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(carta abierta a Enrique Peña Nieto)
Ilustración de Juan Gabriel Puga |
Señor Presidente Constitucional
de los Estados Unidos Mexicanos:
Quizás no necesite subrayar que el ser humano es, aparte de una entidad biológica, un animal que habla, un animal que se mantiene erguido porque posee el don de la palabra. Sin embargo, me es imprescindible partir de esa evidencia para otorgarle una dimensión mayor a mis palabras.
Las lenguas son vastos edificios de sonidos que las sociedades humanas han levantado a lo largo de la historia y que sirven no sólo para nombrar las cosas, sino que nos conceden la posibilidad de comprender este inasible universo y de retener en la memoria algunos de sus hechos relevantes. Las lenguas son imprescindibles para expresar hechos abstractos. También para el desarrollo de la sensibilidad y de la inteligencia. El ser humano que domina su lenguaje, que es capaz de entender lo que lee, que sabe expresarse correctamente cuando habla y cuando escribe, es un ser humano pleno, la clase de ciudadano que nuestra nación necesita.
En este sentido, Confucio estableció que el primer deber de todo gobernante consistía en rectificar los nombres y añadió: cuando los nombres no son correctos, la lengua carece de objeto, los negocios no pueden ser llevados a feliz término, las penas y los castigos no sirven de nada y el pueblo no sabe hacer su trabajo. Aquello que se piensa, subrayó, se puede decir y lo que se puede decir se puede hacer.
Establecido lo anterior, creo necesario decir que el asunto de la lengua en la que nuestro pueblo se expresa no es un asunto menor. Por el contrario, es y debe ser un asunto de Estado, asunto al que el Estado y la sociedad civil deben conceder la mayor importancia. Cabe preguntar, ¿por qué México carece de lengua oficial? Es necesario que, en apoyo de la defensa y del desarrollo de las lenguas originarias de México, ya reconocidas en la Constitución en su carácter de lenguas nacionales, se les otorgue, además, el rango de oficiales en aquellas entidades federativas en las que sean habladas. Junto con esa demanda justa, es necesario que nuestra lengua materna, la lengua española, sea elevada al rango de lengua oficial. No es posible que México, el primer país de la lengua española; aquel que tiene el mayor número de hablantes del español en el mundo (uno de cada cuatro hablantes de la lengua española en el mundo es mexicano), carezca de lengua oficial. El español lo habla el 95% de nuestro pueblo, ya que en él se expresan también los pueblos amerindios. A instancias de México, el español es una de las cinco lenguas oficiales de la ONU y de la Unesco. ¿Por qué no le hemos otorgado el mismo rango en el país? El Acta de la Independencia, la Constitución de la República, las leyes que de ella se derivan, los libros de nuestros más grandes escritores se han escrito en lengua española. ¿De dónde nace, pues, la reticencia a reconocer en el derecho lo que está presente en los hechos, tercos, sin duda alguna?
De este reconocimiento se pueden derivar otras acciones, de importancia extrema, según creo. Pongo por caso, un número mayor en las horas de lectura y de escritura en nuestras escuelas (de una a dos horas diariamente, por lo menos), un énfasis superior en los estudios lingüísticos y literarios, una elevación en la calidad y la cantidad de las editoriales mexicanas (que deben abrirse a las tecnologías de la modernidad y utilizar los nuevos soportes electrónicos, que benefician cada día a un creciente número de usuarios), en fin, un aumento en la cantidad de librerías.
Las medidas podrían ser en extremo sencillas y de bajo impacto económico. Por ejemplo, que toda adquisición de libros sea deducible de impuestos, de igual modo como lo es la compra de automóviles (el impacto que esto significaría en los ingresos fiscales sería mínimo). Que el libro de texto gratuito guarde su condición, pero que se distribuya a través de librerías: se multiplicarían así, estoy seguro, las librerías de barrio, a las que los padres de familia acudirían a recibir esos libros y eventualmente a comprar los útiles escolares (y libros de todo tipo, incluidos los que se hagan en soportes electrónicos y no sólo en el soporte de papel).
México debe recuperar y aun elevar su presencia, su prestigio y su imagen en el mundo. México es, por sobre todo, creador de una cultura de alto nivel. Uno de sus patrimonios intangibles radica en su lengua. Como otras naciones (Francia a través de la Alliance Française; Inglaterra del British Council; Portugal del Instituto Camoês; Alemania del Goethe Institut; España del Instituto Cervantes), México ha de crear el Instituto Alfonso Reyes para enseñar el español mexicano (y la cultura del país) en al menos Estados Unidos, Canadá y Brasil. Lo esencial es que México tenga ciudadanos y hombres creadores que sepan innovar y formular problemas; capaces de hacer preguntas audaces por las cuales enfrentemos sin temor los retos de la globalización en el siglo XXI. La tecnología nos libera de la esclavitud que nos impone la naturaleza. Nada mejor, para hacer de México una nación de hombres libres, que el pleno dominio de su lengua.
Creo, Señor Presidente, que las sencillas medidas que aquí y ahora he propuesto podrían propiciar, entre otras más, el desarrollo de la sensibilidad y de la inteligencia de nuestro pueblo y concederle a México el rango que debe ocupar entre las grandes naciones civilizadas del siglo XXI.
Muchas gracias.
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