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Una Revolución y cuatro paradojas
Paradoja uno
Desde luego no es la única, pero una de las paradojas que hasta la fecha sigue luciendo enorme en el semblante del cine mexicano consiste en su escasez de cine histórico y, dentro de éste, de cine cuyo tema sea la Revolución de 1910. Antes de que se pongan a recitar una lista más o menos nutrida de títulos, acláresele de inmediato a Memorioso y a Noesverdad que aquí quiere decirse tema y no sustrato, pretexto, telón de fondo, alusión directa o vaga, referencia próxima o lejana, que son poco más o menos las maneras en las que, preponderantemente, la cinematografía nacional ha reflejado –o quizá mejor dicho, ha dejado de hacerlo cuando según él es lo que hace– los hechos de armas, políticos, económicos, sociales y culturales amparados bajo el término “revolución” seguido del adjetivo “mexicana”.
Paradoja dos
Lógicamente derivada de la anterior, la segunda paradoja consiste en que a la Revolución mexicana se le ha visto en pantalla pero sin verla o, mejor dicho y por supuesto que aún peor, viéndola detrás de los velos inevitablemente escamoteadores implicados en ese recurso argumental sobado y resobado, tanto que desde hace rato es una auténtica moneda corriente aunque los dueños de las manos que la usan créenla nuevecita, reluciente y, sobre todo, de tremendo poder adquisitivo, dramatúrgicamente hablando: centrar la trama en uno, un par, quizá tres personajes cuya microhistoria corre, en la línea cronológica, al parejo de los acontecimientos que sí vienen en los libros, microhistoria que en la película es colocada por delante de tales acontecimientos y que, de preferencia para el guionista, en algo o en mucho influye en el decurso de los hechos Históricos, con mayúscula.
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El resultado habitual de este expediente chambón es que la historia-historia –desde este punto intercambiable como si de un diorama se tratara– se vuelve puro contexto para la otra, pequeña pero atacada de gigantismo, y que no por casualidad sino quizá por pura y simple pobreza narrativa suele ser una más-que-resobada historia de amor, es decir, una a la que lo mismo le da “suceder” durante la Revolución mexicana que la cubana que la francesa que la.
Paradoja tres
Este ponepuntos tiene la impresión de que, muy posiblemente sin apercibirse del todo, cuando Yasonvarios recusa esto o aquello luego de ver Ciudadano Buelna (2012), el más reciente largometraje de ficción dirigido por Felipe Cazals, lo que echa en falta son aquellos dos componentes a los que ya se acostumbró: ver a la Revolución pero como de ladito o allá atrás, y ver por delante cómo le descerrajan un cliché como todos los clichés: digerible, predecible y aborrecible.
(Y por si hiciera falta, es posible enrular la paradoja y decir, como lo ha hecho el aludido Yasonvarios, que si una película sobre la Revolución no lo deja sordo a uno a punta de balazos, cañonazos y bombazos que ocupen una porción más que generosa del pietaje, entonces resulta que la película casi casi ni tiene derecho a decir que versa sobre revolución alguna.)
La de Cazals es, claramente, una intención muy distinta lo mismo en términos argumentales que en lo referente al sitio donde, mucho tiempo después de este momento presente, deberán ser ubicados sus dos filmes previos, Chicogrande (2010) y Las vueltas del Citrillo (2006), pero sobre todo Ciudadano…, con la que completa una trilogía de la Revolución mexicana que sí trata sobre la misma.
Empero, entre la intención y el resultado de esta última cinta se interpusieron sobre todo un par de escollos, aquí mencionados sin orden alguno de prioridad: el protagónico le quedó enorme a la capacidad histriónica de Sebastián Zurita, cuyo desempeño se ve todavía más empequeñecido junto a la solvencia, entre otros, de Jorge Zárate –estupendo su Heriberto Frías–, Damián Alcázar y Gustavo Sánchez Parra; lo otro, que el ordenamiento episódico de la trama hace que se le perciba a manera de estampas, y siendo tan largo el arco temporal y tantos los hechos que se cuentan, aquéllas dan la impresión de descoyuntamiento a cualquiera poco familiarizado con la Revolución mexicana y, para peor, precisamente con un personaje no oscuro sino oscurecido por las versiones históricas oficiales.
Última paradoja
Con todo y ser pocasbalas, no haber trascendido cierto carácter de monografía histórica o conceder un tanto al cliché por incluir un trío de alternantes y una esposa –todas ellas prescindibles–, Ciudadano Buelna tiene la virtud de cerrar un poco la brecha entre lo que nuestro cine ha contado –o dejado de– sobre la Revolución, y lo que ciento trece años después ya debería ser una asignatura más que cumplida.
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