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Las cuatro vidas de Enzo Battisti
En México le llamaban Enzo. El italiano Cesare Battisti, ex militante en los años setenta de los PAC (Proletarios Armados para el Comunismo), vivió en San Miguel, el DF y Puerto Escondido. Entre 1981 y 1990, después de su fuga de una cárcel italiana, formó una familia y escribió sus primeras novelas de tipo autobiográfico, y negras, políticas y policíacas a la vez. Pero esta fue su segunda vida. En Italia, Battisti es considerado el prófugo de la justicia más famoso, entre los cientos de expatriados italianos fugitivos. Tiene una condena a cadena perpetua por dos homicidios y la participación en otros dos. El preámbulo del “caso Battisti” se inicia durante su “primera vida” en los “años de plomo”, a finales de los setenta. Para Italia fue un período de violencia política y de atentados de matriz terrorista, orquestados por neofascistas y aparatos desviados del Estado y por los grupos de oposición que abrazaron la lucha armada. Unos veían la violencia como una defensa, otros como método de lucha antisistema. En los noventa, la “doctrina Mitterrand” permitió a sus exintegrantes quedarse en Francia si renunciaban a las armas. Battisti fue de México a Francia. Tercera vida: catorce años trabajando como conserje y escritor. En 2004, Italia solicitó al país galo su extradición y explotó “el caso”. Las cortes italianas habían ratificado sus condenas, aun con procesos controvertidos, en contumacia, bajo una “legislación especial” y con base en testimonios de excompañeros-colaboradores de justicia, según relata el académico Carlos Lungarzo en su libro Os cenários ocultos do caso Battisti, recién publicado en Brasil. En cambio, la mayoría de los medios y jueces italianos enfatizan la regularidad del proceso y de sus dos apelaciones. Desde 2004, Battisti, quien se declaró inocente, radica en Río: cuarta vida. Después de dos años de clandestinidad y cuatro de prisión, ahora está libre por decisión del expresidente Lula, quien negó su extradición a Italia en 2010. Brasil resolvió así el “caso”.
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entrevista con Cesare Battisti
Fabrizio Lorusso
–¿Cuál es el nexo entre tu historia editorial y judiciaria?
–Al contrario de lo que se piensa, que lo importante es que se hable siempre de alguien, bien o mal, esto no es cierto. Fui destruido, hicieron una imagen infernal que me impide vivir y, sobre todo, vender libros. No hubiera pensado tener tantos problemas por la imagen creada por los medios en estos años. Cuando presento un libro en una ciudad, hay grupos de apoyo presentes, así es normal que haya doscientas o trescientas personas. Pero si estuviese en las librerías, lo cual no ocurre, no vendería ni el cinco por ciento de lo que vendo en Francia, porque aquí es el libro del “monstruo”, y no se compra.
–En tu última novela Cara al muro (Face au mur), hablas de Brasil. ¿Es totalmente autobiográfica?
–Es la última de una trilogía. La primera fue una autobiografía: Mi fuga (Ma cavale). La empecé cuando huí de prisión en 2004, en un momento de desesperación total, sin entender lo que pasaba, de un país y de un puerto a otro, de París a Brasil. Aquí, luego escribí este libro para entender lo que me estaba pasando con cierta distancia no sólo emotiva y psicológica, sino también material y física. Empecé a ver lo que ocurrió en los años setenta con cierta objetividad y experiencia de escritor, más madurez como narrador. Ese libro era autobiográfico, pero pasé de la primera persona a la tercera para contar con más distancia. El segundo, Ser Bambú, salió en Brasil y cuenta mi clandestinidad aquí y en otros países, así como la vida de un cincuentón con todos sus problemas.
–¿Cómo contar un país desde la cárcel?
