Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de marzo de 2011 Num: 838

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Salvador Elizondo:
el último proyecto

Roberto Gutiérrez Alcalá

Nobody
Febronio Zatarain

Arto Paasilinna:
el revire finlandés

Ricardo Guzmán Wolffer

Frutos de la impaciencia
Ricardo Yáñez entrevista
con Ricardo Castillo

La Tierra habla
Norma Ávila Jiménez

La brevedad en el
tiempo postmoderno

Fabrizio Andreella

Metafísica de los palillos
Leandro Arellano

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Arto Paasilinna: el revire finlandés


Arto Paasilinna.
Foto: Leonardo Cendamo/Blackarchives

Ricardo Guzmán Wolffer

Con apenas unos cuantos libros traducidos, el finlandés Paasilinna muestra que el humor negro esencial, ese que hermana la muerte y el dolor con la risa, ya comprensiva, ya burlesca, ya de análisis, se da muy bien en latitudes impensadas.

De entre estos títulos traducidos destacan La dulce envenenadora y Delicioso suicidio en grupo. En la primera estamos ante el típico pariente abusivo (el sobrino político) que estafa y maltrata a la vieja tía para vivir y beber a sus costillas. Llega el momento en que el malandrín y sus compinches golpean de más a la anciana y entonces se desencadena una deliciosa confrontación de supervivencia, donde la muerte y el infierno se volverán cosa común para los personajes.

En el Delicioso suicidio un par de suicidas coinciden en un granero y deciden no morir. Tras comentar el dolor de un buen porcentaje de ciudadanos, hacen una convención para suicidas y, luego de varias peripecias, la banda de suicidas hace un tour en un camión de lujo para recoger a otros desesperados. En el camino parte del grupo morirá, hasta llegar a un final propio del autor finlandés, donde habrá quien sonría y quien tuerza la cabeza por sentirse burlado por este autor que no duda en hacer una suerte de road movie al llevar a sus personajes por varios países y peripecias inesperadas, como liarse a golpes con una banda de cabezas rapadas alemanes usando maniobras de guerra.

Para quienes gustan de la música de Europa del este, donde Kusturica y otros gitanos sobresalen en narraciones fílmicas llenas de ritmos desenfrenados que compelen a brincar (inolvidable Gregovic en Santo Domingo, en el centro del DF), el desarrollo frenético de estas novelas, con sus momentos reflexivos, habrán de dejar en mal a Finlandia, a su historia y a sus habitantes. Parte del humor de Arto es criticar y analizar a su gente: “así son los finlandeses”, “así sucede en Finlandia”, repite constantemente: cuando unos suizos les exigen que no se suiciden en su pueblo, el coronel de Delicioso contesta que el suyo es un pueblo terco y que no deja de concluir lo que inicia. La historia que se conoce debajo de este discurso ácido hace suponer un país donde la milicia y “el engaño ruso” siguen vivos: los militares nunca quedan bien parados, quienes los recuerdan  mencionan abusos sufridos a manos de ellos o recuerdan haber sido parte de esos abusos. Peor aún, la dulce envenenadora recuerda cómo era ella quien llevaba las riendas en la casa y en la carrera de su difunto marido, el coronel. Es gracias a ese pasado lleno de estrategias y de don de mando, como la vieja enfrenta a los drogadictos que muy pronto pasan de extorsionadores golpeadores a francos asesinos, no por salvajes menos estúpidos.

En una suerte de metáfora catártica, Arto sitúa a un coronel al frente del comando de suicidas que viajan en busca de compañeros que sufren la vida y la imposibilidad de llegar ya a la muerte. El país ha sufrido y sigue sufriendo por esa milicia que es referenciada como bárbara e ignorante.

En algún momento, cuando unos personajes llegan al infierno, Paasilinna nos recuerda que todos los militares acaban en el infierno, al menos los finlandeses; bueno, en realidad todos los finlandeses acaban en el averno, pero como los militares de ese país pueden ser compadres del mismísimo Satanás, lo es el difunto esposo de la envenenadora, para algunos el infierno no es un mal lugar para estar (AC/DC dixit).

La estratificación social se evidencia en sus textos. Buena parte del motor argumental es la diferencia de clases y cómo los pobres apenas sobreviven en ese país donde se ayuda a unos y a otros se les olvida, dicen los extorsionadores. Uno de ellos tan tonto como para inyectarse pesticida pensando que es heroína.

Los personajes de Arto viven con alegría el sauna, gloria nacional. Ya sea para meditar sobre la muerte o para aprovechar la borrachera; sus creaciones platican y alaban la experiencia del sauna. Aunado a la alegría de beber (cerveza, vino, vodka, lo que sea, por qué no) esos finlandeses se asumen como borrachos y varios no dejan la cabalgata alcohólica. Sus personajes nos resultan cercanos por los matices que muestran con sus acciones, sus diálogos y las conclusiones del divertido narrador omnisciente, que lo mismo revela los pensamientos de las piedras que insulta a sus personajes. Además, con un cinismo que nos suena perfectamente mexicano, ese relator acepta que el Estado finlandés contribuye a mantener el alcoholismo “y el abotargamiento de los cuadros medios y superiores de las empresas”. Los funcionarios de Paasilinna están emparentados con las caricaturas de Rius, por responder al estereotipo de la incompetencia y lo absurdo: el policía que descubre el tour suicida termina por hacer un escándalo de un no-crimen y muere presa de la presión que él mismo se ha generado al involucrar a la Interpol en este viaje de suicidas, mientras que los demás integrantes de la comisión por él creada se dedican a beber y comer en lujosos lugares a costa del erario: Pirandello y la nota roja en una licuadora.

El humor de Arto nos lleva de nuevo al espejo humano, ahora con la certeza, quizá más autoreprochable, de que esa fuerza charra y machinesca, que los mexicanos esgrimimos para realizar burlas y salvajadas, termina siendo perfectamente identificable con la autodefinición de pueblos ubicados en otros puntos del planeta con el que aparentemente no hay relación, pero que nos obligan a la introspección al evidenciar que cualquier finlandés brotado de la pluma de Arto podría vivir en la filmografía de la llamada época dorada nacional, o ser nuestro vecino con media botella de mezcal adentro.

A fin de cuentas, en analogía a nuestro insustituible José Alfredo Jiménez, Arto remarca: “No hay nada que salga barato en Finlandia, ni morirse, vamos.” Acá tampoco, menos con estas lecturas memorables, salidas de un finlandés con una alcurnia asimilada a la picaresca actualizada.