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Ana García Bergua
Parte de guerra v
Informe al Supremo Jefe de las Fuerzas Armadas, del capitán de las Cuadras que van de la Glorieta de los Coyotes al parque de Frida Kahlo, general Rosenkranz Fernández:
Mi Supremo Comandante,
Dada la situación de extrema urgencia que se vive en esta milésima quinta zona militar, hemos solicitado auxilio al intendente general de la zona milésima sexta, que casi llega a Tlalpan, general Ausencio Asensio, quien nos informa ha combatido a los rebeldes con ahínco en su zona y ejecuta importantes labores de espionaje. Por eso mismo, permitió que ciento cuarenta bombas Stevenson cruzaran la avenida Miguel Ángel de Quevedo, contrabandeadas por el afamado bandido que se hace llamar “La Mofeta Ardorosa.” Descubrió así una importante red en la que participan el cabo Benavides, vigilante de la zona apostado en Bautizos y Comuniones “Clarita”, correspondiente a nuestra zona militar. Este cabo pasó las bombas disfrazadas en una canastilla de flores de tela al “Lenteja” Ramos, lugarteniente de los Fanáticos de la Desgracia, el cual, a su vez, las vendió al coronel Mosqueda (me temo que de nuestro bando; ya fue fusilado en la plazuela del Perro Mártir), quien, por su parte, las distribuyó entre los maleantes en la tlapalería La Llave Maestra a cambio de unas pastillas de caramelo que tienen gran aceptación entre la chiquillada de la secundaria 5. Poco después, las bombas Stevenson fueron accionadas encima del batallón que se encontraba desprevenido en una degustación de barbacoa de Hidalgo en el mercado sobre ruedas, organizada por la H. Comandancia para festejar los casi ciento cincuenta años de la caída de Maximiliano. Dicha acción molestó mucho al anciano general Nicanor Turbina, que ya sabe usted cómo se pone cuando lo interrumpen mientras come mixiote, y ordenó a su compañía atacar in situ a los zafios malandrines, como él los llama, con la eficiente catapulta matamoscas Lohengrin, causando una masacre en la que fallecieron, ya deje usted los maleantes –los cuales corrieron a su propia planta de reciclaje de sí mismos, sita en “Adornos y encajes Yuli”–, sino también tres cuartas partes de nuestro batallón, los vendedores del populoso establecimiento provisional y la gente que rentaba en el Blockbuster la última película de la saga de Harry Potter. Hemos intentado explicar que los fallecidos eran todos Engendros del Mal, Secuelas del Demonio y Parte Cinco del Pecado, tal como la H. Comandancia nos ha instruido, pero por desgracia ya nadie nos cree y del barrio del Niño Jesús nos caen bombas pestíferas y obuses de la acreditada marca Raskolnikov de seis cilindros, que lastiman muy feo, según informes de lo que queda del cabo Plascencia, mi subalterno. Es mi opinión, con el debido respeto, que al general Turbina habrá que destacarlo a otra plaza, por ejemplo, a las bodegas de la mueblería Badajoz, donde se dice campan las alimañas por las noches y a las 3 PM que tienen el festival de Día de las Madres.
Por último, quería explicarle que la bomba que cayó hace unos días, proveniente del sector rebelde de Mixcoac y anexas, ha cimbrado profundamente el reactor nuclear que instaló la cuarta compañía de zapadores como producto de la desesperación por no poderse bañar con agua caliente. Estamos luchando por repararlo, mientras nos llueven literalmente bombas e insultos como “escolapios”, “churumbeles” y otros peores, que nos dejan llenos de desazón e impiden que vivamos la causa militar como debe de ser. De hecho, hace días descubrí que dos de mis hombres (somos cinco) se encuentran involucrados de un modo u otro con la banda de los Aristócratas de la Crueldad, dirigidos por el siniestro Chuletón Azuara, ya sea portando sus camisetas, ya sea trabajando doble turno y saliendo en las noches a atemorizar a los pacíficos habitantes del barrio del Rosedal con aullidos y voces extranjeras. ¿Cómo vamos a trabajar, mi general, si entre nosotros mismos se ha inoculado el Mal como un microbio mortífero y sutil? Yo mismo me descubrí hace un par de días ofreciendo el fino alucinógeno “La Perpetua” a mis amistades en el cumpleaños de mi pequeña Rosita. ¿Qué estamos haciendo, mi general? ¿Habrá otro modo de instaurar la paz en nuestra H. Zona Militar? ¿Y si les cortamos el agua y el gas a los nefandos?, he oído que les molesta mucho. Por supuesto, esto es tan sólo una opinión personal sujeta, como debe ser, a los altos berrinches y caprichos de Su Majestad, perdón, de la Comandancia, con el debido respeto.
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