–Dijo Mandela que para conocer bien un país hay que conocer sus prisiones. Esto no lo sabía mientras hacía el trabajo, lo descubrí después. Conocí Brasil, física y culturalmente, a través de la voz de sus presos. Un preso tiene sensibilidad, un estado emotivo tan fuerte, que puede comunicar cosas únicas que en libertad jamás podría. Si logras captar esos momentos, puedes entrar en un universo que de otro modo no podrías tener. La obra de Dostoievsky es una prueba de ello. Tenía ganas de hablar de este país porque ya había pasado tres años aquí como “clandestino”, aunque todos sabían de mi presencia. Me transmitía algo extraño, misterios. Me rechazaba, pero al mismo tiempo me atraía. Creo haber entendido un poco lo que es Brasil en la prisión. Como escribo historias que son sociales, no las elegí al azar, sino que hablé de los presos que me permitían conocer el país y sus culturas –pues Brasil es un continente– y al mismo tiempo denunciar ciertas situaciones y entender lo que estaba haciendo ahí. Por tanto, está mi historia de cuando llego y me arrestan, pero también de cuando ya estoy preso. Hay flashbacks: estoy en el patio con los otros presos, veo a cada uno y narro su pasado. Las tramas se entrelazan, el hilo conductor es el amor, porque siempre hay una mujer a lado de cada quien. Más en la cárcel, donde la mujer tiene un papel fundamental y hasta feroz.
–Hablemos de México, después de tu fuga de la cárcel de Frosinone, Italia.
–Estuve allí del ’81 al ’90; llegué de París como muchos que no podían quedarse en Francia. Algunos fueron a África, yo a México. Fui recibido por unos compañeros del sindicato SITUAM en la misma unidad en que estaba el Sub Marcos. En México tuve una familia, mi esposa, mi hija y un trabajo. Antes no había conocido una vida “normal” y allí escribí mi primer libro.
Cesare Battisti después de que fue liberado de la cárcel Sante, tras la decisión de la corte de apelaciones. París, marzo de 2003
Foto: Isabelle Simon |
–¿Cuál es?
–Eh, no lo puedo decir porque hubo una gran polémica sobre su “paternidad”. Mejor no volver al tema. Digamos que mi primer libro, Disfrazado de hombre (Travestito da uomo), fue escrito en español y traducido por mí al italiano; salió en Francia e Italia. México me formó como adulto; tanto, que en el segundo proceso de extradición de Francia, país en que nacieron los derechos humanos, cuando lograron procesar a la misma persona –a mí– dos veces por lo mismo, el Fiscal pudo decir: “De todos modos a este hombre no le gusta Francia, siempre dice que su país es México.” En parte tenía razón.
–En la novela Buena onda (2004) hablas de Marcos y los zapatistas.
–La novela es ficción. Cuando yo andaba por México, Marcos estaba en la zona de Tamaulipas. Oí de la marcha silenciosa en diciembre. En Francia, estuve en contacto con mexicanos de comités internacionales, por lo que estaba informado de lo que pasaba. No sabía qué harían exactamente ese enero del ’94 en San Cristóbal, pero estaba al tanto.
–¿A quién más recuerdas de esa época?
–A toda la redacción de la revista Vía Libre.
–¿Aún existe la revista?
–Se fundó en México en 1986, funcionó dos o tres años y se reabrió en 2001, en línea, hasta 2004.
–¿Conociste a Paco Ignacio Taibo II?
–Sí, creo que a veces colaboró con la revista, no recuerdo bien.
–En la novela Avenida Revolución (2003) están Milán, Tijuana y el DF. ¿Qué tienen en común?
–Pensé que nadie la publicaría. Escribí desatado lo que quería, un delirio. Es decadencia, ruina, sueño y clichés multiplicados. Es el texto que me gusta más, aunque no pude entender qué quería describir. Hay como un cataclismo de todos los valores, un mundo que se descompone, pero de lo podrido puede renacer la vida. Primero, llevo al extremo una idea común de mis libros: el hombre no crea las circunstancias, al revés, las circunstancias crean al hombre. Tomé a un personaje y lo puse en una situación totalmente inimaginable para él. De Milán, donde el protagonista es pastelero, a Tijuana. En Milán ocurrió el cataclismo, un desastre. Está lleno de símbolos, todos los polis tienen el mismo nombre y hay enanos en todas partes. Está la visión de los muros: se construyen como en las antiguas ciudadelas, el de Israel se hizo después de esta novela.
–¿Y Puerto Escondido?
–Mi hija nació en San Miguel pero creció en Puerto, donde teníamos una casa. Esa playa fue la primera que conocí en México, con un amigo de Marcos.
–¿Podemos decir quién era?
–Sí, David Villa Rueda. Su hermano es un líder sindical, le decían el Negro.
–¿La película Puerto Escondido, de 1992, de Gabriele Salvatores, es tu historia?
–Claro, el personaje en Puerto soy yo. El actor [Claudio Bisio] quiso encontrarme en el Centro Cultural Italiano de la Embajada en París, pero en ese preciso momento vi que estaba entrando a territorio italiano y mejor no entré.
