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Cartas de amor en venta
Jacqueline Delubac y Sacha Guitry en Quadrille |
Vilma Fuentes
Hace unos días tuvo lugar en la Sala Drout de París la venta pública de setecientos lotes de recuerdos de Sacha Guitry. Se dispersó así una colección de objetos y manuscritos de este gigante del teatro. Dispersión también de su correspondencia amorosa peleada por sus coleccionistas. ¿Qué diría Guitry de esta disgregación que le concierne? Acaso la previó y lanzó una frase con su impertinente pertinencia. ¿Quién no recuerda, sin saberla suya, una de sus frases hoy proverbiales?: “Puede usted apreciar las frases de doble sentido, pero asegúrese antes de que tienen un sentido.”
Guitry no podía hablar ni escribir sin probar su ingenio, esa forma de espíritu que seduce a los franceses por encima de todo: mezclar la reflexión a la sonrisa. No importa qué verdad, incluso la más desagradable pasa mejor si es dicha de tal manera que no se puede sino sonreír. Incluso cuando escribe: “Entre los treinta y los treinta y un años, las mujeres viven los diez mejores años de su vida.” Guitry sabe que las primeras en reír de esta frase serán las mujeres, y sonreirán cuando dice: “Aceptaría absolutamente que las mujeres son superiores si ello pudiera disuadirlas de pretenderse nuestras iguales.”
La ironía constante de este autor es el motor que lo lleva a avanzar: “Hay personas con quienes se puede contar. Generalmente son personas que no se necesitan.” O bien: “Citar los pensamientos de otros es lamentarse de no haberlos encontrado uno mismo.”
Marguerite Moreno y Sacha Guitry en
Le Roman d’un tricheur |
Sin embargo, este despiadado ironista puede también ser un admirador incondicional: “¡Oh, privilegio del genio! Cuando se acaba de escuchar un trozo de Mozart, el silencio que le sucede es aún de él.” Feroz también: “El amor de dos dura el tiempo de contar hasta tres.” Aunque precisa: “Temer la ironía es temer la razón”, y señala justamente: “Tiene usted razón cuando dice a un fumador que fuma mucho si fuma sus (vuestros) cigarros.” O gran observador crítico del sistema financiero: “Si se castigan los cheques sin fondos, ¿por qué no castigar los fondos sin cheques?”
Las frases de Sacha Guitry no provocan en su lector, o su oyente, la risa sonora, casi convulsiva, que pueden arrancar los payasos o los cómicos. Estos hacen reír de sus errores, sus torpezas o, incluso, de su estupidez. Provocar con sus palabras el estallido de la carcajada hubiese parecido a Guitry un mal efecto sufrido por sus espectadores y una falta de elegancia de su parte. Hacer reír de los otros es, después de todo, una facilidad y una limitación del propio ingenio. La explosión de la carcajada no puede ser sino efímera: ¿no se consume, acaso, en su mismo estallido?
Escritores notables, inmortales incluso algunos de ellos, muy raros, arrancan la risa a costa de la imbecilidad o la insensatez de sus personajes. Toman sus distancias con ellos. Satíricos, su crítica evita al autor en apariencia imparcial y salva del ridículo a sus lectores, reducidos a una actividad que no los compromete. Sacha Guitry prefiere –o tal vez el pudoroso descaro de su espíritu retiene su expresión– la ironía que comienza por ejercerse sobre sí mismo y, de paso, al hacer un llamado a la lucidez de cada uno, sobre quien lee o escucha sus monólogos y sus réplicas: su verbo es un arma de dos filos. La carcajada es irreflexiva; la sonrisa deja huellas, a veces imborrables porque abre las puertas de la reflexión. Guitry hace sonreír a la inteligencia de la inteligencia.
De la familia de Voltaire y de Molière, Guitry es un haz luminoso que perpetúa el espíritu del Siglo de las Luces: “Negar a Dios es privarse del único interés que representa la muerte.” Obedece al espíritu de un siglo escéptico, donde la solemnidad es de mal gusto y no vacila entre la seriedad del espíritu y el espíritu de seriedad. La gracia, la ligereza y la ironía son las reglas inviolables cuando la reflexión ahonda en asuntos graves.
Este escritor, dramaturgo, actor, director de teatro y cineasta, acaso inspirado en Oscar Wilde, puso en su vida su genio y sólo su talento en su obra. Se le decretó autor sin importancia pues hacía sonreír. Es curioso cómo muchos críticos se avergüenzan de reír y algunos se revelan incluso incapaces de apreciar, por ejemplo, el humor de un Kafka, obstinados en encerrarlo en una cárcel metafísica cargada de gravedad –reputación que aleja a lectores temerosos de aburrirse.
Si cada quien puede reconocer su peculiar escritura, Guitry es también una voz. Una voz reconocible cuando se la ha escuchado una vez. Una voz que se introduce en las voces de los otros. Es suya y de otro, la misma y diferente. En su película Le roman d’un tricheur (1936), la voz de Guitry en off sustituye las de cada miembro del elenco.
Sacha hurta su voz a los otros y les da la suya. Así, montó una película con escenas filmadas por él de amigos de su padre, el actor Lucien Guitry. Las escenas eran mudas. El asunto tuvo remedio, y magnífico. Sacha recordó, gracias a una memoria admirativa, la única que no olvida, las palabras exactas de Claude Monet, Auguste Renoir, Auguste Rodin, Anatole France. Supo imitar sus voces al extremo de hacer dudar que la voz en off (creada por él en esa ocasión y cuyo método renovaría el cine) no fuese la de las personas filmadas.
Hijo de Lucien Guitry, equivalente masculino de Sarah Bernhard, Sacha tuvo como padrino al zar Alejandro III, de quien le dieron el nombre de pila –de ahí el diminutivo de Sacha. Como su padre se hallaba en gira teatral permanente, el joven era siempre inscrito en el mismo año escolar, lo cual le permitiría decir que nunca pasó de primer año de primaria.
Autor de 125 obras de teatro y treinta y siete películas, sin contar otros escritos, tuvo tiempo de casarse con cinco actrices a quienes dirigió, cinco de las más célebres bellezas de la época. Las cartas de amor de ellas a Sacha formaron parte de la venta. Guitry guardó sus cartas y ellas no lo olvidaron nunca. Debe haberlas hecho sonreír al escucharlo decir: “Las mujeres honestas no se consuelan nunca de las faltas que no cometieron.”
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