractivo del trabajo de García Canclíni, dicen sus estudiosos, es advertir que arranca de hechos verificados, empíricos, a diferencia de los políticos y legisladores que buscan decretar la realidad en leyes aspiracionales que no sólo impiden un cambio útil, sino que perturban la senda que los ciudadanos buscan para sobrevivir en un entorno hostil y ajeno. La mirada del homenajeado sobre la cultura ha transitado de suponerla estudiable en un laboratorio, a comprenderla como parte de un permanente encuentro intercultural adicionado por la mediación de la industria, estatal y privada. Con adelanto a su tiempo, García Canclíni preveía sobre los objetos culturales que, más que ver los procesos de producción, hay que ver a quienes en ello participan. En el mundo global, la artesanía hecha por indígenas en la miseria tiene más significado que el objeto producido en millones de copias por la industria, pero el Estado no puede permitir que esas poblaciones mueran por mantener esa identidad regional cosificada en un objeto de ornato: la aristocracia académica contra la visión popular postrevolucionaria. La cultura vuelta símbolo de las relaciones sociales y de poder.
Una serie de ensayos de gran profundidad que explican, en parte, la condición del país y de sus gobernantes embelesados en el poder y no en la cultura, especialmente la propia.
|