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Ana García Bergua
Ciudades en la noche
Aquí se encienden los faroles y poco después se iluminan las panaderías con el pan de la merienda. Afuera de ellas, los carritos de camotes lanzan su aullido, se anuncias los tamales oaxaqueños calientitos, resuenan las radios, como si la noche llegara con música propia. La gente se alegra de regresar a casa, por fin, después del trabajo; se animan los cafés, las fondas, los restaurantes elegantes. Los albañiles cobran el día y se alejan de la obra en grupos, entre bromas y tacos de canasta, para ser tragados por el Metro. En las calles deja de prevalecer la prisa y los pasajeros de los autobuses parecen vivir en una mullida espera, un descanso adelantado. Si es viernes, los muchachos que salen de fiesta la anticipan con la música del coche a todo volumen. Si no, los estudiantes de la escuela vespertina acompañan a la novia o se envuelven en la oportunidad de la aventura interior. Y muchos, también, se preguntan si llegarán a casa con la cartera y el cuerpo completos. De alguna manera todos los que salen de noche se preparan a convertirse un poco en sombra, a transfigurarse en una multitud en la que nadie es nadie o no del todo. Por ello la noche en las ciudades parecería ser más oscura que en la clara soledad del campo o el mar; las luces y la gente ya relajada, de ánimo un poco carnavalesco, contribuyen a ocultarse, a disfrazarse de otra cosa en el camino a casa, si es que regresan, si es que deciden regresar. La noche en la ciudad predispone a la fantasía. Una tregua de unas cuantas horas, antes de volver a ser quien se es y disponerse a amanecer con el nombre de siempre.
Así nuestra noche tiene signos de puntuación que la van marcando, de la algarabía al silencio, como aquellos árboles donde los pájaros se cobijan. Pasa la fiesta del adiós al día con sus obligaciones y la noche respira a trechos. Si recorres la ciudad de noche puedes ver que cada ventana encendida es como una pantalla y contiene una película completa. Quisieras saber qué recuerdos comparten los ancianos que meriendan, cansados, a la mesa de una cocina. O qué piensa la madre cuando interrumpe un momento la canción al niño que no se duerme, qué nombre garabateó en su cuaderno la niña a la que le insisten en que termine la tarea, qué piensa el hombre de la miscelánea mientras baja la cortina, a quién llamará la joven empleada después de cerrar la boutique elegante. En todas las colonias pareciera habitar la promesa de una fantasía aureolada por la luz eléctrica; las ventanas de los multifamiliares con su pequeña telenovela o su gran historia, las mansiones en los barrios elegantes, con sus adornos en Navidad fastuosos y a la vez tan vulgares, convertidas en himnos al kitsch, que ocultan comodidades y dramas dickensianos. Quizá en los grandes edificios corporativos como dados de cristal rellenos de aburrimiento se escenifiquen, de noche, bacanales en medio de los escritorios. Y detrás de todas las persianas acecha la posibilidad del crimen o el abuso continuado, aunque éstos utilicen de común, para ocultarse mejor, la luz del día.
Durante la noche, en las ciudades, los perros callejeros se comunican sus señales a ladridos y los gatos corren más afanados que nunca, enloquecidos como adolescentes de fiesta, sedientos como pequeñas fieras. Y en todas las camas hay, a lo largo de la noche, escenas de pasión, de espanto, infinita paz o triste desidia. En muchas, también, lanza lengüetazos a la pared el animal del insomnio con su pelaje blanco y desesperanzador. Pero es verdad que en las noches anidan también la ternura y los sueños, la poesía y la música, el pan y la cobija compartidos al calor de la penumbra. Y mucha gente se asoma por la ventana a pensar y resolver sus propios acertijos.
La noche en las ciudades es un carrusel guardado en una caja de cristal que el número 121 de la revista Blanco Móvil, dirigida desde hace más de treinta años por Eduardo Mosches, nos invita a recorrer, a desvelar sus secretos y las infinitas posibilidades que resguarda. Con textos de Cristina Peri Rossi, David Huerta, Floriano Martins, Agustín Monsreal, Pedro Enríquez, Ana Clavel, Jorge Boccanera, Fabio Morábito, Alexis Gomez Rosas, Aline Petterson, Alexis Gómez Rosas, David Martín del Campo, Hugo Mújica, entre otros autores nacionales e internacionales, este 121 parece ser como el número brillante de un edificio cuyas enigmáticas ventanas encendidas acechamos, curiosos, desde el autobús, cuando la noche imanta nuestras ciudades.
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