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Germaine Gómez Haro
Las obras de arte en La Ciudad de los Libros (I DE II)
Conformar una gran biblioteca pública a partir de la adquisición de cinco invaluables acervos privados fue el gran acierto de Consuelo Sáizar como parte de la política cultural en este sexenio recién concluido. La Ciudad de los Libros, inaugurada hace unas semanas en el edificio de la antigua Ciudadela es, a mi parecer, el más fructífero y trascendente proyecto cultural cristalizado en nuestro país en los últimos tiempos. Siguiendo el extraordinario plan maestro de restauración e intervención del edificio de 28 mil metros cuadrados a cargo de Alejandro Sánchez García y Bernardo Gómez Pimienta, los 500 mil volúmenes que integran los acervos de cinco de nuestros intelectuales más destacados (José Luis Martínez, Antonio Castro Leal, Alí Chumacero, Jaime García Terrés y Carlos Monsiváis) fueron dispuestos en espacios independientes construidos por algunos de los arquitectos más notables de nuestro tiempo, dando lugar a una biblioteca de bibliotecas que se despliega en toda su grandiosidad como un microcosmos per se, siguiendo el pensamiento de Borges, quien decía que biblioteca es sólo uno de los nombres que se da al universo.
A vuelo de tinta |
Un acierto adicional en este soberbio proyecto es la integración de obras de arte comisionadas a diferentes autores contemporáneos que complementan la belleza arquitectónica de cada sala y de los espacios públicos, creando una armonía visual y conceptual entre el lenguaje literario y el plástico. Uno de los espacios más impactantes del edificio es el patio llamado El Cernidor, en cuyo centro cuelga del plafón La hoja de tabaco, escultura monumental de Jan Hendrix compuesta por veinticinco piezas realizadas en aluminio blanco recubierto con una capa de cerámica, que evocan la silueta estilizada de dicha planta haciendo alusión al origen histórico del edificio dieciochesco que fuera la Real Fábrica de Tabaco. En este mismo patio se presenta actualmente la exposición temporal titulada Lomos de La Ciudadela,de Pedro Torres, cineasta que ha destacado en la dirección y producción de series televisivas, documentales y cine publicitario, quien en esta ocasión exhibe por primera vez su obra fotográfica realizada ex profeso para el evento inaugural del recinto. Se trata de una serie de veinte fotografías de gran formato (unas alcanzan los dos metros), en las que el autor reproduce los lomos de volúmenes seleccionados por él, mismos que dan cuenta de la peculiar belleza que alcanza el diseño de las encuadernaciones antiguas y ponen en realce la belleza exterior del libro como una creación artística con un valor propio. A decir de Torres: “Lomos de la Ciudadela es mi manera de reconciliar a la palabra con la imagen, mis dos grandes pasiones. Es un tributo a mi abuelo, fotógrafo y encuadernador, de quien aprendí a amar las fotos y los libros. Es el gran reencuentro, en mi vida adulta, con los dos oficios que aprendí de niño en mi Saltillo querido.” Las portentosas imágenes de Pedro Torres fusionan una técnica impecable lograda gracias al más novedoso avance tecnológico en materia de reproducción digital y una mirada aguda y sensible que plasma la elegancia de estos lomos que despiertan el deseo del espectador por acariciar y oler los esbeltos volúmenes recubiertos en piel y pergamino.
Patio “El Cernidor” |
En la Biblioteca de José Luis Martínez, diseñada por Alejandro Sánchez, se encuentra una de mis piezas favoritas del conjunto: A vuelo de tinta, de Betsabeé Romero, un móvil compuesto por dieciocho avioncitos de hoja de lata realizados por un artesano del mercado de La Ciudadela, los cuales llevan escrito el nombre de un escritor célebre y de cuyo fuselaje penden pequeños atados de libros que reproducen obras literarias relacionadas con el viaje, el vuelo, el aire. El habitual sentido del humor juguetón de Betsabeé y su capacidad de dotar de una estilización poética a los objetos más comunes hacen de esta escultura una invitación a echar a volar la imaginación y la fantasía. “Mi idea –comenta Betsabeé– era que esta espiral ascendente de aviones tuviera abiertas sus escotillas con la intención de tirar libros en lugar de bombas para salvar al mundo. La guerra nunca nos va a salvar.”
Como ha mencionado Alberto Ruy Sánchez, es un acierto recurrir a la imagen de ciudad para nombrar esta grandiosa biblioteca. Es, en efecto, una ciudad imaginaria por la que el intelecto y el espíritu recorren parajes insospechados a través de la literatura y el arte, un oasis que propiciará la lectura, la investigación y el placer de los sentidos.
(Continuará)
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