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Francisco Toledo: primeros 70 años
Germaine Gómez Haro
Francisco Toledo cumplió setenta años el pasado 17 de julio. En Oaxaca se empezó a planear su festejo con mucha antelación. Sus amigos cercanos, la comunidad cultural y sus admiradores desde diversos puntos del país comenzamos a aventurar propuestas para la gran celebración. Ideas y proyectos iban y venían, desde una magna exposición retrospectiva itinerante que intentó organizar el museo marco de Monterrey sin conseguir la aprobación del Maestro, hasta una gran verbena popular en las calles de Oaxaca. Francisco Toledo es un personaje central en la comunidad oaxaqueña y una figura fundamental en el arte contemporáneo mexicano y todos lo queríamos festejar. Pero el Maestro pasó por alto todas las proposiciones y pidió de regalo un día de privacidad. Ese es Francisco Toledo: un hombre austero, discreto, huidizo, inaprensible, que ha dedicado su vida entera a la creación artística, a la filantropía y a la lucha social a favor de las más diversas causas y en contra de los desmanes del poder. La mejor manera de festejarlo es a través del reconocimiento y promoción de su trayectoria artística y de sus invaluables y ejemplares aportaciones a la cultura y a la sociedad.
CHICO´MIN
Aunque pertenece a una familia juchiteca de raigambre, Toledo no nació en Juchitán como se suele decir, sino en el Distrito Federal. Fue una mera casualidad: su madre pasaba por la capital rumbo a Minatitlán, Veracruz, donde su padre se desempeñaba como comerciante cuando Francisco decidió llegar al mundo. Su niñez transcurrió fuera del Istmo como un “exiliado” que escuchaba las leyendas y costumbres de su pueblo en boca de sus familiares que hablaban zapoteco y vestían faldas largas y huipiles bordados. Su curiosidad de niño, que por fortuna conserva todavía a flor de piel, lo llevó a soñar con los chapulines, iguanas, lagartos, tortugas, conejos, armadillos, cangrejos, alacranes que protagonizan los cuentos y leyendas ancestrales que se han transmitido de generación en generación desde tiempos inmemoriales. Minatitlán no tenía mucho que ofrecer y cuando el joven Chico´Min –como lo apodaban en familia– cumplió once años, lo enviaron a estudiar a la ciudad de Oaxaca. Pasó por la anquilosada Escuela de Bellas Artes antes de seguir su ruta de aprendizaje a Ciudad de México. Ahí conoció al prestigiado galerista Antonio Souza por conducto del pintor Roberto Donís, quien se maravilló al ver los extraordinarios dibujos que este joven taciturno y silencioso producía por decenas. “Dibujaba por todas partes –contaba Donís– en las paredes, en sus manos, en su ropa, en las mesas, dibujaba todo el tiempo sin parar.” Después de modificar su nombre –Francisco Benjamín López Toledo pasó a ser Francisco Toledo–, Souza expuso sus dibujos por primera ocasión en 1959 bajo la mirada atónita del público mexicano, entre ellos Rufino Tamayo quien, a primera vista, captó la grandeza del novel artista cuyos trazos tenían ya un inequívoco sello personal. Animado por Tamayo y Souza, Toledo viaja a París donde entra en contacto con las tendencias de vanguardia que destellaban en Europa en aquellos años, experiencia que lo llevó a conformar una vasta cultura visual que se refleja en su trabajo desde entonces. Al mismo tiempo cristalizó en él la voluntad de afianzar sus raíces, consiguiendo estrechar los vínculos entre “lo propio” y “lo ajeno”, entre lo “autóctono” y “lo universal”. En 1965 Toledo regresa a México y se instala en Ixtepec: “Por un tiempo dejé de pintar y me dediqué a descubrir todo lo que me rodeaba. Grabé la música, los cuentos, la tradición oral. Yo quería pertenecer a mi comunidad”, señala el artista. El aislamiento y la lejanía en París lo hicieron percatarse de sus orígenes y el retorno al terruño familiar fue el detonador que disparó esa fantasía exuberante que hasta la fecha sigue asombrando y seduciendo.
