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Pequeño breviario de obviedades
Obviedad primera
Como bien afirmó, en días recientes, el querido colega Ernesto Diezmartínez, ya es un franco lugar común decir que en el género documental consiste la parte más atractiva, vigorosa y propositiva del cine mexicano contemporáneo. Son varios los ejemplos recientes de la buena salud del documental; ahí están El lugar más pequeño, de Tatiana Huezo, El cielo abierto, de Everardo González, así como el controvertido Agnus Dei, cordero de dios, de Alejandra Sánchez, sin olvidar el célebre Presunto culpable, cuya mención a estas alturas, en estos temas, es ya una obviedad.
Obviedad segunda
Todo lo cual no significa, como también resulta obvio, que cualquier documental de los muchos que hoy se producen ha de tener como respuesta una entusiasta echada de campanas al vuelo. Contrariamente, es menester que se intensifique, hasta prevalecer, la mirada más rigurosamente analítica posible sobre un corpus fílmico que, precisamente en virtud de su proliferación, se expone ahora con mayor frecuencia a los riesgos que el largo de ficción conoce muy sobradamente: lo desprolijo, lo chambón, lo deshilachado, lo insustancial, lo “bienintencionado” que deviene moralina por nadie requerida…
No faltan ejemplos de lo último en la filmografía documental mexicana reciente, si bien parece obvio que las carencias y defectos de buen número de títulos le pasan de noche al grueso del público, en virtud de que le llegan –a dicho público– en realidad mucho muy pocas muestras del trabajo desarrollado por los documentalistas. En otras palabras, de nuevo lo obvio: sea documental o sea ficción, el cineespectador de este país conoce poquísimo de su filmografía reciente y, en consecuencia, su marco referencial es lo suficientemente reducido como para dar por “bueno” todo lo que cumpla el equívoco requisito de parecerse a lo conocido y frecuentemente consumido.
Obviedad tercera
Viene a cuento lo anterior para referirse al cuarto largometraje documental dirigido por Juan Carlos Rulfo, titulado ¡De panzazo!, que pronto ha de estrenarse en cartelera comercial. Acompañada del bien ganado prestigio de Rulfo –para lo cual le bastan Del olvido al no me acuerdo y En el hoyo–, pero también por las puertas que pueden abrir al menos un par de productores de la película –Claudio X. González, expresidente de Fundación Televisa y alguna vez asesor empresarial de Salinas de Gortari, así como Alejandro Ramírez, propietario de la cadena Cinépolis, ambos parte de una asociación civil llamada Mexicanos Primero, productora formal de ¡De panzazo!–; así arropada, pues, la cinta gozó de una disponibilidad de recursos tanto económicos como logísticos poco usual; está gozando de una promoción también atípica para un documental, y gozará de una distribución y una exhibición más que dignas. Bien por el documental, y –obvio es decirlo– sería deseable que muchos otros, o de plano todos, ya que de sueños guajiros se trata, contaran con tantas facilidades.
Obviedad cuarta
Pero hete aquí que en ¡De panzazo! figura, nada menos que como guionista, correalizador, narrador e inclusive protagonista, Carlos Loret de Mola, presentador televisivo de noticias y, de acuerdo con algunos entre los cuales él mismo se incluye, periodista. Hete también que, según refiere el propio J.C. Rulfo, todo surgió a partir de una propuesta que X. González hiciera a Loret de Mola de hacer una serie de reportajes sobre el estado de la educación en México.
Hete finalmente, y como no podía ser de otro modo vistos los antecedentes, que ¡De panzazo! quedó en una producción cuasi televisiva –o sin el cuasi– que, sin abandonar jamás una superficialidad de a ratos exasperante, aborda lo tristemente obvio: que el estado de la educación en México es, por decir lo menos, grave y lamentable. Hecho como pensando más en el lucimiento de Loret que en su supuesto tema de fondo, el documental parece muestrario de las muchas falencias que pueden hacerse caber en un documental poco prolijo y, una de dos, timorato o excesivamente “cuidadoso” con los intereses políticos que –otra vez puro refilón– apenas y toca: cifras y datos de esto y aquello pero incompletos o no contrastados; entrevistas entre complacientes o insustanciales; asignación de culpas sin mención explícita de culpables; cursilería testimonial revestida de “gracia”, “frescura” y “espontaneidad”… todo para acabar como el mismo Rulfo declaró a Proceso: “Existe mucha desinformación al respecto, por eso esta película no puede tener toda la información.” Más claro, ni Cantinflas.
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