1. ¡Respeto ante el autor!
2. Desconfianza ante el autor: Si es posible, comprobar todos los datos, indicaciones, ortografía y estilo.
3. Traducir lo más textual posible –con la mayor libertad necesaria. (¡Lema vetusto que sigue vigente!)
4. No perder de vista la economía del idioma. La traducción no debe extenderse más del diez por ciento del original. Contar líneas y pulsaciones por minuto. Hoy ya se ha hecho automático.
5. Paciencia.
6. Primero comprender el texto, luego comprender el contenido. No a la inversa.
7. Paciencia.
8. Consultar todas las palabras, en especial aquellas que creemos conocer mejor.
9. Paciencia.
10. Los diccionarios no son libros sagrados: No incluyen todo, ni siquiera en internet. Las librerías de viejo, también las actuales, los niños, los catálogos de arte, la policía, los conventos, las ferias y mercados, los bares, etcétera, son minas de lenguaje.
11. Paciencia.
12. Las ocurrencias no son casuales –casi siempre les precede una búsqueda larga y pertinaz, con frecuencia inconsciente.
13. Tomar decisiones, sostenerlas y ser capaz de defenderlas (por ejemplo ante o contra editores).
14. Paciencia.
15. Tras la primera corrección, no pasar en limpio de inmediato –¡dejarla reposar!
16. De vez en cuando leer también algo sobre teoría de la traducción (no científica).
17. Paciencia.
18. Integrarse a una asociación de traductores.
María Bamberg –Taller de Traductores del Instituto Latinoamericano de Berlín 1983-1989.
De Memoria de dos mundos, Ediciones B, Buenos Aires, 2011. |