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Eugenio Scalfari
Aquel gran genio de Umberto
Umberto Eco cumple ochenta años. Los lleva muy bien, de cuerpo y de mente. Ha engordado un poco y se ha cortado la barba, pero su movilidad –física y creativa– ha aumentado con los años, en lugar de disminuir. Salta de repente por todas las direcciones del mapamundi. Interviene en convenios culturales, enseña con lectio magistratis en decenas de universidades, gana premios, escribe libros, introducciones, novelas, firma manifiestos políticos, compra ediciones aldinas del Cinquecento, tratados raros de alquimia y nigromancia, las historias de los Templarios y de los Rosacruces, juega cada día con la computadora, ha frecuentado todos los géneros literarios; le falta sólo la poesía y no excluiría que cuando festeje sus noventa años entrarán en su repertorio también baladas, sonetos y versos libres. ¿La Bustina de Minerva sobre los versos de Montale anticipa su nueva vocación?
Lo conozco desde los primeros años sesenta y desde entonces siempre ha colaborado con los periódicos de nuestro grupo, Espresso y después La Repubblica. Cuando por el exceso de trabajo decidió que su Bustina de Minerva, en lugar de semanal se volviera quincenal, me tocó compartir su espacio y desde entonces nos alternamos en esa página.
Nos queremos, y de jóvenes nos visitamos durante largos años. Viejos, la frecuentación ha disminuido porque habitamos en ciudades diferentes y él da la vuelta al mundo una vez al mes. En política pensamos de la misma manera. La semiología es un dominio suyo del que me mantengo lejos, no obstante ser una disciplina que me concierne profesionalmente. La escritura, al contrario, es materia de ambos, y sobre su escritura quiero detenerme en el día de su cumpleaños.
Cuando escribe es imbatible. Prosa concisa y clarísima, no exenta de ironía, a menudo entra en el campo de la filosofía, que es otra de sus pasiones, pero de manera pertinente, porque la semiología es la ciencia de los signos y del lenguaje, y el lenguaje tiene una relación muy estrecha con el pensamiento, la lógica y la estética.
En un momento de su vida decidió cimentarse con la novela. Nadie se lo esperaba y tampoco él. Después contó que El nombre de la rosa nació por pura casualidad. Estaba haciendo una investigación acerca de algunos códices antiguos y la investigación lo llevó a un convento benedictino, donde le contaron algunas leyendas que, partiendo de la religión, terminaban en lo policíaco. Se apasionó y de todo eso resultó uno de los libros más vendidos en el mundo, con ediciones en todas las lenguas y en todos los continentes, un filme exitoso, y su inclusión entre los clásicos.
De allí salió toda una serie narrativa en la que su fantasía dio rienda suelta, creando personajes fuera de lo común, situados en lugares improbables y animados por deseos insólitos. En el centro de este recorrido está la reina Luana y los cómics de su infancia y de la nuestra. El producto es El cementerio de Praga, policíaco en plena regla en el que se entrelazan muchas historias y se mueven personajes de dobles y triples vidas. Se diría una búsqueda de la ubicuidad y de la omnipotencia, que lleva a la confrontación con el misterio y con la muerte.
La estructura de todas sus novelas tiene su punto de referencia en el Bouvard et Pécuchet, de Flaubert: mientras narra sus historias, toda la atención del autor está dirigida al análisis del mecanismo novelesco; la trama es un pretexto que sirve para acompañar a los lectores dentro de un engranaje armado y desarmado bajo nuestros ojos, sin detener el interés narrativo y el policíaco, que es su ingrediente principal. Desde este punto de vista, El cementerio de Praga representa la culminación de su culta investigación.
Una vez le escribí a Umberto todo lo bueno que pensaba de su obra, con una reserva: en sus novelas no encontraba poesía. Quizás mi reserva era injusta, porque hay mucha poesía en algunas páginas de El nombre de la rosa. Él se enfadó y me acusó de crociano tardío [ Benedetto Croce]. Yo, a mi vez, le contesté picado. Después, todo terminó con recíprocas excusas y constante amistad.
Festejamos hoy tus ochenta años, querido Umberto. Como he superado esa edad desde algunos años, puedo asegurarte que eres todavía joven y tienes mucho camino por recorrer y muchas páginas para darnos, que acrecentarán nuestro conocimiento y estimularán nuestros pensamientos.
Traducción de Annunziata Rossi
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