–Si México te gustaba, ¿por qué fuiste a Francia en 1990?
–Varios motivos: quería recuperar mi identidad porque no podía presentarme públicamente por una prohibición de la autoridad mexicana, aunque sabían que estaba viviendo allí. Si me pasaba algo, probablemente me mandarían a Nicaragua y no a Italia, pero, en fin, no querían saber nada de refugiados italianos, como ahora y nunca. Eran muchos y todavía hay. Me fui porque quería recuperar mi identidad en Francia y eso ocurrió, en efecto. Pasé tres o cuatro meses en prisión –era la rutina– y pedí asilo por la doctrina Mitterrand, como todos los demás. No me extraditaron, conseguí una visa y luego la naturalización.
–¿Y en Francia?
–Empecé una vida normal con papeles. La naturalización me fue dada y luego suspendida antes de tener el pasaporte. Ya en 2004 había cabildeos de Italia para otro pedido de extradición y el secretario francés de Justicia suspendió mi naturalización por decreto, ilegalmente, porque la decisión tendría que pasar por un procedimiento judiciario. En eso seguimos, gané el juicio y ahora en teoría podría tener nacionalidad francesa.
–¿Existe una literatura apolítica?
–No lo creo posible. Toda obra de arte se define así si modifica algo en la sociedad. Es más, antes la política era vista como arte y, en cambio, ahora ya perdió todo su prestigio. No hay una literatura que pueda exiliarse totalmente de la sociedad y que, de alguna manera, no tenga algo político en un sentido amplio.
–¿Si tu juicio se pudiera reabrir, volverías a Italia para ser juzgado?
–Sí, si me dieran las garantías, con observación internacional, sería la solución ideal porque, en efecto, ¿dónde están las pruebas? Menciónenme una sola prueba material o técnica por la que se pueda decir “fue él”. No hay. Toman las armas de Fulano. Esa arma mató a Perengano. Sin embargo, aunque encontraron las armas con Fulano, fueron por mí. Hay quien confesó: “Fui yo”, y tampoco así. ¿Y las pruebas? Volvería, ya lo dije antes, bajo observación internacional.
–¿Por qué no lo haces?
–No se puede reabrir. Además, no creo que Italia pueda someterse a juicio, que quiera una revisión de este tipo, menos con escrutinio internacional.
–¿Cómo se cerraría la herida de los años setenta? ¿Qué decir a las víctimas de esa época?
–Hay que reconocer que en Italia hubo un conflicto armado, una guerrilla, y como en todos los conflictos hubo víctimas, abusos y errores de ambas partes. Pero sin ese reconocimiento, ¿cómo hablar de esto? Si no hubo conflicto armado, sólo existe una cosa: el bandido o criminal común, por tanto no se daría un diálogo. Lo primero es reconocer ese conflicto armado. Cossiga [expresidente de la República] trató de hacerlo, pero fue aniquilado. Lo hicieron Francia, Bélgica, Alemania y otros países en que no hubo casi nada, en comparación con Italia. En nuestro país había más de 10 mil personas armadas. O lo reconoces, y si no ¿cómo sería un diálogo?
–¿Te consideras militante? ¿Qué valores tiene Cesare Battisti?
–¿Cómo no definirse militante? Todo lo que hago es resultado de un pensamiento y principios que allí están. Siempre somos militantes. Podemos cambiar ideas, medios y formas, pero no ciertas convicciones. Los valores son los de siempre, pero cada uno en su contexto histórico, con madurez, inteligencia y sensibilidad diferentes. Todo cambia, entonces hay que adaptar ideas y estructuras mentales a la realidad. Según yo, siguen vigentes la justicia social y la igualdad, junto a la libertad, porque en esos pseudopaíses que decían “construir el comunismo”, eso en realidad nunca ha existido. Sobre todo porque no era posible en la pobreza. Hace falta riqueza, no miseria y, quizás sólo habría unos países escandinavos que podrían hacerlo hoy. De todos modos, no se puede hacer una sociedad justa y libre, o sea comunista y “utópica”, sólo con la igualdad, sin libertad. Para juntarlas, hay que tener los medios, una sociedad con progreso y distribución de la riqueza. ¿Valores? Cuando veo las diferencias sociales, hoy, me enoja; así como pensar que pocas familias controlan el planeta. Si no puedo hacer nada, duele. Finalmente, esto no cambia con el tiempo, es parte de mí.
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