Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Jorge Humberto Chávez: Road Poet
Marco Antonio Campos
José Luis Martínez: El trato con escritores
y otros estudios
Adolfo Castañón
Los nombres en Tolstói
Alejandro Ariel González
Los Tolstói serbios
Ljubinka Milincic
Tolstói en su
prosa íntima
Selma Ancira
Reflexiones de un traductor de Tolstói
Joaquín Fernández-Valdés
Roig-Gironella
Una familia internacional
Irina Zórina
Narrar el umbral:
La muerte de Iván
Ilich de Lev Tolstói
Maria Candida Ghidini
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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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Roberto Gutiérrez
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Árbol adentro
La respuesta a todas nuestras preguntas la tenemos a veces pegada en la frente y no hay forma de que nos demos cuenta. Más que meter mis narices en un libro, me asomo por la ventana, y ahí está. Ayer que subía la colina me recargué en un árbol de la empinada. Un árbol de ésos a los que uno no tiene nada que enseñarles de la vida porque ya lo han vivido todo, sin tenerse que mudar a ningún otro país o isla. Cuando bajé la vista me topé con una raíz enorme que se enroscaba como una culebra. Pensé que para sostener ese tronco altísimo y esa innumerable cantidad de ramas esas raíces tendrían que estar asidas hondamente a la tierra, de forma que entre más alta la copa más hondas sus raíces. Lo mismo sucede con el hombre, pensé casi sin querer pensarlo. Entre más grande sea la grandeza de un hombre (y perdonen la redundancia) más profundo debe ser su espíritu, de otra manera quedaría también muerto a la vera del camino a la menor preocupación. Nada mejor, pensaba mientras volvía a subir la colina, que crecer hacia adentro, largamente hacia adentro, con ese nudo de virtudes enroscadas como culebras alrededor del alma. |