Autorretratos tomados de los libros: Francisco Toledo, Turner Libros/DGE Ediciones, 2000 y Francisco Toledo, Smurfit Cartón y Papel de México, 2002. Al centro: foto; María Melendrez Parada/ archivo La Jornada |
Su estancia en el Istmo en los años sesenta marca una huella indeleble en el arte y en el devenir social, político y cultural del artista. Con el fin de formar un centro de actividades culturales para estimular la educación artística de los jóvenes, Toledo crea la Casa de la Cultura de Juchitán en 1972. Ahí se instaló una biblioteca que se fue enriqueciendo gracias a las donaciones del Maestro, quien por entonces pintaba sin tregua para conseguir los fondos para sostener los diversos proyectos que se multiplicaban: exposiciones internacionales, ediciones de libros y revistas, el rescate de la música tradicional, la difusión de la lengua zapoteca, numerosas actividades que propiciaron el surgimiento de pintores y poetas juchitecos que se unieron al desarrollo de este centro cultural. Paralelo a la consolidación de la Casa de la Cultura, la situación política en el Istmo se radicalizaba con los enfrentamientos entre el gobierno príista y la COCEI (Confederación Obrera Campesina Estudiantil del Istmo) tras haber obtenido ésta el triunfo en las elecciones municipales en 1981. Comenzó una campaña de hostigamiento por parte del gobierno príista y los caciques locales en contra de los artistas que simpatizaban con el movimiento coceísta desde la trinchera de la Casa de la Cultura. El 17 de julio de 1983, fecha en la que Toledo cumplía cuarenta y tres años, el artista, el escritor Víctor de la Cruz y el fotógrafo Rafael Doniz fueron agredidos por un contingente de policías que los golpeó y amenazó de muerte en una acto de salvajismo brutal. Toledo se vio obligado a alejarse de Juchitán y de la Casa de la Cultura; sin embargo, la semilla de la filantropía ya había echado raíces en él, y después de un viaje a París entre 1984 y 1986, se instala definitivamente en la capital oaxaqueña y encabeza el desarrollo cultural que ha hecho de esa ciudad un epicentro artístico único en el país.
LA MAESTRÍA EXUBERANTE
La grandiosidad de Toledo como artista plástico reside en su infinita capacidad de plasmar sus fantasías exuberantes en toda suerte de técnicas y medios, y lograr una maestría y una gracia fuera de lo común en todo lo que hace. Explora y domina la pintura, la gráfica, el dibujo, la cerámica, la escultura en sus múltiples variantes, la fotografía, los objetos intervenidos, pero muy a menudo se aburre de las técnicas convencionales y recurre al juego y a la investigación de medios artesanales y alternativos para echar a volar su imaginación en obras antisolemnes, frescas y divertidas, como es el caso de sus recientes creaciones en vidrio y en mosaicos de baldosas hidráulicas. Su arte sorprende por su audacia y originalidad. Su personalidad cautiva por su entereza y autenticidad.
“Siempre me busco pretextos para no trabajar”, ironiza Toledo. Y es que en vez de ser artista de tiempo completo, ha dedicado la mayor parte de su energía –y recursos económicos– a la creación de espacios culturales: El IAGO (Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, 1988), El MACO (Museo de Arte Contemporáneo, 1992), la Fototeca Manuel Álvarez Bravo (1996), la Fonoteca Eduardo Mata (1997), el cineclub El Pochote (1998), el Taller de Papel de Etla (2000), el CASA (Centro de las Artes de San Agustín, 2006), la Biblioteca de Literatura, Poesía y Teatro (2010). Junto con un grupo de artistas y aliados creó en 1993 la asociación Pro-Oax (Patronato Pro Defensa del Patrimonio Cultural y Natural de Oaxaca), trinchera desde la que se han librado muchas batallas contra actos indebidos en el estado como la tala indiscriminada de los bosques, la limpieza del río Atoyac, el asentamiento de Casas Geo en zonas indebidas, la instalación de McDonalds en el centro histórico, entre muchas otras.
En una charla reciente en la ENAP, con motivo de la presentación del documental El informe Toledo, Elena Poniatowska propuso con el genial humor que la caracteriza cambiar el nombre a la entidad oaxaqueña: “Se debería llamar Oaxaca de Toledo, en vez de Oaxaca de Juárez”. Quizás al Maestro esta ocurrencia le arrancaría una sonrisa, pero es seguro que no la aceptaría. “Oaxaca soy yo”, exclama el artista en entrevista hacia el final del documental, para expresar que él –dondequiera que se encuentre– lleva a Oaxaca en lo más profundo de su corazón. Toledo festeja la riqueza de su cultura oaxaqueña regalándole museos, bibliotecas, talleres, centros culturales, proyectos ecológicos y obras de beneficio social. El legado de Toledo en su tierra natal y –por extensión, en nuestro país– es invaluable. Esperemos que las semillas del ejemplo den muchos frutos y las generaciones que le siguen continúen con la brecha que el Maestro abrió hace ya cuatro décadas en la Casa de la Cultura de Juchitán. Francisco Toledo es un referente único en México por su creación artística y por su compromiso social. Lo seguiremos festejando, deseándole una larga y fecunda existencia.
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