Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 4 de agosto de 2013 Num: 961

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Jorge Humberto Chávez: Road Poet
Marco Antonio Campos

José Luis Martínez: El trato con escritores
y otros estudios

Adolfo Castañón

Los nombres en Tolstói
Alejandro Ariel González

Los Tolstói serbios
Ljubinka Milincic

Tolstói en su
prosa íntima

Selma Ancira

Reflexiones de un traductor de Tolstói
Joaquín Fernández-Valdés
Roig-Gironella

Una familia internacional
Irina Zórina

Narrar el umbral:
La muerte de Iván
Ilich
de Lev Tolstói

Maria Candida Ghidini

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
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Roberto Gutiérrez
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Mussolini como víctima

Cuauhtémoc Arista


Muss. El Gran Imbécil,
Curzio Malaparte,
Sexto Piso,
España, 2013.

No me gustó Muss. El Gran Imbécil, de Curzio Malaparte, pero celebro su publicación en español. Es un reto, pero un lector tiene que crecer también hacia el lado oscuro de la conciencia para encontrar un aspecto de su humanidad que no es fácil asumir, y menos formular claramente para cumplir con sus tareas éticas.

Es una de las reacciones que provoca el ensayo histórico y autobiográfico de Malaparte sobre Mussolini, a quien acusa, no sin admiración, de organizar a las fuerzas más oscuras de Italia, de suprimir las discutibles ventajas de una dictadura al ponerla al servicio del culto a su propia persona y de no corresponder a la dimensión heroica que trató de inventarse.

Muss es lo que resta del capo fascista después de demostrar que nunca fue un gran jefe y en cambio se convirtió en la caricatura de Hitler, pese a que éste empezó siendo su imitador.

“Te he odiado cuanto un hombre puede odiar a otro hombre, pobre Muss. Pero cuando tus esbirros te pusieron las manos encima también a ti, cuando tu rey te entregó a los esbirros en su casa […], cuando te colgaron por los pies, escuálido cadáver, delante de la gasolinera, y todos tus siervos vinieron a cubrirte de escupitajos, yo sólo dije: ‘Pobre Muss’.”

Convencido de que Mussolini encarna muchos, si no todos, los defectos y las cualidades del pueblo italiano, Malaparte observa con repugnancia al asesino del dictador. No le encuentra siquiera la trágica grandeza de los verdugos de reyes, sólo la mezquindad del ladrón. Adivina la pobreza de su botín: unas monedas, cierto reloj de plata al que le atribuye un valor simbólico exagerado, sólo para resaltar su infame destino.

En el “Apéndice a Muss. Un fragmento inédito de Mamma Marcia”, retoma el asesinato y la vejación del cadáver de Mussolini, después de explicar la ambivalente abreviatura que aprendió de su madre, una admiradora del Duce. Por eso sacraliza la mirada muerta, único resto de una grandeza que él se atreve a ensalzar, aunque sea por contraste con la vil multitud de los que el día anterior lo adoraban.

Relata que al presenciar desde un jeep cómo la gente cubría de heces el cadáver de Mussolini, dejó de importarle que éste hubiera hundido a Italia en la miseria y la derrota, porque al menos esa turba asesina las merecía.

Malaparte no toma partido por la masa desengañada. En su violenta sátira “El Gran Imbécil” reprocha que éste “creía de verdad que los italianos se habían convertido en lo que él quería, en tantos conejos heroicos, en tantos siervos obligadísimos, en tantos bufones a su merced, y no se daba cuenta de que todo era una estafa, una de las habituales estafas que le hacen los italianos a quien les manda, a quien alza la voz en público, a quien se cree un Gran Hombre”.

No me gustan los libros como éste, porque en cualquier época existen Libia, Egipto, Afganistán, igual que México e Italia, que dos veces recayó en la tiranía mediática de Berlusconi: entradas a un infierno moral en que ninguna luz abre el paisaje y acaba por perderse hasta el suelo. Pero no leerlos implica que ya estamos en el fondo.


Paz y su intemporalidad

Ricardo Guzmán Wolffer


Las sendas perdidas de Octavio Paz,
Evodio Escalante,
Ediciones Sin nombre/UAM Iztapalapa,
México, 2013.

Hacer un análisis, por superficial que sea, de la obra de un autor como Octavio Paz, reconocido y polémico, con seguidores fieles y detractores rabiosos, es un reto del que no es fácil salir bien librado. Escalante lo hace sobradamente al intercalar apreciaciones de mucho fondo con algunas anécdotas que, para quienes gustamos de la poesía y paladeamos el producto final del proceso editorial, el libro, resultan disfrutables.

Menos publicitada la obra de Paz por la lectura escolar de El laberinto de la soledad, sin duda hay mucho de dónde elegir para aproximarse a este autor, del que sobran los comentarios por su relación con los medios televisivos, ante la calidad y la amplitud de sus ensayos y poesía. De ahí que Escalante se limite a ciertas obras del Premio Nobel de Literatura: El arco y la lira, Poesía en movimiento, Piedra del sol y otras. Suele olvidarse la relación de Paz con el surrealismo, pero Escalante la retoma con precisión.

En los textos de revisión literaria se hace a un lado la parte editorial, el proceso para que un libro tenga cierto contenido. Los intercambios epistolares entre Paz y José Emilio Pacheco son documentados para establecer cómo, detrás de un libro de poesía, hay intenciones conceptuales de apreciación literaria: para Paz era necesario que los autores antologados en Poesía en movimiento fueran quienes hubieran contribuido a “la mutación de la poesía mexicana”, en tanto que Alí Chumacero y Pacheco proponían una visión historicista. En ese interesante proceso editorial, Evodio Escalante rescata la opinión de Paz sobre autores que ahora se antojan indispensables en cualquier antología poética y muestran al maestro Pacheco en su faceta de editor implacable. Más allá de la anécdota para los seguidores de alguno de estos autores, la inserción de esta “historia secreta” lleva al autor a replantearse la visión de Paz sobre escritores importantes, como Alfonso Reyes, para sacar sus propias conclusiones.

El autor retoma y aclara la relación entre Paz y Pablo Neruda para establecer los desencuentros que Neruda dejó bien establecidos. El bisturí de Escalante expone las influencias literarias de Paz (Neruda, Eliot, Reyes, Gorostiza, entre otros). Para los llanos lectores de la poesía, hay mucho de disfrutable en los textos de ahí derivados. Escalante nos recuerda que en la vasta obra de Paz puede haber susurros ajenos, pero implícitamente establece la necesidad de no dejar a un lado esa pluma fuerte que admite resignificaciones al paso del tiempo: en Libertad bajo palabra, Paz profetizaba la violencia: “Patria de sangre,/única tierra que conozco y me conoce,/única patria en la que creo,/única puerta al infinito.”

Sin duda, uno de los méritos inocultables de este texto que debe ser leído con calma, para apreciar la mirada del autor y degustar las historias incluidas, es el de obligarnos a releer parte de la obra de ese referente de la literatura mexicana.